La luz es un elemento definitivo, insustituible y vital para el cine. No hay cine sin luz y a ella están ligados su origen (el rodaje) y su destino (la proyección). En Los cuadros al sol, su primera película, el director Arián Frank parece haber entendido a la perfección que en el vínculo con ese elemento se juega gran parte del éxito en su oficio. Ya desde sus primeras escenas, este documental que intenta dar cuenta de la desaparición de un pueblo enhebra una serie de imágenes que comienzan a tejer un relato visual, trazando el perfil de un fantasma compuesto de memorias, de edificios a medio demoler y de un paisaje visual y sonoro de una belleza que marcar el tono elegíaco de la historia que contará en los siguientes noventa minutos.
Los cuadros al sol indaga en la historia de Salinas Grandes, un pueblo obrero al sur de la provincia de La Pampa, surgido como consecuencia de la explotación salitrera en la primera mitad del siglo XX y desaparecido a comienzos de la década de 1980 tras un extenso conflicto gremial. Abandonado hace casi 35 años, de Salinas Grandes apenas sobreviven algunas ruinas y, por supuesto, la deslumbrante geografía de las salinas, de blancura casi translucida. Frank convoca a quienes fueron sus habitantes para hacer una reconstrucción a partir de los recuerdos. A modo de prólogo, una cita del libro Los cinco soles de México de Carlos Fuentes que se encara de destacar el importante papel que juega la memoria dentro de la estructura del film: “¿No contiene cada noche el día que la precedió y cada mañana la memoria de la noche que le dio origen?” Con lucidez, la frase articula en su reducido espacio textual una notable definición acerca del verdadero valor del pasado, el presente y el futuro en tanto continuidad histórica. Los cuadros al sol va y viene de los abiertos paisajes salineros a la intimidad de la memoria de sus protagonistas y por ese mismo camino consigue desplazarse a través del tiempo.
A lo largo de la película, diferentes vecinos van contando su experiencia, comparten sus añoranzas por aquel lugar y aquella época que ya no existen. Cuentan anécdotas como la del primer obrero que pudo comprarse un televisor y de cómo lo sacaban al porche de la casa para que todo el pueblo pudiera ver las novelas, los partidos de fútbol y las peleas del extraordinario Nicolino Locche. Reviven la rivalidad futbolera con el pueblo vecino de Macachín con una pasión que, al contrario de las derruidas construcciones de Salinas Grandes, se mantiene tan viva como entonces, aunque hace más de cuatro décadas que aquellos partidos han dejado de jugarse. Y finalmente vuelven a atravesar la gesta gremial que reunió a todo el pueblo en contra de la empresa que tenía a su cargo la explotación de las salinas, que finalmente derivó en la mudanza de todos a un barrio construido especialmente en Macachín y la posterior demolición de su pueblo. Un proceso que persiste en la memoria colectiva como una gesta común que fortaleció la unión y la identidad de los salineros. Para Frank el proyecto tiene un evidente carácter personal, familiar, que lo impulsó a querer contar esta historia. “Mi padre fue llamado a trabajar a Salinas Grandes cuando yo acababa de nacer”, confiesa el director. “Luego de vivir ahí algunos años, nosotros fuimos parte de esa mudanza masiva y desde ahí quedé ligado al lugar de una manera imborrable.”
Los viejos vecinos de Salinas Grandes hablan de su vida en el pueblo con amor y emoción, y es posible intuir que de algún modo están hablando no sólo de un lugar sino de un tiempo y de un momento en sus vidas. Como si lo que en el fondo añoraran fuera la felicidad de su propia juventud y el pueblo fuera apenas el símbolo visible de todo eso. “Lo que intentamos fue buscar eso como temática más universal”, afirma Frank. “Cada persona tiene sus símbolos, una forma particular de relectura del pasado, al que también entiendo como algo en movimiento. Es difícil comprender hasta dónde se quiere ir en ese retrato emocional. La línea es delgada, sobre todo cuando yo mismo como realizador estuve involucrado emocionalmente. Desde el montaje se intentó cuidar este aspecto, no dejar prevalecer las sensaciones personales sino intentar compartir ese sentimiento de los habitantes para con el lugar.”
Es interesante el lugar que el fútbol ocupa dentro del relato colectivo que Los cuadros al sol va montando con las voces de quienes fueron salineros, porque pone en relieve cuál es el valor cultural de ese deporte y lo revela como un elemento de cohesión social y potenciador de la identidad. Algo que en las grandes ciudades ha ido perdiendo esa esencia, pero que parece fundamental en la historia de los pueblos de provincias. “Esa construcción fue creciendo a medida que conocíamos más gente”, acuerda el director y agrega que desde lo personal cree que el aislamiento de Salinas Grandes necesitaba de este tipo de elementos para afirmarse como comunidad. “Creo que el fútbol funcionaba como elemento representativo de esa colonia. Era la manera de vincularse con sus pueblos vecinos, con sus propios pares. Y lo más interesante en relación al fútbol es que la mudanza fue al pueblo donde estaba su archirival.” Tal vez eso ayudó a que el sentimiento de pérdida calara tan profundo.
Al promediar la película, cuando se comienza a relatar la historia de la lucha, es posible darse cuenta que Los cuadros al sol es de algún modo un relato con muchos puntos de contacto con historias como La Iliada, que narran la gesta de un pueblo. Hecho que de algún modo la convierte en una película épica. “No creo que sea así, más allá de esos paralelismos. La búsqueda más bien tuvo su eje en el intento por transmitir ese sentimiento por el espacio a gente que nunca lo conoció”, corrige Frank. “En cambio sí está presente la intención de sacar del silencio a las voces que estaban acalladas y que nunca vivieron un reconocimiento por su historia. Por eso, a medida que el tiempo pasaba, hacer el documental se me fue haciendo cada vez más esencial”, agrega.
Tanto el fútbol como la actividad sindical son elementos fácilmente vinculables a lo popular, aunque la película tiene un refinamiento formal que se aparta de esa falsa idea de que lo popular debe ser reducido a lo costumbrista o lo tosco. “Creo que en lo popular habita la fuerza de los grandes sucesos y sin dudas nuestra búsqueda como equipo fue ante todo una búsqueda popular”, reflexiona el cineasta. “Esa reducción de los popular a lo tosco tiene que ver con la necesidad egoísta de ponerse por delante de los hechos”, agrega, para concluir que la experimentación y lo popular no son caminos que deban excluirse, sino retroalimentarse para dar lugar a nuevos horizontes. Puesto a encontrar un sentido que justifique el titulo de la película, Frank revela que el mismo surgió en una instancia anterior al rodaje. Y cree que el mismo permite manejar dos perspectivas temporales: “la idea de los cuadros como representación de la obra pensada en un momento, con un anclaje visual en las ruinas; y el sol como elemento cíclico, como esa naturaleza que no entiende de casas derrumbadas”. Una afirmación que, como debe ser, termina de poner a Los cuadros al sol donde corresponde: en el territorio de la luz.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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