sábado, 17 de noviembre de 2018

CINE - 33° Festival de Cine de Mar del Plata, Día 8: Los monstruos entre nosotros

Un día se terminó todo. Ayer tuvo lugar la última jornada competitiva de la trigésimo tercera edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y finalmente pudieron verse completos los cuerpos de cada una de las secciones programadas. En el caso de la Competencia Internacional fue posible confirmar una vez más su carácter heterogéneo, detalle que se vio reflejado en los extremos representados por los dos trabajos que se proyectaron durante la mañana del viernes. Dos películas que si bien coinciden en mostrar los horrores del mundo, también se distancian entre sí en virtud de las formas elegidas para alcanzar dicho objetivo.
El primer turno de la mañana la correspondió a Muere monstruo, muere, segunda película de Alejandro Fadel cuya ópera prima, Los Salvajes, dejó bastante tela para cortar en su paso por la competencia homónima del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici), en su edición de 2012. Seis años le llevó al director mendocino cerrar este proyecto que tuvo su estreno mundial en la sección Un Certain Regard, la prestigiosa competencia del Festival de Cannes. Si en Los salvajes Fadel encontraba a sus protagonistas en un grupo de jóvenes descastados, quienes escapaban de un reformatorio a través del territorio agreste la sierra cordobesa, en su nueva película elige a un conjunto de seres olvidados que habitan algún pueblo rural, al pié de la cordillera de los Andes. El director le saca el jugo a los paisajes de su provincia natal, no menos salvajes que los de su ópera prima, y a pesar de algunas leves diferencias, vuelve a jugar con una narración de tono más o menos realista que de a poco se va internando en el territorio de lo fantástico. Si en su película anterior ese progreso era realizado a caballo de lo mítico y lo místico, en Muere monstruo, muere los elementos extraños proceden del cine de género, específicamente del ámbito del terror.
El protagonista de Muere monstruo, muere es Cruz, un policía rural de pocas palabras y espíritu torturado, que investiga una serie de femicidios precedidos de violación, que tienen como marca distintiva la decapitación de las víctimas. Decapitaciones que por otra parte no son realizadas con limpieza, sino que parecen hechas a mordiscones. El asunto se vuelve personal para Cruz cuando una de las asesinadas resulta ser su amante, una mujer casada con un hombre afectado por cierto tipo de delirio que se convierte, por supuesto, en el principal sospechoso. Sin embargo Fadel se encarga de dejar claro que ese hombre no es quien cometió los crímenes –o al menos no en su forma humana—, cuando muestra que el asesinato de su esposa fue cometido por una criatura dueña de cierto apéndice tentacular que recuerda a un largo, serpenteante y viscoso pene. Más allá de que, signo de los tiempos, la metáfora de un monstruo fálico que asesina mujeres pueda resultar no demasiado sorprendente, Fadel se las ingenia para sostener la tensión a partir de la creación de atmósferas, que convierten a Muere monstruo, muere en una especia de western áspero + film noir + película de monstruos + metáfora social. La fórmula es lo suficientemente intrigante como para mantener atento a casi cualquier espectador.
Cuando Mahershala Ali se llevó el premio al Mejor Actor en esta misma competencia, pero hace dos años, por su labor en la película Moonlight de Barry Jenkins, no tenía forma de saber que algunos meses más tarde también recibiría el Oscar al Mejor Actor de Reparto. Sin embargo Moonligth (que también se llevó el Oscar 2017 a la Mejor Película) no fue el primer trabajo de Jenkins en participar de la Competencia Internacional de Mar del Plata. Ni sería la última. Su debut marplatense ocurrió hace una década, cuando vino personalmente hasta La Feliz para presentar su ópera prima, Medicine for Melancholy, y este año vuelve a dar el presente con su trabajo más próximo, If Beale Street Could Talk (Si la calle Beale hablara), con el que una vez más aspira a ser parte de las candidaturas de los premios de la Academia de Hollywood. Por supuesto que esto no significa que la película sea un peliculón, sino que su trama incluye una buena cantidad de elementos que la convierten en oscarizable.
If Beale Street Could Talk está basada en la novela homónima de 1974 del escritor James Baldwin, figura clave de la América negra durante la segunda mitad del siglo XX, cuyo título refiere a una famosa calle de la ciudad de Menphis, a la que se le atribuye un importante valor en el surgimiento y consolidación de la cultura afro en los Estados Unidos. Como en el resto de su obra, Jenkins vuelve a trabajar sobre las problemáticas sociales de su comunidad, exponiendo algunas de las dificultades (tal vez sería mejor decir atrocidades) a las que ha sido y es sometida la población negra de aquel país. Se trata de la historia de amor entre dos jóvenes que se vuelve trágica cuando Fonny es acusado de una violación que no cometió y Trish, embarazada, pelea para demostrar su inocencia y, en contra de las circunstancias, sostener una familia. Jenkins construye un muestrario estilizado de los atropellos y acosos que la población afroamericana debía soportar en esa época, pero con la intención final de hacerlo funcionar como un espejo de la realidad actual.
Incluso podría pensarse al film de Jenkins de forma integral junto al documental What You Gonna Do When the World’s on Fire?, del italo estadounidense Roberto Minervini. Un díptico en el que se ponen en escena el pasado y el presente de los conflictos raciales en los Estados Unidos. Afirmaciones como “los blancos pueden asustarte tanto” o “los blancos son el diablo”, pronunciadas por los personajes de ficción de Jenkins en la década de 1970, no difieren en nada de otras como “los blancos nunca nos consideraron personas”, dichas en la actualidad por algunos de los personajes reales que habitan en el documental de Minervini.
Ya se dijo que tanto Muere monstruo, muere como If Beale Street Could Talk se encuentran hermanadas en su carácter de retratos del horror, aunque sea mucho más lo que las separa. Dentro de su raíz fantástica, la de Fadel también halla un vínculo con la película La región salvaje, de Amat Escalante. A pesar de que el mendocino elige jugar más a fondo con las formas de la narrativa de género que su colega mexicano, quien trabaja lo fantástico desde una lógica visual más naturalista y con un contacto mucho más estrecho con la realidad social, sus películas encuentran una filiación a través de sus monstruos. Ambas son criaturas con evidentes características genitales en su morfología y sexuales en sus conductas, y las dos funcionan como metáfora de una masculinidad brutal, subrayada por carácter fálico de su diseño. También es cierto que el film de Escalante consigue jugar mucho más a fondo con los alcances simbólicos de su monstruo. Resulta significativo, además, que ambas hayan formado parte de diferentes ediciones de Un Certain Regard. En cambio la película de Jenkins empantana su propio tren fantasma en una estética acaramelada que le resta potencia a la maldad que ha querido poner en acción, haciendo que se vuelva sino trivial, al menos inocua. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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