Si realmente hubiera una forma de entender la historia del heavy metal en la Argentina, Relámpago en la oscuridad, dirigido por Germán Fernández y Pablo Montllau, podría ser una herramienta importante. Documental que se presenta como la historia de Alberto Zamarbide, el Beto, cantante y nombre fundamental en la aparición de la banda V8, virtuales fundadores del género a nivel local, resulta ser no sólo eso. En primer lugar porque, sin dejar de hacer centro en la figura del vocalista (contar su historia equivale de algún modo a contar la historia del género en el país), el film tiene la generosidad de convertirse además en un acercamiento a V8 que por primera vez reúne las voces de todos los músicos que alguna vez pasaron por ahí, incluido al controvertido Ricardo Iorio –bajista, líder y miembro fundador de aquella banda que hoy es leyenda–, cuya presencia tiene varios valores agregados.
Para empezar, es la primera vez que Iorio acepta participar de un proyecto como éste, mérito no menor dado el carácter esquivo del músico. Pero ese éxito consiste no sólo en recoger su testimonio, sino en haber conseguido mantenerlo a raya. Quien haya visto los reportajes a su persona, perpetrados por el conductor Beto Casella, sabrá de los desbordes de los que es capaz el histriónico rey Ricardo. Para probar la importancia de contar de primera mano con su versión de la historia, basta recordar la negativa del popular bajista a participar de otro documental, La H de Nicanor Loreti, donde lo que se narra es la historia de Hermética, segunda banda fundada por él, que consiguió erigirse como la más popular en la historia del género en el país, aunque no la más importante. Ese lugar sin duda le pertenece a V8 y entonces Relámpago en la oscuridad se convierte además en un pequeño e infrecuente acto de justicia cinematográfica.
Pero hay logros aún más importantes que este documental de corte tradicional y correcta factura alcanza sin estridencias, sin necesidad de alzar la voz, toda una paradoja tratándose de heavy metal. Relámpago en la oscuridad consigue ser un atractivo relato acerca de la fe que no se limita a las creencias religiosas de Zamarbide (con su banda Logos, Beto es también un pionero del metal cristiano en el país), sino la fe entendida ya no como vínculo con una hipótesis divina, sino como motor esencial de toda acción humana. En el camino se encarga por un lado de trazar un perfil político para el heavy metal, género que suele ser reducido a roles de reparto grotescos o monstruosos dentro del arco rockero. Por el otro, de reparar a sus artistas, de quitarles el estigma de rebeldes sin causa con el que históricamente se ha querido vaciar el rol contestatario que las bandas más pesadas sostienen con orgullo, aun a costa de ser relegadas a espacios marginales. Y, por fin, de bajar a los músicos de heavy metal del pedestal de hombres duros, para mostrarlos simplemente como lo que son: hombres a secas. Hombres con sueños y tristezas. Hombres con esposas, hijas, madres. Como la mamá del Beto, que recuerda no sin ternura como su hijo adolescente se juntaba con sus amiguitos de “rulitos largos”, “todos pibes buenos”, a hacer ruido en el sótano de la casa familiar en Chacarita. Eso habrá sido entre 1980 y 1981, años en los que para andar por la calle con campera de cuero, cinturones con tachas y los rulitos largos había que tener los dos huevos bien puestos.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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