viernes, 14 de noviembre de 2014

CINE - "Caminando entre tumbas" (A walk among the tombstones), de Scott Frank: En el nombre de Liam Neeson, amén.

Si hay películas que se sostienen sobre todo en el trabajo y el carisma de sus protagonistas (incluso a veces alcanza sólo con lo segundo), entonces Caminando entre tumbas es una de ellas. La misma viene a engrosar la más o menos reciente, exitosa y creciente carrera del gran Liam Neeson como estrella de acción, y justamente su presencia es el principal y casi excluyente atractivo que tiene este film policial cuya única intensión parece ser la de replicar un personaje que el actor irlandés ya va conociendo casi de memoria y le viene reportando una aceptable repercusión en las boleterías de todo el mundo. Igual que Bill Marks, el policía aeronáutico con problemas con la bebida en la reciente Sin escalas (2014), o Bryan Mills, el agente de la CIA retirado que no termina de asumir ni de adaptarse a su nueva situación en las dos Búsqueda implacable (2012 y 2008) —y en menor medida también el desmemoriado protagonista de Desconocido (2011)-, el ex agente de policía Matt Scudder devenido detective privado es un hombre en crisis. Comparte con Marks el alcoholismo, aunque Scudder se encuentre transitando hace años una recuperación exitosa a partir de su trabajo en una comunidad de AA (Alcohólicos Anónimos), en tanto que el dolor de ya no ser es lo que lo une a Mills. Todos cargan con situaciones familiares inestables, carecen de vínculos emocionales fuertes (aunque uno de ellos se desviva por su hija) y van por la vida arrastrando culpas y traumas con estoica abnegación. Son, en definitiva, tipos duros cuya única excusa para continuar viviendo sin volverse locos sigue siendo, en cada caso a su manera, la particular relación que mantienen con la administración de justicia. Una justicia que no necesariamente se mueve por los canales de la ley, sino mas bien todo lo contrario. 
A Scudder lo contrata un narcotraficante a quien le han secuestrado y asesinado la esposa, pero cuya actividad le impide buscar ayuda en la policía. Esa es la excusa que lo enfrentará por un lado a un par de asesinos psicóticos y por otro, a sus propios fantasmas. Caminando entre tumbas se mueve en el terreno sórdido de los bajos fondos sin escatimar en marginales de todas las calañas posibles y lo hace con una puesta en escena que pretende estilizar semejante escenario. De esa manera encuentra cierto deleite no exento de morbo en la posibilidad de hacer más o menos explícitas las atrocidades que algunas de sus criaturas cometen. Pero la película acaba volviéndose convencional incluso desde el trabajo visual, merced una fotografía que abunda en días grises azulados y noches saturadas de luces anaranjadas o amarillas, los colores obvios para connotar la sordidez. Entonces de vuelta al principio: Si algo hace que Caminando entre tumbas no se convierta en una película olvidable es la humana presencia de Neeson, quien desde sus casi dos metros y con su perfil de historieta negra consigue hacer verosímil una criatura que en otras manos hubiera devenido en caricatura.  

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

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