Infrecuente para las salas argentinas, Después de la lluvia no sólo ofrece la posibilidad de conocer algo del cine que produce el gran vecino del norte, Brasil, sino la de reconocer en su relato ambientado durante el proceso de recuperación democrática en la década de 1980 algunos paralelos y rasgos comunes con la historia propia. Si lo que se cuenta en la película de los directores brasileños Cláudio Marques y Marília Hughes puede ser visto con familiaridad desde la Argentina, en primer lugar es porque los hechos y el contexto histórico, cultural, político y social donde el relato echa el ancla son muy similares. Pero también por el parentesco cinematográfico y temático con films como El estudiante, thriller político de Santiago Mitre, e incluso con otras películas de la región como la no menos interesante El lugar del hijo, del uruguayo Manuel Nieto. Nada casualmente, las tres pudieron verse en diferentes ediciones y secciones del Bafici.
Fábula eminentemente política, Después de la lluvia pone en paralelo el camino de la recuperación democrática con la militancia anarquista de Caio, un adolescente que asiste a un colegio privado de la ciudad de Salvador de Bahía, al norte de Brasil. A veces de manera demasiado literal: para decirlo rápido y dejar el asunto atrás, ése es el punto más endeble de la estructura que sostiene a la película. Ahí, en el colegio, los alumnos comienzan a organizarse para abrir un centro de estudiantes después de veinte años sin actividad política en la escuela. Debaten qué hacer ante la propuesta de la institución de arrogarse el derecho de ser ellos quienes elijan a un presidente entre los tres candidatos más votados, negándoles la potestad de elegir a sus propios representantes. Una discusión idéntica a la que se daba en la sociedad (la famosa campaña Diretas Já), donde la ciudadanía se oponía al sistema de elección a través de electores y reclamaba el voto directo. En la escuela, Caio propone impugnar los votos y abandona la asamblea, dejando claro su lugar de rebelde.
Porque Caio tiene a sus amigos fuera de la escuela, amigos más grandes con los que comparte un libertario colectivo anarquista, dispuestos a pasar a la acción con modestos y, sobre todo, inocentes actos que ellos consideran revolucionarios y, dado el contexto, de alguna manera lo son. Roban libros en librerías; escuchan grupos de la rama más politizada del hardcore-punk, de los inevitables Dead Kennedys a Colera, una de las bandas referentes del anarcopunk brasileño de la época; editan un fanzine con el obvio nombre de "El enemigo del Rey" y llevan adelante una radio pirata que montaron clandestinamente en una casa tomada. Aunque el juego de superponer una sobre otra la adolescencia democrática del Brasil y la adolescencia real de Caio se plantea de manera abierta, Después de la lluvia elige con inteligencia centrarse en el personaje. Es cierto que no puede evitar insertar cada tanto algunas imágenes de archivo para subrayar el contexto; sin embargo, el devenir de la historia del protagonista hará que la película vaya ganando en densidad dramática y cinematográfica.
Como sucedía en El estudiante y El lugar del hijo, un quiebre hará que Caio pase del papel de sujeto colectivo a individuo político y deba tomar las primeras decisiones en busca de encontrar un camino propio. Por ahí también atravesará algunas encrucijadas: la del primer amor, la de la amistad, la del vínculo con la autoridad (encarnada en la escuela); la del incómodo lugar de hijo que de a poco empieza a dejar atrás. Después de la lluvia alcanza su mejor forma en la representación de ese momento en la vida y consigue hacerlo sin apartarse de la intimidad en carne viva de Caio. En el camino tiene tiempo para hacer que los años ’80 –aun con su compleja realidad y durísimas circunstancias– se revelen en toda su inocencia sucia e idealista, esa que la brutalidad de los ’90 y la desengañada apatía de los 2000 se encargaron de echar a perder.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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