El estreno de Proyecto Mariposa, Historia de amor entre rejas, documental de Sergio Cucho Costantino que se proyecta hoy a las 18 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, vuelve a poner en evidencia que los años de la última dictadura militar siguen siendo un pozo sin fondo de historias por contar. Muchas de ellas horribles, habida cuenta de que el horror era huésped de honor de aquel gobierno. Pero también hay otras, impensadas y bienvenidas, que consiguen filtrar su luz entre tanta oscuridad. La película de Costantino cuenta una de esas historias que parecen inventadas, pero no: todo lo que se muestra en Proyecto Mariposa es verdad y nada más que la verdad.
Isabel Garraza, o simplemente Lina, era militante de la Juventud Peronista a mediados de los años 70, en su San Luis natal. David Mazal también, pero él era cien por ciento porteño. Ambos compartían la pasión por la militancia, un deseo de libertad, el convencimiento de que el sueño de un mundo mejor ameritaba luchar por él y un ansia desesperada por la vida. Lo compartían todo, pero cuando fueron detenidos en 1976 ni siquiera se conocían. Y todavía no habían cumplido 20 años. A Lina se la llevaron de su casa junto a Pedro y Chavela, sus padres, y a una de sus hermanas, quedando en libertad únicamente la hija menor, de 7 años de edad; a David lo detuvieron en una asamblea en un colegio secundario. Aunque permanecieron detenidos los ocho años que duró la dictadura, todos ellos forman parte del grupo de afortunados que consiguió salir con vida de aquel proceso.
A lo largo de esos años fueron trasladados a diferentes penales a lo largo del país: en 1978 David conoció al papá de Lina en el de La Plata. Poco después el régimen autorizaba a los reclusos a escribirse con sus parientes, pero sólo con ellos. Recién entonces las hermanas Garraza, que entonces permanecían en la cárcel de Devoto, pudieron comunicarse con sus padres. Pero el encierro provoca avidez: de libertad, de amigos, de amor, y pronto David comenzó a escribirse con Lina. Pero como no eran familiares debieron hacerlo a través de Pedro, quien transcribía en sus propias cartas las interminables líneas que David le dedicaba a su hija. Y Lina hacía lo propio, disimulando en las cartas a su padre las respuestas a David. Así se escribieron hasta recuperar la libertad en 1983 y recién ahí se vieron las caras por primera vez. Para entonces, sólo con palabras, David y Lina se habían enamorado para siempre.
“Conocí a David en una reunión política”, dice Costantino. “Gustavo Vaca, hoy director general de la comuna 12, me dijo ‘vos que haces películas, ahí tenés una’. Me lo señaló y me contó su historia. Me le fui al humo enseguida y ahí ya no paramos hasta hacer la película”, completa, orgulloso de contar una película de amor en tiempos de odio. Un amor que se continuó en dos hijos y que todavía sigue de pie. “Hay puñaladas que jamás cicatrizan, se infectan, y creo que Lina aún hoy no ha calmado ese dolor. Sin embargo la vida sigue”, dice el director. “El amor con David, los hijos, la lucha por la igualdad y justicia son grandes valores que encajan y se acomodan para seguir con la cara alta.”
Más allá del tema del amor nacido entre dos chicos presos, Proyecto Mariposa parece ser una película acerca del poder y el valor de las palabras. En una época en donde las palabras podían ser una condena, cuando decirlas era un riesgo, en la historia de Lina y David resultaron lo contrario: la salvación, la esperanza, un plan de escape. “Construí un mundo en imágenes lleno de palabras: palabras mudas, palabras de amor en una época donde hablar no era bueno”, define Costantino, quien considera que “como cineasta mostrar el amor sin un beso, lo invisible, era un gran desafío” y se muestra feliz de haberlo logrado. Porque más allá del contexto histórico de la película, inevitablemente político, Costantino está convencido de haber contado una historia de amor. “Hablar de su historia de amor y poner el plano político como marco fue una decisión personal hablada con ellos dos”, afirma. “En un documental podes desviar fácilmente ante tanto material y sin embargo otra vez gano el amor: el amor al cine ¡Por eso me gusta decir que es una peli de amor con Memoria!”
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
sábado, 31 de mayo de 2014
jueves, 29 de mayo de 2014
LIBRO - "Informe sobre ectoplasma animal", de Roque Larraquy y Diego Ontivero: Phantom politikón
Parece sencillo pensar parte de la historia argentina del siglo XX como una historia de fantasmas. Fácil en los papeles y hasta se puede decir que es una idea original. Sin embargo lo complicado, como siempre, es pasar del aire a la materia, del simple concepto a la complejidad del tejido textual. Concretar un libro a partir de aquella idea requería de una delicadeza, de un ingenio y un arte infrecuente. Pero el arte, espíritu celoso e infalible, sabe bien cómo elegir a sus interpretes y esta no es la excepción. Informe sobre ectoplasma animal, libro extraño firmado en tándem por el escritor Roque Larraquy y el ilustrador Diego Ontivero, es una obra inclasificable que tanto puede ser abordada desde lo literario como desde el diseño y la ilustración o, mejor todavía, como un objeto integral que, igual que un laberinto, invita a perderse entre los corredores de su relato.
Construido a partir de fragmentos que Larraquy y Ontivero han reunido en las cuatro secciones que componen el libro, Informe sobre ectoplasma animal gira alrededor de una serie de experiencias de la Sociedad Ectográfica Argentina, una organización que entre los últimos años del siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo siguiente se dedicó a estudiar las manifestaciones ectoplasmáticas, supuestas huellas que los cuerpos vivos dejan en el mundo al morir a través de esa materia invisible a simple vista. El ectoplasma sería una suerte de eco que la materia deja al desaparecer, suerte de fantasmas inertes que se empeñan en ocupar los espacios que los cuerpos transitaban durante su existencia. Los textos de Larraquy y las ilustraciones de Ontivero (que van del Art Decó al Futurismo, y que pueden saltar de cierto formalismo a otras de estilo proto digital) recrean el extraño universo científico de una época en que ciencia y mística se confabulaban para crear las disciplinas más estrafalarias.
J. Rodolfo Wilcock describió a su libro de relatos El estereoscopio de los solitarios como "una novela con setenta personajes principales que nunca llegan a conocerse". Aunque la estructura de ese libro y la de Informe sobre ectoplasma animal son distintas, hay algo de esa idea de relato único astillado, de dispersión, que ambos libros comparten. Y ese no es el único puente que se tiende entre ellos: el trabajo de Larraquy y Ontivero también parece disfrutar de generar humor a partir de connotar lo inesperado. “El Informe es un libro fragmentario, organizado a partir de una cronología no lineal, que a contrapelo de estas formas exige una lectura no dispersiva, lineal”, afirma Larraquy. “Hay una idea obstinada de construcción de mundo y una propuesta de abordaje que opera al modo de una sedimentación paulatina. Wilcock pudo haber sido una influencia importante si lo hubiera leído: tengo planes de hacerlo en lo inmediato”, completa el autor con picardía, mientras reconoce otras influencias. “Como puntos de referencia pienso en Stanislaw Lem y Theodore Sturgeon, por la representación calculada de un determinado mundo; Macedonio, Filloy y Emar, por el trabajo con el contorno de la frase; y en Vidas imaginarias de Marcel Schwob por su relación oblicua con la serie histórica”, confiesa.
La cuestión formal también es importante en un libro que combina texto con imagen y Ontivero, en tanto ilustrador, lo sabe muy bien. “Coincidimos en pensar al libro como una novela”, dice el diseñador. “Los modelos que consideramos provinieron del universo enciclopédico, de la pseudociencia de finales del siglo XIX y del análisis de la obra de artistas excepcionales como Eduardo Chillida o Alberto Giacometti. Comprender la relación de sus obras con el contexto; cómo contienen y recortan la realidad o la relación dinámica entre forma y contraforma que generan sus trabajos, estuvo muy ligada a pensar en esas obras.”
El libro ofrece bellísimas imágenes de una poesía espectral y juguetona. De qué otro modo se puede describir la idea de pensar a la gran llanura pampeana como el lecho de un viejo océano seco, en el que todavía, si se los sabe buscar, es posible hallar los espectros inmutables de cardúmenes prehistóricos. Pero lo más notable de Informe sobre ectoplasma animal radica en el modo en que los autores aprovechan el tema de estos cazafantasmas animales para trazar un mapa de la historia de los primeros golpes de estado en la Argentina, ubicando algunos de sus relatos el mismo día en que la Revolución Libertadora derroca a Perón; o los textos incluidos en la parte IV del libro, en donde las cartas que la conforman realizan una cronología tan detallada como subrepticia de la semana en que Uriburu derroca a Yrigoyen. Ninguno de estos hechos es nombrado directamente pero sobran las referencias. Descubierta la conexión es inevitable intentar una lectura que dé a las apariciones fantasmáticas un valor metáfórico de esos acontecimientos que el libro expone de manera asordinada.
“Cualquier libro que ubique su territorio narrativo en una fecha del pasado produce un efecto de diálogo con la serie histórica”, reconoce Larraquy. “Creo que la historia argentina es importante en el texto como punto de fuga, como lectura contemporánea del pasado, como apertura a un real, pero también como marca visible de una potencial lectura ideológica”, continúa y va más allá. “Me atrae trabajar desde la ficción el sincretismo entre racionalidad moderna y pensamiento mágico presente en las posiciones más reaccionarias de la historia nacional, y creo que los golpes de estado son puntos de inflexión donde este sincretismo se revela en toda su intensidad, bajo un sino trágico.”
En ese sentido, el libro encuentra un brillante paralelismo entre el destino de esa Sociedad Ectográfica y el de la Argentina: “Buscamos construir un modelo institucional en escala, el de la Sociedad Ectográfica, que se extingue en consonancia con las instituciones del estado y la democracia; no se trata de una relación directa, sino de un procedimiento que, atravesado por un cierto sentido del humor (no sé si el libro contiene elementos de absurdo) permite un acceso desacralizado a toda una serie de temas con resonancia política propia: la construcción de normativas y hábitos institucionales, las relaciones con el poder, las conspiraciones.” Lo dicho: Informe sobre ectoplasma animal es una respuesta inesperada a aquellos que no se cansan de ver fantasmas en la historia argentina.
Versión ampliada del artículo publicado originalmente en las sección Cultura de Tiempo Argentino.
Construido a partir de fragmentos que Larraquy y Ontivero han reunido en las cuatro secciones que componen el libro, Informe sobre ectoplasma animal gira alrededor de una serie de experiencias de la Sociedad Ectográfica Argentina, una organización que entre los últimos años del siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo siguiente se dedicó a estudiar las manifestaciones ectoplasmáticas, supuestas huellas que los cuerpos vivos dejan en el mundo al morir a través de esa materia invisible a simple vista. El ectoplasma sería una suerte de eco que la materia deja al desaparecer, suerte de fantasmas inertes que se empeñan en ocupar los espacios que los cuerpos transitaban durante su existencia. Los textos de Larraquy y las ilustraciones de Ontivero (que van del Art Decó al Futurismo, y que pueden saltar de cierto formalismo a otras de estilo proto digital) recrean el extraño universo científico de una época en que ciencia y mística se confabulaban para crear las disciplinas más estrafalarias.
J. Rodolfo Wilcock describió a su libro de relatos El estereoscopio de los solitarios como "una novela con setenta personajes principales que nunca llegan a conocerse". Aunque la estructura de ese libro y la de Informe sobre ectoplasma animal son distintas, hay algo de esa idea de relato único astillado, de dispersión, que ambos libros comparten. Y ese no es el único puente que se tiende entre ellos: el trabajo de Larraquy y Ontivero también parece disfrutar de generar humor a partir de connotar lo inesperado. “El Informe es un libro fragmentario, organizado a partir de una cronología no lineal, que a contrapelo de estas formas exige una lectura no dispersiva, lineal”, afirma Larraquy. “Hay una idea obstinada de construcción de mundo y una propuesta de abordaje que opera al modo de una sedimentación paulatina. Wilcock pudo haber sido una influencia importante si lo hubiera leído: tengo planes de hacerlo en lo inmediato”, completa el autor con picardía, mientras reconoce otras influencias. “Como puntos de referencia pienso en Stanislaw Lem y Theodore Sturgeon, por la representación calculada de un determinado mundo; Macedonio, Filloy y Emar, por el trabajo con el contorno de la frase; y en Vidas imaginarias de Marcel Schwob por su relación oblicua con la serie histórica”, confiesa.
La cuestión formal también es importante en un libro que combina texto con imagen y Ontivero, en tanto ilustrador, lo sabe muy bien. “Coincidimos en pensar al libro como una novela”, dice el diseñador. “Los modelos que consideramos provinieron del universo enciclopédico, de la pseudociencia de finales del siglo XIX y del análisis de la obra de artistas excepcionales como Eduardo Chillida o Alberto Giacometti. Comprender la relación de sus obras con el contexto; cómo contienen y recortan la realidad o la relación dinámica entre forma y contraforma que generan sus trabajos, estuvo muy ligada a pensar en esas obras.”
El libro ofrece bellísimas imágenes de una poesía espectral y juguetona. De qué otro modo se puede describir la idea de pensar a la gran llanura pampeana como el lecho de un viejo océano seco, en el que todavía, si se los sabe buscar, es posible hallar los espectros inmutables de cardúmenes prehistóricos. Pero lo más notable de Informe sobre ectoplasma animal radica en el modo en que los autores aprovechan el tema de estos cazafantasmas animales para trazar un mapa de la historia de los primeros golpes de estado en la Argentina, ubicando algunos de sus relatos el mismo día en que la Revolución Libertadora derroca a Perón; o los textos incluidos en la parte IV del libro, en donde las cartas que la conforman realizan una cronología tan detallada como subrepticia de la semana en que Uriburu derroca a Yrigoyen. Ninguno de estos hechos es nombrado directamente pero sobran las referencias. Descubierta la conexión es inevitable intentar una lectura que dé a las apariciones fantasmáticas un valor metáfórico de esos acontecimientos que el libro expone de manera asordinada.
“Cualquier libro que ubique su territorio narrativo en una fecha del pasado produce un efecto de diálogo con la serie histórica”, reconoce Larraquy. “Creo que la historia argentina es importante en el texto como punto de fuga, como lectura contemporánea del pasado, como apertura a un real, pero también como marca visible de una potencial lectura ideológica”, continúa y va más allá. “Me atrae trabajar desde la ficción el sincretismo entre racionalidad moderna y pensamiento mágico presente en las posiciones más reaccionarias de la historia nacional, y creo que los golpes de estado son puntos de inflexión donde este sincretismo se revela en toda su intensidad, bajo un sino trágico.”
En ese sentido, el libro encuentra un brillante paralelismo entre el destino de esa Sociedad Ectográfica y el de la Argentina: “Buscamos construir un modelo institucional en escala, el de la Sociedad Ectográfica, que se extingue en consonancia con las instituciones del estado y la democracia; no se trata de una relación directa, sino de un procedimiento que, atravesado por un cierto sentido del humor (no sé si el libro contiene elementos de absurdo) permite un acceso desacralizado a toda una serie de temas con resonancia política propia: la construcción de normativas y hábitos institucionales, las relaciones con el poder, las conspiraciones.” Lo dicho: Informe sobre ectoplasma animal es una respuesta inesperada a aquellos que no se cansan de ver fantasmas en la historia argentina.
Versión ampliada del artículo publicado originalmente en las sección Cultura de Tiempo Argentino.
CINE - "Maravilla, la película", de Juan Pablo Cadaveira: Peleas y negocios
Apenas faltan diez días para que el argentino Sergio “Maravilla” Martínez defienda por segunda vez su corona de campeón del mundo de boxeo en la categoría de los pesos medianos. La misma en donde reinaron los enormes Carlos Monzón y Marvin Hagler (a quien también apodaban Maravilla), la más importante en la tradición de ese deporte después de la de los pesados. Y curiosamente es el cine el infrecuente espacio desde donde se comienza a generar expectativa. ¿O será casualidad que el documental Maravilla, la película, de Juan Pablo Cadaveira, se estrene justo ahora? Sin dudas, no. Y es el desarrollo mismo de la película el que permite confirmarlo.
La carrera de Maravilla no ha sido fácil, aunque su talento dejara suponer desde sus primeras peleas que se estaba en presencia de un boxeador con futuro. El mismo que, ojalá no demasiado tarde, por fin tendrá su pelea más exigente ante Miguel Cotto nada menos que en el Madison Square Garden de Nueva York. El trabajo de Cadaveira es eficiente en ciertos puntos, como mostrar la cinematográfica pelea de Maravilla contra Chávez Jr. desde la intimidad de la propia familia del campeón. O al reconstruir el duro recorrido (desocupación en los flexibilizados ’90 y emigración poscrisis del 2001 incluidas) que debió realizar antes de recibir el unánime y merecido reconocimiento del que goza en la actualidad. También es impactante rever algunos highlights de sus grandes peleas en pantalla gigante: el estilo vistoso de Maravilla luce estupendamente en el cine y deja en claro que no hay ninguna película que desde la ficción haya conseguido reconstruir de manera realista la épica carnal del boxeo. Después de ver la realidad magnificada, no hay Rocky ni Toro Salvaje que valgan sobre el ring.
Sin embargo, lejos del estilo plástico e impredecible de Maravilla como boxeador, el documental de Cadaveira es demasiado trasparente respecto de sus intenciones, rígido y lineal en su estructura, y su eficacia decae a la hora de jugar a denunciar los manejos irregulares que cualquiera intuye son moneda corriente en el boxeo, simplemente porque no hay ninguna denuncia. Es cierto que el director no presenta su trabajo como una investigación sobre la corrupción en este deporte. Aun así, resulta contradictorio subrayar las tramoyas de las que se valen las asociaciones de boxeo pensando antes en el negocio que en los deportistas, en un film que a veces da la impresión de ser una pieza de promoción para sostener a Martínez como un producto exitoso dentro de ese mismo dirty business. De hecho, la película registra los diferentes esfuerzos extradeportivos del protagonista y su entorno por transformar a un pugilista notable y poco popular –talón de Aquiles que le costó perder su título fuera de la arena en 2010– en una marca vendedora. Que uno de los productores del documental sea Lou DiBella, promotor boxístico de Maravilla, resulta una evidencia significativa en relación con esa idea. Nada nuevo en un deporte en donde no pocas veces las peleas se empiezan a ganar haciendo ruido, mucho antes del primer campanazo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
La carrera de Maravilla no ha sido fácil, aunque su talento dejara suponer desde sus primeras peleas que se estaba en presencia de un boxeador con futuro. El mismo que, ojalá no demasiado tarde, por fin tendrá su pelea más exigente ante Miguel Cotto nada menos que en el Madison Square Garden de Nueva York. El trabajo de Cadaveira es eficiente en ciertos puntos, como mostrar la cinematográfica pelea de Maravilla contra Chávez Jr. desde la intimidad de la propia familia del campeón. O al reconstruir el duro recorrido (desocupación en los flexibilizados ’90 y emigración poscrisis del 2001 incluidas) que debió realizar antes de recibir el unánime y merecido reconocimiento del que goza en la actualidad. También es impactante rever algunos highlights de sus grandes peleas en pantalla gigante: el estilo vistoso de Maravilla luce estupendamente en el cine y deja en claro que no hay ninguna película que desde la ficción haya conseguido reconstruir de manera realista la épica carnal del boxeo. Después de ver la realidad magnificada, no hay Rocky ni Toro Salvaje que valgan sobre el ring.
Sin embargo, lejos del estilo plástico e impredecible de Maravilla como boxeador, el documental de Cadaveira es demasiado trasparente respecto de sus intenciones, rígido y lineal en su estructura, y su eficacia decae a la hora de jugar a denunciar los manejos irregulares que cualquiera intuye son moneda corriente en el boxeo, simplemente porque no hay ninguna denuncia. Es cierto que el director no presenta su trabajo como una investigación sobre la corrupción en este deporte. Aun así, resulta contradictorio subrayar las tramoyas de las que se valen las asociaciones de boxeo pensando antes en el negocio que en los deportistas, en un film que a veces da la impresión de ser una pieza de promoción para sostener a Martínez como un producto exitoso dentro de ese mismo dirty business. De hecho, la película registra los diferentes esfuerzos extradeportivos del protagonista y su entorno por transformar a un pugilista notable y poco popular –talón de Aquiles que le costó perder su título fuera de la arena en 2010– en una marca vendedora. Que uno de los productores del documental sea Lou DiBella, promotor boxístico de Maravilla, resulta una evidencia significativa en relación con esa idea. Nada nuevo en un deporte en donde no pocas veces las peleas se empiezan a ganar haciendo ruido, mucho antes del primer campanazo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
domingo, 25 de mayo de 2014
IMAGEN ESCRITA - Robando palabras acerca del fuego
La palabra es un bicho resbaloso y movedizo, al que solamente es posible atrapar si se deja. No es raro que esa actitud provoque el resentimiento de miles de amantes despechados. Por eso a veces es necesario hacer trampa, engañarla, vengarse de ella robándole a otros el fruto de su amor. Esta es una de esas veces, pero no cualquiera: es mi primera vez, mi debut como flagrante plagiador. Sin embargo debo agregar a mi favor, como suelen decir los que no tienen ningún escrúpulo, que el que avisa no traiciona. Ahí va:
"Intentá prender fuego la noche, porque el momento de dudar ya pasó y no queda tiempo para revolcarse en el barro. Por eso, chiquita, dame fuego, dame, dame grandes bolas de fuego. Soy madera que ya no enciende, ceniza que nadie junta, un llanto más. Por eso en la noche larga, dale chiquita: vení a prenderme fuego. Vos me sacudís los nervios, me revolvés la cabeza. Vos rompiste mi voluntad. Por eso agárrame fuerte, chiquita, y por mandato divino te pido que enciendas mi fuego. Sí, sabes bien de qué te estoy hablando: de que tengo solamente un deseo rabioso, de que me permitas arrimarme a tu fuego. El amor es un objeto agobiante atravesado por ese deseo salvaje. Y ahora caí, caí, caí en tu anillo de fuego y entonces, chiquita, te pido por gracia divina: dame gas, dame fuego, dame eso que deseo. Hay un trabajo pendiente y yo soy el indicado, un viento sin rumbo, un gemido profundo y entonces, chiquita, vení a saltar en el fuego. Ya sé que dije muchas veces que venía el lobo, pero esta vez no estoy mintiendo. Ahora que lo sabés no juegues conmigo, porque estás jugando con fuego. Y no voy a quemarme sin antes pelear.
Fuego, fuego, fuego, fuego."
Artículo originalmente publicado en la contratapa del suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
"Intentá prender fuego la noche, porque el momento de dudar ya pasó y no queda tiempo para revolcarse en el barro. Por eso, chiquita, dame fuego, dame, dame grandes bolas de fuego. Soy madera que ya no enciende, ceniza que nadie junta, un llanto más. Por eso en la noche larga, dale chiquita: vení a prenderme fuego. Vos me sacudís los nervios, me revolvés la cabeza. Vos rompiste mi voluntad. Por eso agárrame fuerte, chiquita, y por mandato divino te pido que enciendas mi fuego. Sí, sabes bien de qué te estoy hablando: de que tengo solamente un deseo rabioso, de que me permitas arrimarme a tu fuego. El amor es un objeto agobiante atravesado por ese deseo salvaje. Y ahora caí, caí, caí en tu anillo de fuego y entonces, chiquita, te pido por gracia divina: dame gas, dame fuego, dame eso que deseo. Hay un trabajo pendiente y yo soy el indicado, un viento sin rumbo, un gemido profundo y entonces, chiquita, vení a saltar en el fuego. Ya sé que dije muchas veces que venía el lobo, pero esta vez no estoy mintiendo. Ahora que lo sabés no juegues conmigo, porque estás jugando con fuego. Y no voy a quemarme sin antes pelear.
Fuego, fuego, fuego, fuego."
Artículo originalmente publicado en la contratapa del suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
viernes, 23 de mayo de 2014
CINE - "Fango", de José Celestino Campusano: Historias de orilleros, malandras y thrash metal
Hay directores argentinos que filman como europeos y otros que aspiran a hacerlo como norteame- ricanos. Los que parecen filmar a la carta para el paladar de los programadores internacionales, otros que directamente parecen hacerlo pensando en BAFICI y el que sin disimulo se apuesta a sí mismo como candidato a un Oscar. Los que filman como buscando algo y los que sólo lo hacen frente al espejo. Directores de documentales, de cine de género, ensayistas, “auteurs”. Hay grandes y pequeños directores. Y está Campusano. No se trata de que sus películas salgan de un repollo, mucho menos que las haya traído la cigüeña, porque si de algún lado no vienen es de París. Tampoco significa que su trabajo no tenga antepasados ni parientes cercanos: ahí está las obras de Leonardo Favio e incluso la de John Ford para reclamar una paternidad ideológica, espiritual y a ratos también estética; o el antecedente inmediato del prolífico Raúl Perrone en el papel de hermano apenas mayor. Todo eso es cierto. Pero así y todo, con los elogios u objeciones que se le pueden hacer, es innegable que José Celestino Campusano es un número primo del cine.
Cada una de sus películas representó un golpe para la cinefilia, porque si algo no ha hecho Campusano es correr detrás del público: fue el espectador quien debió reeducarse para no quedar afuera. Tanto Vil Romance (2008) como Vikingo (2009), por hablar de sus trabajos de ficción, cosecharon de todo menos indiferencia. Pero incluso quienes hoy militan con fervor evangélico en su favor debieron superar antes los obstáculos que suponen una producción de emergencia, actores sin formación, diálogos que muchas veces no suenan naturales e historias cuyos protagonistas no sólo son otros sino que representan, sin vueltas, a un otro social cuya existencia real carga con el estigma del miedo ajeno. Obstáculos nada sencillos para quienes formaron su mirada con el cine clásico norteamericano como patrón (la mayoría). Fango es la tercera película de Campusano (pero no la última: la épica Fantasmas de la ruta todavía no tiene fecha de estreno) y representa un nuevo paso con el que, aunque parezca increíble, ha conseguido ir todavía más allá.
Si bien puede pensarse como western, en Fango hay un orden social anárquico en el que ni siquiera existe una figura formal para representar la ley. Acá no hay sheriff, centro simbólico que en Vikingo de algún modo ocupaba el protagonista, y entonces todo es más desolador: cada uno está en el mundo por su cuenta y debe rebuscársela como puede para sobrevivir. La ausencia de un protagonista excluyente hace que Fango sea una película más coral, rasgo que se profundizó en Fantasmas de la ruta. Eso no significa que no haya personajes fuertes: los hay, y entre ellos se destacan dos. Por un lado el Brujo, veterano del heavy metal que con su amigo el Indio aspira a formar una banda que fusione thrash metal con tango. Por otro Nadia, una chica de barrio, sensible y temperamental, que no duda en hacer lo que sea por los suyos. Dos antihéroes recorriendo el mismo camino en direcciones opuestas, destinados a chocar. Ella representa un elemento novedoso, teniendo en cuenta que los universos de Campusano suelen regirse por la ley del más fuerte. A pesar de no actuar por fuera de esa norma de esencia viril, Nadia es una mujer, con preocupaciones y problemas genuinamente femeninos y su presencia enriquece el universo del director.
El escenario, en cambio, vuelve a ser el mismo. Un espacio que al espectador de clase media/ alta le resulta exótico, peligroso, ajeno, como si se tratara de otro país y hasta de otro planeta. Un mundo habitado por alienígenas de verdad, cuya invasión profetizan a diario los informativos radiales y los canales de noticias: marginales, descastados, lúmpenes. Pobres y laburantes. Pero aunque para el cine ese otro mundo sea una rareza, hoy en día la mayoría de los argentinos habitan ese limbo en la frontera entre lo urbano y lo rural, entre la supervivencia y la miseria. Campusano filma otra vez una Argentina negada, escondida, rabiosamente real, pero sin pretensión documental. Porque Fango y todas sus películas son bien conscientes de ser lo que son: ficciones. Y justamente es esa palabra (Ficciones) la que remite a un vínculo inesperado: a Borges. Y es que tal vez no ha habido ningún artista después de Borges tan preocupado por abordar desde la ficción ese universo de orilleros, cuchilleros, renegados y matreros como Campusano. Entonces, sin aviso, el héroe de la alta cultura nacional y el cineasta más popular del cine argentino confluyen en un Aleph ubicado al sur del paraíso, para contar -uno con la cabeza, el otro desde las tripas- historias de arrabales y bajos fondos.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Cada una de sus películas representó un golpe para la cinefilia, porque si algo no ha hecho Campusano es correr detrás del público: fue el espectador quien debió reeducarse para no quedar afuera. Tanto Vil Romance (2008) como Vikingo (2009), por hablar de sus trabajos de ficción, cosecharon de todo menos indiferencia. Pero incluso quienes hoy militan con fervor evangélico en su favor debieron superar antes los obstáculos que suponen una producción de emergencia, actores sin formación, diálogos que muchas veces no suenan naturales e historias cuyos protagonistas no sólo son otros sino que representan, sin vueltas, a un otro social cuya existencia real carga con el estigma del miedo ajeno. Obstáculos nada sencillos para quienes formaron su mirada con el cine clásico norteamericano como patrón (la mayoría). Fango es la tercera película de Campusano (pero no la última: la épica Fantasmas de la ruta todavía no tiene fecha de estreno) y representa un nuevo paso con el que, aunque parezca increíble, ha conseguido ir todavía más allá.
Si bien puede pensarse como western, en Fango hay un orden social anárquico en el que ni siquiera existe una figura formal para representar la ley. Acá no hay sheriff, centro simbólico que en Vikingo de algún modo ocupaba el protagonista, y entonces todo es más desolador: cada uno está en el mundo por su cuenta y debe rebuscársela como puede para sobrevivir. La ausencia de un protagonista excluyente hace que Fango sea una película más coral, rasgo que se profundizó en Fantasmas de la ruta. Eso no significa que no haya personajes fuertes: los hay, y entre ellos se destacan dos. Por un lado el Brujo, veterano del heavy metal que con su amigo el Indio aspira a formar una banda que fusione thrash metal con tango. Por otro Nadia, una chica de barrio, sensible y temperamental, que no duda en hacer lo que sea por los suyos. Dos antihéroes recorriendo el mismo camino en direcciones opuestas, destinados a chocar. Ella representa un elemento novedoso, teniendo en cuenta que los universos de Campusano suelen regirse por la ley del más fuerte. A pesar de no actuar por fuera de esa norma de esencia viril, Nadia es una mujer, con preocupaciones y problemas genuinamente femeninos y su presencia enriquece el universo del director.
El escenario, en cambio, vuelve a ser el mismo. Un espacio que al espectador de clase media/ alta le resulta exótico, peligroso, ajeno, como si se tratara de otro país y hasta de otro planeta. Un mundo habitado por alienígenas de verdad, cuya invasión profetizan a diario los informativos radiales y los canales de noticias: marginales, descastados, lúmpenes. Pobres y laburantes. Pero aunque para el cine ese otro mundo sea una rareza, hoy en día la mayoría de los argentinos habitan ese limbo en la frontera entre lo urbano y lo rural, entre la supervivencia y la miseria. Campusano filma otra vez una Argentina negada, escondida, rabiosamente real, pero sin pretensión documental. Porque Fango y todas sus películas son bien conscientes de ser lo que son: ficciones. Y justamente es esa palabra (Ficciones) la que remite a un vínculo inesperado: a Borges. Y es que tal vez no ha habido ningún artista después de Borges tan preocupado por abordar desde la ficción ese universo de orilleros, cuchilleros, renegados y matreros como Campusano. Entonces, sin aviso, el héroe de la alta cultura nacional y el cineasta más popular del cine argentino confluyen en un Aleph ubicado al sur del paraíso, para contar -uno con la cabeza, el otro desde las tripas- historias de arrabales y bajos fondos.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
sábado, 17 de mayo de 2014
CINE - "Carta a un padre", de Edgardo Cozarinsky: Fantasmas en el camino
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, /
lleno de aventuras, lleno de experiencias.” Con estos versos comienza Ítaca, uno de los poemas más conocidos del griego Constantin Kavafis. En ellos también parece resumirse el espíritu de Carta a un padre, último trabajo de Edgardo Cozarinsky, en el que el autor va tras los pasos de su padre al que siente (y lamenta) no haber conocido bien. En el poema, la mítica isla es a la vez un pasado y un destino deseado y manifiesto para un protagonista obvio que el poeta no necesita mencionar. Lo mismo hace Cozarinsky: “Viví 30 años en París, viajé mucho, pero no conozco Entre Ríos” es lo primero que dice la voz del director, dejando claro cuál es la Ítaca de Carta a un padre.
Como ocurre en otros documentales de búsqueda doméstica, en los que los protagonistas demandan de ciertas figuras fuertes del entorno familiar respuestas que no necesariamente tendrán, Carta a un padre se sostiene en la ilusión de cerrar desde el presente algunas puertas que el tiempo dejó abiertas. El cine, de quien oportunamente se ha dicho que es “el arte de esculpir el tiempo”, se ofrece entonces como herramienta ideal para semejante empresa; y Cozarinsky, que también es escritor, encuentra en la palabra el complemento perfecto para llevarla adelante. Con ellas construye la que tal vez sea la mejor sinopsis de su película: “Mi padre murió cuando yo tenía 20 años. Me quedaron tantas preguntas por hacerle. Pero las cosas que entonces no me interesaban son las únicas que hoy me interesan”. En busca de esas respuestas comienza la travesía.
“Me pregunto qué nos lleva a conservar cosas que sabemos destinadas a desaparecer”, dice mientras ofrece un desfile que incluye fotos y postales, un cuchillo ritual japonés, algunas cartas. Objetos que son parte de una liturgia destinada a conjurar el olvido. Curiosamente, la misma idea también aparece como disparador del primer libro de relatos de Cozarinsky, Vudú urbano (1984), en donde un viejo pasaje de avión amontonado en una caja repleta de recuerdos funciona como ticket de regreso hacia un pasado que debe y necesita ser revisitado. Como si se tratara de un banco de memoria, esos objetos acumulados son también el puerto de partida de Carta a un padre. A través de ellos Cozarinsky reconstruye la llegada a Entre Ríos de su familia en 1895, proveniente de Ucrania; la decisión de su padre de dejar la provincia para ingresar a la Armada y embarcarse, recorriendo a la inversa el camino de sus padres; e incluso su propio viaje a Entre Ríos que es el eje de la película, volviendo él también sobre los pasos del suyo.
Entre tantos objetos fantasmales, la figura del director es apenas un perfil fugaz en la ventana de un auto; la sombra sobre un camino de tierra; unas manos que entran a cuadro como pidiendo permiso, para mostrar ese cuchillo o esas fotos. Una voz que frente a la tumba de su abuelo lee la carta que este le escribió a su hijo, escena en la que las tres generaciones se reúnen con el cine como médium. Palabra e imagen son dos universos que, como se ve, se encuentran enlazados en la obra de Cozarinsky. Por eso no parece casual que el tema de la búsqueda paterna aparezca en un film urdido poco después de publicar La tercera mañana, una de sus últimas novelas, en cuyas páginas finales el protagonista cree ver concretado su deseo de ser padre. ¿Realmente esta búsqueda de hijo estará alimentada por la idea de la propia paternidad que emergía en el final de esa novela de 2010? La película no responde la pregunta, pero la tensión entre cine y literatura que el mismo director propone cuando se declara un habitante de ambos mundos, permite conjeturar que a una empresa de tan íntimo linaje sólo pueda corresponderle un motor de índole y peso simbólico similar.
Nieto de un hombre que atravesó medio planeta en barco en busca de la Tierra Prometida del Barón Hirsch; hijo de un marino que casi dio la vuelta al mundo detrás de vaya a saber qué misterio. Él mismo viajero infatigable, no es raro que Cozarinsky reitere el itinerario de otro navegante aventurero, Odiseo, ambos regresando en busca de un paraíso familiar que el tiempo ha borroneado. “Si al volver la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has hecho, con tanta experiencia, / entenderás qué significan las Ítacas”. Los últimos versos del poema de Kavafis y el final de la película dialogan otra vez. “Llego al final del viaje con las preguntas intactas”, dice el director a poco de cerrar el recorrido que lo llevó a la deriva por las veladas aguas de un pasado propio pero ignorado, al que las certezas no alcanzan a iluminar del todo. Como si acá también gobernaran las leyes del policial, en Carta a un padre el protagonista está condenado a no resolver el misterio y conformarse sólo con descubrir en el camino algo acerca de sí mismo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Como ocurre en otros documentales de búsqueda doméstica, en los que los protagonistas demandan de ciertas figuras fuertes del entorno familiar respuestas que no necesariamente tendrán, Carta a un padre se sostiene en la ilusión de cerrar desde el presente algunas puertas que el tiempo dejó abiertas. El cine, de quien oportunamente se ha dicho que es “el arte de esculpir el tiempo”, se ofrece entonces como herramienta ideal para semejante empresa; y Cozarinsky, que también es escritor, encuentra en la palabra el complemento perfecto para llevarla adelante. Con ellas construye la que tal vez sea la mejor sinopsis de su película: “Mi padre murió cuando yo tenía 20 años. Me quedaron tantas preguntas por hacerle. Pero las cosas que entonces no me interesaban son las únicas que hoy me interesan”. En busca de esas respuestas comienza la travesía.
“Me pregunto qué nos lleva a conservar cosas que sabemos destinadas a desaparecer”, dice mientras ofrece un desfile que incluye fotos y postales, un cuchillo ritual japonés, algunas cartas. Objetos que son parte de una liturgia destinada a conjurar el olvido. Curiosamente, la misma idea también aparece como disparador del primer libro de relatos de Cozarinsky, Vudú urbano (1984), en donde un viejo pasaje de avión amontonado en una caja repleta de recuerdos funciona como ticket de regreso hacia un pasado que debe y necesita ser revisitado. Como si se tratara de un banco de memoria, esos objetos acumulados son también el puerto de partida de Carta a un padre. A través de ellos Cozarinsky reconstruye la llegada a Entre Ríos de su familia en 1895, proveniente de Ucrania; la decisión de su padre de dejar la provincia para ingresar a la Armada y embarcarse, recorriendo a la inversa el camino de sus padres; e incluso su propio viaje a Entre Ríos que es el eje de la película, volviendo él también sobre los pasos del suyo.
Entre tantos objetos fantasmales, la figura del director es apenas un perfil fugaz en la ventana de un auto; la sombra sobre un camino de tierra; unas manos que entran a cuadro como pidiendo permiso, para mostrar ese cuchillo o esas fotos. Una voz que frente a la tumba de su abuelo lee la carta que este le escribió a su hijo, escena en la que las tres generaciones se reúnen con el cine como médium. Palabra e imagen son dos universos que, como se ve, se encuentran enlazados en la obra de Cozarinsky. Por eso no parece casual que el tema de la búsqueda paterna aparezca en un film urdido poco después de publicar La tercera mañana, una de sus últimas novelas, en cuyas páginas finales el protagonista cree ver concretado su deseo de ser padre. ¿Realmente esta búsqueda de hijo estará alimentada por la idea de la propia paternidad que emergía en el final de esa novela de 2010? La película no responde la pregunta, pero la tensión entre cine y literatura que el mismo director propone cuando se declara un habitante de ambos mundos, permite conjeturar que a una empresa de tan íntimo linaje sólo pueda corresponderle un motor de índole y peso simbólico similar.
Nieto de un hombre que atravesó medio planeta en barco en busca de la Tierra Prometida del Barón Hirsch; hijo de un marino que casi dio la vuelta al mundo detrás de vaya a saber qué misterio. Él mismo viajero infatigable, no es raro que Cozarinsky reitere el itinerario de otro navegante aventurero, Odiseo, ambos regresando en busca de un paraíso familiar que el tiempo ha borroneado. “Si al volver la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has hecho, con tanta experiencia, / entenderás qué significan las Ítacas”. Los últimos versos del poema de Kavafis y el final de la película dialogan otra vez. “Llego al final del viaje con las preguntas intactas”, dice el director a poco de cerrar el recorrido que lo llevó a la deriva por las veladas aguas de un pasado propio pero ignorado, al que las certezas no alcanzan a iluminar del todo. Como si acá también gobernaran las leyes del policial, en Carta a un padre el protagonista está condenado a no resolver el misterio y conformarse sólo con descubrir en el camino algo acerca de sí mismo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
jueves, 15 de mayo de 2014
CINE - "No se aceptan devoluciones", de Eugenio Derbez: Crimen de lesa cinematografía
Dirigida y protagonizada por el comediante mexicano Eugenio Derbez, No se aceptan devoluciones es uno de esos casos en los que la fama (o el prontuario) precede al sujeto. Se trata de la película latinoamericana más vista en los Estados Unidos en toda la historia del cine, un dato nada despreciable, aunque en una crítica ese tipo de detalles importen tan poco como al film de Derbez parece importarle lo que la crítica pueda decir de él. En todo caso, es un tema que debe debatirse en otros (y mayores) espacios.
No se aceptan devoluciones no es otra cosa que un cadáver exquisito en el que es posible encontrar mil y una fórmulas ya probadas con éxito e institucionalizadas en todo el mundo a través de centenares de películas y productos televisivos. La historia del vago irresponsable que de forma inesperada debe hacerse cargo de un bebé, es tanto o más vieja que el cine. Una ocurrencia que suele rematarse con el retorno de la madre que, años después, cuando hombre y niño/a ya se han convertido en una pareja encantadora, vuelve hecha una bruja para reclamar lo que le pertenece. De Chaplin para acá, cineastas de todos los colores han realizado variaciones de esa idea, en un ciclo de repeticiones que parece nunca llegar al hartazgo.
Mezcla de novelón lacrimógeno de esos que interpretaba Andrea del Boca antes de cumplir los 12, con comedia sensiblera en la que el protagonista choca contra una cultura ajena (basta recordar Un argentino en Nueva York, de J.J. Jusid), No se aceptan devoluciones no muestra nunca el menor atisbo de vergüenza, ni propia ni ajena, por su pereza manifiesta. Por el contrario elige narrar a través de un humor elemental y pocas veces noble, camino por el cual consigue pocos y modestos momentos de gracia genuina. Lo grave es que esa desidia, como se ha dicho, es producto de una elección, un recurso de marketing, una estrategia “creativa”. Porque Derbez (a quien algunos reconocerán como el fan trainer que le lava la boca al Tano Pasman en una publicidad de pasta dental) sabe bien que haciendo llorar o reír a una niña bonita en cámara; repartiendo patadas para todos, de esas que buscan impactar una y otra vez las zonas blandas en los momentos precisos; y sobre todo, apelando a estrujar el corazón de sus compatriotas en la diáspora, tiene el negocio servido. Es justamente ese accionar a conciencia lo que hace de su película un crimen imperdonable de lesa cinematografía.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
No se aceptan devoluciones no es otra cosa que un cadáver exquisito en el que es posible encontrar mil y una fórmulas ya probadas con éxito e institucionalizadas en todo el mundo a través de centenares de películas y productos televisivos. La historia del vago irresponsable que de forma inesperada debe hacerse cargo de un bebé, es tanto o más vieja que el cine. Una ocurrencia que suele rematarse con el retorno de la madre que, años después, cuando hombre y niño/a ya se han convertido en una pareja encantadora, vuelve hecha una bruja para reclamar lo que le pertenece. De Chaplin para acá, cineastas de todos los colores han realizado variaciones de esa idea, en un ciclo de repeticiones que parece nunca llegar al hartazgo.
Mezcla de novelón lacrimógeno de esos que interpretaba Andrea del Boca antes de cumplir los 12, con comedia sensiblera en la que el protagonista choca contra una cultura ajena (basta recordar Un argentino en Nueva York, de J.J. Jusid), No se aceptan devoluciones no muestra nunca el menor atisbo de vergüenza, ni propia ni ajena, por su pereza manifiesta. Por el contrario elige narrar a través de un humor elemental y pocas veces noble, camino por el cual consigue pocos y modestos momentos de gracia genuina. Lo grave es que esa desidia, como se ha dicho, es producto de una elección, un recurso de marketing, una estrategia “creativa”. Porque Derbez (a quien algunos reconocerán como el fan trainer que le lava la boca al Tano Pasman en una publicidad de pasta dental) sabe bien que haciendo llorar o reír a una niña bonita en cámara; repartiendo patadas para todos, de esas que buscan impactar una y otra vez las zonas blandas en los momentos precisos; y sobre todo, apelando a estrujar el corazón de sus compatriotas en la diáspora, tiene el negocio servido. Es justamente ese accionar a conciencia lo que hace de su película un crimen imperdonable de lesa cinematografía.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
viernes, 9 de mayo de 2014
LIBROS - Waldhuter ofrece en la Feria más de seis mil libros inéditos en la Argentina
No está mal pensar en la Feria del Libro como se piensa una obra literaria: pudiendo comprobar en ella la riqueza de lo que ofrecen sus expositores, es imposible no pensar en todo lo que falta, en aquellos libros que, por el motivo que sea, no han llegado a editarse en el país. Las abuelas dirían que se trata del lamento del que tiene la panza llena; tan cierto que para los verdaderos amantes de la lectura no hay libros que alcancen. Para ellos, este año el stand de Waldhuter vuelve a presentarse como la tierra prometida.
Waldhuter es una distribuidora que gestiona en la Argentina los catálogos de prestigiosos sellos españoles y de América Latina, ofreciendo más de 6000 títulos que de otro modo serían inconseguibles. Más de un millar son novedades. Las españolas Acantilado, Atalanta, Alpha Decay, Impedimenta, Libros del Asteroide, Nórdica y Periférica son parte de las casas editoras representadas. Pero también Cuarto Propio, Metales Pesados, Tajamar y Diego Portales de Chile, o Almadia y Red Altexto, ambas de México. "Nuestro objetivo es hacer llegar a las librerías proyectos editoriales nuevos, con ediciones cuidadas tanto en lo que refiere a contenido como al diseño", afirma Gabriel Waldhuter, responsable de la distribuidora. "Realizamos la distribución de forma ‘artesanal’, es decir que nos dedicamos a personalizar la entrega: seleccionamos los títulos a partir de las características de cada librería."
–¿Cómo llegan a ese criterio de selección?
–Para nosotros es importante tener un ida y vuelta con el editor, conocer cuál es el proyecto editorial que publicará durante el año, la cantidad de novedades, autores.
–¿Por qué esos títulos no tienen ediciones nacionales?
–El motivo principal es que no se trata de best sellers. Son títulos que el editor español, mexicano o chileno imprime en su país, pensando en su mercado y también en el mercado hispanohablante. En su gran mayoría se trata de tiradas de 1000 a 1500 unidades. En muchos casos la cantidad que traemos no supera los cinco ejemplares por título: hacer tiradas locales de estos libros no sería viable comercialmente.
–¿Qué problemas involucra trabajar con ediciones extranjeras?
–Digamos que en estos momentos es un problema, aunque nosotros hemos ingresado nuestros pedidos con total normalidad y tiempo a través de los convenios de importación que tienen la Cámara Argentina del Libro y la Secretaria de Comercio de la Nación. Más allá de lo comercial, el libro es la herramienta fundamental en la formación y transformación de una sociedad. Por lo tanto, consideramos que debería tener libre circulación en el mercado hispanohablante, y con esto me refiero a la posibilidad de importación, es decir, de circulación de libros producidos por editoriales extranjeras y no a la importación de industria gráfica (es decir, de editoriales argentinas que imprimen fuera del país), que es otro asunto.
–¿Realizan trabajo como editores?
–Sí, el sello se llama Waldhuter Editores. Nos dimos cuenta, después de años de distribución, que algunos títulos que representábamos comenzaron a faltar en las librerías. Entonces tratamos de rescatarlos consiguiendo los derechos de los mismos y haciendo nuevas traducciones. Fue el caso de Los géneros del discurso de Tzvetan Todorov. Pero también apostamos a títulos no traducidos, como ¿Adónde va la verdad? de Pierre de Roo, o La memoria saturada de Regine Robin. Para ello realizamos búsquedas temáticas de autores no traducidos nunca al español y que tengan una línea de pensamiento parecida a la nuestra.
–¿Dónde se podrá conseguir los títulos distribuidos por Waldhuter luego de la Feria?
–En las librerías de Corrientes, Callao y Avenida Santa Fe. Y también en el circuito de librerías de Palermo y San Telmo. «
Para visitar En la Feria del Libro Distribuidora Waldhuter ocupa el stand 520, dentro del Pabellón Azul.
Los 12 recomendados de Waldhuter
1- Insolencia, literatura y mundo, de Guillermo Fadanelli, Editorial Almadia.
2- La chica de Nueva Inglaterra, de Sherwood Anderson, Editorial Nórdica.
3- El pequeño guardia rojo, de Wenguang Huang, Editorial Asteroide.
4- La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, Editorial Acantilado.
5- La lección de música, de Pascal Quignard, Editorial Funambulista.
6- La posesión de Loudun, de Michel de Certeau, Universidad Iberoamericana.
7- Escribir, ensayos sobre literatura, de Robert Louis Stevenson, Editorial Paginas de Espuma.
8- Una historia secreta de la consciencia, de Gary Lachman, Editorial Atalanta.
9- Querido Diego, te abraza Quiela, de Elena Poniatowska, Editorial Impedimenta.
10- Peking by Nigth, de Svetislav Basara, Editorial Minúscula.
11- Breaking Bad, de varios autores, Editorial Errata Naturae.
12- Todo ajeno, de Natalia Litvinova, Editorial Vaso Roto.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Waldhuter es una distribuidora que gestiona en la Argentina los catálogos de prestigiosos sellos españoles y de América Latina, ofreciendo más de 6000 títulos que de otro modo serían inconseguibles. Más de un millar son novedades. Las españolas Acantilado, Atalanta, Alpha Decay, Impedimenta, Libros del Asteroide, Nórdica y Periférica son parte de las casas editoras representadas. Pero también Cuarto Propio, Metales Pesados, Tajamar y Diego Portales de Chile, o Almadia y Red Altexto, ambas de México. "Nuestro objetivo es hacer llegar a las librerías proyectos editoriales nuevos, con ediciones cuidadas tanto en lo que refiere a contenido como al diseño", afirma Gabriel Waldhuter, responsable de la distribuidora. "Realizamos la distribución de forma ‘artesanal’, es decir que nos dedicamos a personalizar la entrega: seleccionamos los títulos a partir de las características de cada librería."
–¿Cómo llegan a ese criterio de selección?
–Para nosotros es importante tener un ida y vuelta con el editor, conocer cuál es el proyecto editorial que publicará durante el año, la cantidad de novedades, autores.
–¿Por qué esos títulos no tienen ediciones nacionales?
–El motivo principal es que no se trata de best sellers. Son títulos que el editor español, mexicano o chileno imprime en su país, pensando en su mercado y también en el mercado hispanohablante. En su gran mayoría se trata de tiradas de 1000 a 1500 unidades. En muchos casos la cantidad que traemos no supera los cinco ejemplares por título: hacer tiradas locales de estos libros no sería viable comercialmente.
–¿Qué problemas involucra trabajar con ediciones extranjeras?
–Digamos que en estos momentos es un problema, aunque nosotros hemos ingresado nuestros pedidos con total normalidad y tiempo a través de los convenios de importación que tienen la Cámara Argentina del Libro y la Secretaria de Comercio de la Nación. Más allá de lo comercial, el libro es la herramienta fundamental en la formación y transformación de una sociedad. Por lo tanto, consideramos que debería tener libre circulación en el mercado hispanohablante, y con esto me refiero a la posibilidad de importación, es decir, de circulación de libros producidos por editoriales extranjeras y no a la importación de industria gráfica (es decir, de editoriales argentinas que imprimen fuera del país), que es otro asunto.
–¿Realizan trabajo como editores?
–Sí, el sello se llama Waldhuter Editores. Nos dimos cuenta, después de años de distribución, que algunos títulos que representábamos comenzaron a faltar en las librerías. Entonces tratamos de rescatarlos consiguiendo los derechos de los mismos y haciendo nuevas traducciones. Fue el caso de Los géneros del discurso de Tzvetan Todorov. Pero también apostamos a títulos no traducidos, como ¿Adónde va la verdad? de Pierre de Roo, o La memoria saturada de Regine Robin. Para ello realizamos búsquedas temáticas de autores no traducidos nunca al español y que tengan una línea de pensamiento parecida a la nuestra.
–¿Dónde se podrá conseguir los títulos distribuidos por Waldhuter luego de la Feria?
–En las librerías de Corrientes, Callao y Avenida Santa Fe. Y también en el circuito de librerías de Palermo y San Telmo. «
Para visitar En la Feria del Libro Distribuidora Waldhuter ocupa el stand 520, dentro del Pabellón Azul.
Los 12 recomendados de Waldhuter
1- Insolencia, literatura y mundo, de Guillermo Fadanelli, Editorial Almadia.
2- La chica de Nueva Inglaterra, de Sherwood Anderson, Editorial Nórdica.
3- El pequeño guardia rojo, de Wenguang Huang, Editorial Asteroide.
4- La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, Editorial Acantilado.
5- La lección de música, de Pascal Quignard, Editorial Funambulista.
6- La posesión de Loudun, de Michel de Certeau, Universidad Iberoamericana.
7- Escribir, ensayos sobre literatura, de Robert Louis Stevenson, Editorial Paginas de Espuma.
8- Una historia secreta de la consciencia, de Gary Lachman, Editorial Atalanta.
9- Querido Diego, te abraza Quiela, de Elena Poniatowska, Editorial Impedimenta.
10- Peking by Nigth, de Svetislav Basara, Editorial Minúscula.
11- Breaking Bad, de varios autores, Editorial Errata Naturae.
12- Todo ajeno, de Natalia Litvinova, Editorial Vaso Roto.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 8 de mayo de 2014
CINE - "Silencio del más allá" (The quiet ones), de John Pogue: De vuelta en los '70
Como ocurriera el año pasado con El conjuro (James Wan), Silencio del más allá del británico John Pogue elige un pasado rico en imaginería para ambientar una historia de miedo. Como en el film de Wan, ese viaje a los años ‘70 no es un detalle menor, sino un elemento central del relato. En principio porque esa década, si bien ya se encontraba regida por una visión moderna del mundo, aun conservaba estructuras de pensamiento que permitían sostener elementos y costumbres de tradición casi medieval. Para decirlo con ejemplos claros, en los ‘70 convivían la llegada del hombre a la luna y el asentamiento de la tecnología digital, con personajes como el mentalista Uri Geller y el auge de sectas místicas u ocultistas que encontraron en el hippismo y la psicodelia excusas ideales para renacer.
Pero también hay motivos cinematográficos para que producciones del siglo XXI elijan volver a ese momento. En primer lugar que el cine supo ser un reflejo fiel de su época: títulos como El exorcista (William Friedkin, 1973) o La profecía (Richard Donner, 1976) dan perfecta cuenta de esa dualidad. Y en segundo término, porque en el actual apogeo de las tecnologías digitales aplicadas al cine, la posibilidad de jugar con formatos tan ricos como el fílmico de 16 mm o Súper 8, virtualmente obsoletos desde lo industrial pero todavía vigorosos desde lo artístico, permiten a los cineastas enriquecer sus trabajos. Sobre todo de cara a un auditorio joven que tal vez nunca haya tenido la posibilidad de disfrutar en una sala de su potencia visual.
En esas columnas se sostiene estética y narrativamente Silencio del más allá, ahí se encuentran los cimientos del escurridizo discurso del protagonista. El profesor Coupland (Jared Harris) es psicólogo y dirige un experimento cuyo sujeto es Jane Harper, una joven afectada por un mal que incluye autoagresión, cierta histeria y la manifestación de una personalidad dividida, síntomas en los que también se reconoce el perfil de la posesión satánica. Lo que Coupland intenta probar es que aquello que la superstición achaca al diablo es en realidad obra de un desorden subconsciente. Él lidera un reducido grupo de estudiantes que lo apoyan, incluyendo a Sam, un joven camarógrafo encargado de filmarlo todo, y su trabajo es financiado por una tradicional universidad británica. Los edificios medievales y los acordes de “Cum on feel the noize”, en el original de Slade que escuchan los jóvenes investigadores, se combinan muy bien para graficar la dualidad de la época y generan el ambiente propicio para pegar unos cuantos buenos sustos.
Pero los tornillos del relato van comenzando a aflojarse de a poco. Aunque los sustos se sostienen, al final ya no alcanza con las imágenes de grano grueso tomadas por la cámara de Sam, ni con los ambiguos métodos de Coupland, que afirma ser científico pero cuyas sesiones son más espiritistas que terapéuticas. Tampoco alcanza con el gran trabajo de Harris, porque cuando Silencio del más allá empieza a repetir lo que ya se vio muchas veces, se convierte en un film previsible y sin alma propia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Pero también hay motivos cinematográficos para que producciones del siglo XXI elijan volver a ese momento. En primer lugar que el cine supo ser un reflejo fiel de su época: títulos como El exorcista (William Friedkin, 1973) o La profecía (Richard Donner, 1976) dan perfecta cuenta de esa dualidad. Y en segundo término, porque en el actual apogeo de las tecnologías digitales aplicadas al cine, la posibilidad de jugar con formatos tan ricos como el fílmico de 16 mm o Súper 8, virtualmente obsoletos desde lo industrial pero todavía vigorosos desde lo artístico, permiten a los cineastas enriquecer sus trabajos. Sobre todo de cara a un auditorio joven que tal vez nunca haya tenido la posibilidad de disfrutar en una sala de su potencia visual.
En esas columnas se sostiene estética y narrativamente Silencio del más allá, ahí se encuentran los cimientos del escurridizo discurso del protagonista. El profesor Coupland (Jared Harris) es psicólogo y dirige un experimento cuyo sujeto es Jane Harper, una joven afectada por un mal que incluye autoagresión, cierta histeria y la manifestación de una personalidad dividida, síntomas en los que también se reconoce el perfil de la posesión satánica. Lo que Coupland intenta probar es que aquello que la superstición achaca al diablo es en realidad obra de un desorden subconsciente. Él lidera un reducido grupo de estudiantes que lo apoyan, incluyendo a Sam, un joven camarógrafo encargado de filmarlo todo, y su trabajo es financiado por una tradicional universidad británica. Los edificios medievales y los acordes de “Cum on feel the noize”, en el original de Slade que escuchan los jóvenes investigadores, se combinan muy bien para graficar la dualidad de la época y generan el ambiente propicio para pegar unos cuantos buenos sustos.
Pero los tornillos del relato van comenzando a aflojarse de a poco. Aunque los sustos se sostienen, al final ya no alcanza con las imágenes de grano grueso tomadas por la cámara de Sam, ni con los ambiguos métodos de Coupland, que afirma ser científico pero cuyas sesiones son más espiritistas que terapéuticas. Tampoco alcanza con el gran trabajo de Harris, porque cuando Silencio del más allá empieza a repetir lo que ya se vio muchas veces, se convierte en un film previsible y sin alma propia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
sábado, 3 de mayo de 2014
LIBROS - "La última palabra", de Guido Indij: Respuestas que matan
No son pocos los que defienden a la conversación como si se tratara de una de las Bellas Artes. Nombres de la talla de Robert L. Stevenson se encuentran entre sus defensores y una buena cantidad de conversadores seriales defienden al género desde la práctica. Basta recordar, que tal vez la mejor obra del Borges crepuscular se encuentre en aquellos registros que recogen los infinitos diálogos que sostuvo con diferentes interlocutores. Un poco de eso se trata La última palabra, Las respuestas más ingeniosas y demoledoras del siglo XX (Asunto Impreso) libro que recopila gran cantidad de breves diálogos o, más bien, el final de ellos, en los que uno de los protagonistas da por concluida la charla con una de esas respuestas que lo dejan al otro sin palabras.
Guido Indij, editor de sellos como Interzona o Marea y responsable de seleccionar esas perlas efímeras, lo explica claramente en el prólogo de su libro. "Cuántas veces nos habrá ocurrido que, tras una fuerte discusión de la que nos desembarazamos tras dar o recibir un portazo, mientras nos alejamos del escenario en que se produjo, se nos aparece la respuesta perfecta, la que tendríamos que haber dado un momento antes. ¡Hubiéramos sido geniales!" Lo que hace Indij es reunir en las páginas de su libro innumerables ejemplos de personas a quienes semejante cosa parecía no ocurrirle, porque tenían el don de la última palabra. Woody Allen, Alfred Hitchcock, Groucho Marx, Bernard Shaw, Maradona, Perón y el propio Borges forman parte del equipo de los grandes conversadores. "No soy un buen conversador", admite Indij, "pero admiro y disfruto de presenciar o participar de conversaciones con aquellos que tienen ese don, que se me hace más de un pasado en el que el tiempo, los medios y la tecnología no conspiraba contra el gentil arte de la charla."
–¿El talento para encontrar la mejor respuesta es un bien escaso?
–La conversación tiene un tiempo de interlocución que no permite pausas extensas sin producir cierta incomodidad. El libro rinde homenaje al don de la réplica que nos deja a los otros con rabia y fuera de lugar cuando ya estando solos damos con la mejor de las respuestas, la que nos hubiera hecho quedar "como duques".
–¿Cuáles fueron las fuentes y rutas de acceso a las citas escogidas?
–Tengo muchas libretas en las que anoto distinto tipos de ideas, donde trato de relevar y clasificar sonidos, palabras, modismos, gestos. En este caso, la necesidad de publicar esta compilación de respuestas brillantes coincidió con que la libreta en las que las apuntaba se estaba quedando sin páginas. Pero sólo con mis notas no alcanzaba para hacer un libro, por eso consulté con amigos lectores. Y con Google. Finalmente, siendo que mi actividad principal es la de editar libros, decidí contratar a un editor externo, Federico Levín, que realizó importantes aportes a la obra.
–¿Cómo se explica que la presencia femenina sea tan limitada en un libro dedicado justamente a la conversación, actividad que durante siglos se quiso atribuir compulsiva y exclusivamente a las mujeres?
–Bueno, es que no sólo hay en el libro un conjunto de réplicas geniales, sino que son escogidas entre hombres y mujeres famosos que habitaron el siglo XX. Y así fue el siglo pasado, fueron más los hombres que las mujeres los que se destacaron en los campos del arte, la literatura y la política.
–¿Tenés material para un segundo volumen de La última palabra?
–Sí, porque, como te decía, cuando armamos el libro preferimos limitarlo al siglo XX y decidimos dejar el convoy de conversadores de otros siglos para otros volúmenes. Debo reconocerte que hicimos algo de trampa con Oscar Wilde, que falleció en 1900.
–Al leer el libro pareciera que el beneficio de la última palabra es a la vez una victoria pero también una responsabiliad.
–¿Por que decís que una responsabilidad? A mí me gusta tener la última palabra. ¿Qué querés que te diga? Pero últimamente aprendí que también funciona imponer el último silencio, o sea, bajarse de la conversación cuando el interlocutor dice algo suficientemente imbécil o fuera de lugar como para dejar su última palabra flotando en el aire. ¡A ver si se escucha!
–Me refería a algo que se desprende de un libro de Schopenhauer, El arte de tener razón: a veces tener la última palabra es un ejercicio en el que sólo importa humillar al interlocutor. ¿Creés que tiene el mismo valor una respuesta ingeniosa y sorprendente, que otra que también lo es pero que además busca deliberadamente ofender, agredir o humillar?
–Me interesa la gimnasia de la réplica como un ejercicio y demostración de inteligencia, rapidez, sentido de la oportunidad. Humillar al adversario, si bien puede tener un buen sabor, no es de caballeros. La agresión no tiene estilo, la ofensa es un retroceso en este arte. Más galante es dejar al interlocutor en offside, hacerlo trastabillar en la conversación, cambiarle el ritmo, dejarlo pensando, sin respuesta, prefiriendo abandonar la partida.
En la Feria del Libro
La editorial Asunto Impreso comparte el stand 314 con Interzona, Marea y La Marca Editora.
Respuestas con genio incluido
En una oportunidad, Winston Churchill, fornido primer ministro inglés, le comentó al delgadísimo dramaturgo George Bernard Shaw:
–Al verlo, todo el mundo pensaría que el hambre reina en Inglaterra.
Y el dramaturgo respondió:
–Al verlo, todo el mundo pensaría que usted es la causa.
En una reunión social parisina, Salvador Dalí fue presentado a la actriz Madelaine Renaud. Ella se atrevió a decirle:
–Creame que lo admiro mucho, señor.
–Yo también, señora.
–¡Ah! ¿Me ha visto actuar?
–No, señora, me refería a que yo también me admiro mucho.
Durante una entrevista realizada a fines de la década de 1960, un periodista le preguntó al Papa Juan XXIII:
–¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?
–Alrededor de la mitad–, respondió el recién santificado padre.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Guido Indij, editor de sellos como Interzona o Marea y responsable de seleccionar esas perlas efímeras, lo explica claramente en el prólogo de su libro. "Cuántas veces nos habrá ocurrido que, tras una fuerte discusión de la que nos desembarazamos tras dar o recibir un portazo, mientras nos alejamos del escenario en que se produjo, se nos aparece la respuesta perfecta, la que tendríamos que haber dado un momento antes. ¡Hubiéramos sido geniales!" Lo que hace Indij es reunir en las páginas de su libro innumerables ejemplos de personas a quienes semejante cosa parecía no ocurrirle, porque tenían el don de la última palabra. Woody Allen, Alfred Hitchcock, Groucho Marx, Bernard Shaw, Maradona, Perón y el propio Borges forman parte del equipo de los grandes conversadores. "No soy un buen conversador", admite Indij, "pero admiro y disfruto de presenciar o participar de conversaciones con aquellos que tienen ese don, que se me hace más de un pasado en el que el tiempo, los medios y la tecnología no conspiraba contra el gentil arte de la charla."
–¿El talento para encontrar la mejor respuesta es un bien escaso?
–La conversación tiene un tiempo de interlocución que no permite pausas extensas sin producir cierta incomodidad. El libro rinde homenaje al don de la réplica que nos deja a los otros con rabia y fuera de lugar cuando ya estando solos damos con la mejor de las respuestas, la que nos hubiera hecho quedar "como duques".
–¿Cuáles fueron las fuentes y rutas de acceso a las citas escogidas?
–Tengo muchas libretas en las que anoto distinto tipos de ideas, donde trato de relevar y clasificar sonidos, palabras, modismos, gestos. En este caso, la necesidad de publicar esta compilación de respuestas brillantes coincidió con que la libreta en las que las apuntaba se estaba quedando sin páginas. Pero sólo con mis notas no alcanzaba para hacer un libro, por eso consulté con amigos lectores. Y con Google. Finalmente, siendo que mi actividad principal es la de editar libros, decidí contratar a un editor externo, Federico Levín, que realizó importantes aportes a la obra.
–¿Cómo se explica que la presencia femenina sea tan limitada en un libro dedicado justamente a la conversación, actividad que durante siglos se quiso atribuir compulsiva y exclusivamente a las mujeres?
–Bueno, es que no sólo hay en el libro un conjunto de réplicas geniales, sino que son escogidas entre hombres y mujeres famosos que habitaron el siglo XX. Y así fue el siglo pasado, fueron más los hombres que las mujeres los que se destacaron en los campos del arte, la literatura y la política.
–¿Tenés material para un segundo volumen de La última palabra?
–Sí, porque, como te decía, cuando armamos el libro preferimos limitarlo al siglo XX y decidimos dejar el convoy de conversadores de otros siglos para otros volúmenes. Debo reconocerte que hicimos algo de trampa con Oscar Wilde, que falleció en 1900.
–Al leer el libro pareciera que el beneficio de la última palabra es a la vez una victoria pero también una responsabiliad.
–¿Por que decís que una responsabilidad? A mí me gusta tener la última palabra. ¿Qué querés que te diga? Pero últimamente aprendí que también funciona imponer el último silencio, o sea, bajarse de la conversación cuando el interlocutor dice algo suficientemente imbécil o fuera de lugar como para dejar su última palabra flotando en el aire. ¡A ver si se escucha!
–Me refería a algo que se desprende de un libro de Schopenhauer, El arte de tener razón: a veces tener la última palabra es un ejercicio en el que sólo importa humillar al interlocutor. ¿Creés que tiene el mismo valor una respuesta ingeniosa y sorprendente, que otra que también lo es pero que además busca deliberadamente ofender, agredir o humillar?
–Me interesa la gimnasia de la réplica como un ejercicio y demostración de inteligencia, rapidez, sentido de la oportunidad. Humillar al adversario, si bien puede tener un buen sabor, no es de caballeros. La agresión no tiene estilo, la ofensa es un retroceso en este arte. Más galante es dejar al interlocutor en offside, hacerlo trastabillar en la conversación, cambiarle el ritmo, dejarlo pensando, sin respuesta, prefiriendo abandonar la partida.
En la Feria del Libro
La editorial Asunto Impreso comparte el stand 314 con Interzona, Marea y La Marca Editora.
Respuestas con genio incluido
En una oportunidad, Winston Churchill, fornido primer ministro inglés, le comentó al delgadísimo dramaturgo George Bernard Shaw:
–Al verlo, todo el mundo pensaría que el hambre reina en Inglaterra.
Y el dramaturgo respondió:
–Al verlo, todo el mundo pensaría que usted es la causa.
En una reunión social parisina, Salvador Dalí fue presentado a la actriz Madelaine Renaud. Ella se atrevió a decirle:
–Creame que lo admiro mucho, señor.
–Yo también, señora.
–¡Ah! ¿Me ha visto actuar?
–No, señora, me refería a que yo también me admiro mucho.
Durante una entrevista realizada a fines de la década de 1960, un periodista le preguntó al Papa Juan XXIII:
–¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?
–Alrededor de la mitad–, respondió el recién santificado padre.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
viernes, 2 de mayo de 2014
LIBROS - "Los perritos bandidos", de Silvia Urich: Los políticos que amaban a los animales
Esta semana volvió a celebrarse el Día del Animal, que como los los 29 de abril desde 1908 se conmemora por iniciativa del entonces director del zoológico, Clemente Onelli, y de Ignacio Albarracín, director de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales (SAPA), fundada en 1879 por inspiración del ex presidente de la república Domingo F. Sarmiento, cuyo primer presidente fue el poeta Carlos Guido Spano y que tuvo como miembro a Bartolomé Mitre. Semejante rosario de nombres revela hasta qué punto el desarrollo del proteccionismo de los animales en la Argentina representa un costado poco visitado desde el que es posible rever la historia. Justamente el libro Los perritos bandidos, de la especialista Silvia Urich, ofrece un recorrido detallado por el devenir histórico del proteccionismo, revelando al mismo tiempo facetas poco conocidas de grandes personajes. Para Urich la cosa puede ser vista de un modo más profundo. “Yo ampliaría ese concepto para describirlo como una historia cultural”, dice la autora. “Las consecuencias de las acciones llevadas a cabo por las personalidades que mencionás, además de otras como Juan Domingo Perón, pero también por los integrantes de las instituciones protectoras, hoy se advierten en las prácticas, valores y significados del conjunto de la sociedad. En la Argentina hay una tradición proteccionista diferente a la de otros países.”
Para quienes no conozcan ese perfil de la historia puede ser curioso como esas acciones resignifican o ratifican la idea que se tiene de algunos próceres. El caso de Sarmiento es paradigmático y su obra proteccionista vuelve a marcar sus paradójicas contradicciones. ¿Es posible explicar cómo convivían el amor por los animales con el menosprecio por culturas a las que no dudó en definir como salvajes? No pocas veces se ha intentado minimizar su desprecio por los pueblos nativos, asimilándolo al paradigma de pensamiento imperante en su tiempo. El libro de Urich recoge unas rimas humorísticas publicadas por el semanario El Mosquito, uno de los primeros dedicados al humor político en el país y que tenía a Sarmiento entre sus víctimas favoritas. En ellas utilizan el fervor sarmientino por los animales, para reprocharle su desdén por las culturas originarias: “…Tú proteges a potrillos/ Toros, vacas y carneros/ Carpas, ovejas, corderos/ y novillos/ Pero no a los indiecillos.” Más allá de esa contradicción, Urich destaca la importancia de las políticas llevadas adelante por él y sus compañeros de la SAPA. “En el período de las transformaciones modernizadoras que se inicia a fines del siglo XIX cobra fuerza la idea de que la protección de los animales y la erradicación de los actos de crueldad era una de las ‘instituciones civilizadoras’ que contribuiría al progreso de la sociedad. En ese contexto, hay un fuerte rechazo por ciertas prácticas culturales locales o foráneas como las corridas de toros, que en realidad nunca tuvieron mucho arraigo en el Río de la Plata. Sarmiento tuvo ocasión de frenar algunos intentos por reinstalarlas justo en el período en el que presidió la SAPA”. Como presidente de la entidad impulsó de la Ley 2786, la primera de protección de animales, promulgada tres años después de su muerte y conocida en su honor como Ley Sarmiento.
Diferente es el caso de Perón, a quien puede considerarse en la vereda política opuesta de Sarmiento, pero que sin embargo compartía la pasión animal. “En cuestión de protección de animales hay más coincidencias que diferencias”, confirma Urich. “Sarmiento dejó más testimonios escritos porque durante cuatro años fue presidente de la SAPA. Él organizó la primera –y multitudinaria– marcha a Plaza de Mayo en favor de los animales y reunió firmas para oponerse a un intento por restablecer las corridas de toros. Del mismo modo, Perón, que detestaba el maltrato de animales y los espectáculos crueles, también impulsó leyes para protegerlos. Siendo Presidente envió varios proyectos al Congreso, uno en 1947, otro en 1951 y finalmente el que logró la sanción, en 1954. El gran aporte de esa ley es que se trata de una norma de carácter federal: es la Ley Penal 14.346 que aún está vigente, pero a la que erróneamente también se menciona como… ¡Ley Sarmiento!”
El título del libro de Urich hace referencia al modo familiar en que Perón llamaba a sus mascotas favoritas, una larga dinastía de perritos caniches a los que solía bautizar siempre con los mismos nombres. Perros de un linaje tan notable que motivaron un fantástico comentario por parte de Evita, que el libro reproduce. “Si en lugar de ladrar supieran hablar, me putearían”, bromeaba la primera dama. Otro hecho poco difundido que el libro documenta es la labor como director del zoológico de Buenos Aires realizada por Mario Perón, quien ocupo ese cargo al mismo tiempo que su hermano menor, Juan Domingo, se desempeñaba como presidente de la República.
Para Urich la “historia que mejor ilustra” el amor de Perón por los animales, es su vínculo con sus caniches. “De todos los perros que lo acompañaron en el destierro fue con Canela con el que estableció el vínculo más profundo y al que, según sus propias palabras, quiso como a un ser humano. Cuando el caniche murió, en 1966, Perón tardó varios días en rendirse a la evidencia hasta que al fin lo enterró bajo un algarrobo en el parque de la quinta 17 de Octubre, en España. En su recuerdo hizo tallar el epitafio: Canela. El mejor y más fiel de los amigos. 1955−1966". A diferencia de Sarmiento, las políticas impulsadas por Perón en defensa de los animales no hacen sino reafirmar su trabajo social a favor de los más desprotegidos. Otra coincidencia inesperada y paradójica de la que el libro da cuenta es la del proyecto que buscaba mejorar la Ley Sarmiento, impulsado en mayo de 1948 por el diputado radical Ernesto Sammartino, quien curiosamente un año antes había acuñado la lamentable expresión “Aluvión zoológico” para referirse al ascenso del peronismo, exabrupto que le costó la expulsión del Congreso.
Las iniciativas civiles en la lucha por defender los derechos animales, que en la Argentina surgieron tempranamente, también forman parte del libro de Urich. Ella explica que “estas iniciativas se sucedieron ininterrumpidamente desde fines del siglo XIX cuando se crearon las primeras instituciones”. Y destaca que “aunque la que tuvo más continuidad fue la porteña SAPA (fundada en 1879), a esta la precedió la de Rosario, creada en 1871". "Muchas de estas asociaciones tenían como finalidad proteger a los caballos, terriblemente explotados y víctimas de todo tipo de abusos. Pero pronto sus tareas se diversificaron hacia los problemas de los perros, las aves, los deportes crueles, las diversiones con animales, los zoológicos…” Urich destaca que ninguna ley hubiera sido posible sin la acción civil: “Todas las normas jurídicas y todos los servicios públicos en favor de los animales surgieron (y surgen) por impulso de los proteccionistas, a veces contra la desidia de los funcionarios, pero casi siempre contra los intereses económicos”. Afortunadamente, en la actualidad este tipo de “agrupaciones que se ocupan en todo el país de la problemática animal siguen siendo innumerables”, afirma Urich. “El aspecto negativo es que subsiste un pensamiento ‘anti-político’, y desconocer la política impide identificar a los verdaderos responsables del sufrimiento animal.”
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Para quienes no conozcan ese perfil de la historia puede ser curioso como esas acciones resignifican o ratifican la idea que se tiene de algunos próceres. El caso de Sarmiento es paradigmático y su obra proteccionista vuelve a marcar sus paradójicas contradicciones. ¿Es posible explicar cómo convivían el amor por los animales con el menosprecio por culturas a las que no dudó en definir como salvajes? No pocas veces se ha intentado minimizar su desprecio por los pueblos nativos, asimilándolo al paradigma de pensamiento imperante en su tiempo. El libro de Urich recoge unas rimas humorísticas publicadas por el semanario El Mosquito, uno de los primeros dedicados al humor político en el país y que tenía a Sarmiento entre sus víctimas favoritas. En ellas utilizan el fervor sarmientino por los animales, para reprocharle su desdén por las culturas originarias: “…Tú proteges a potrillos/ Toros, vacas y carneros/ Carpas, ovejas, corderos/ y novillos/ Pero no a los indiecillos.” Más allá de esa contradicción, Urich destaca la importancia de las políticas llevadas adelante por él y sus compañeros de la SAPA. “En el período de las transformaciones modernizadoras que se inicia a fines del siglo XIX cobra fuerza la idea de que la protección de los animales y la erradicación de los actos de crueldad era una de las ‘instituciones civilizadoras’ que contribuiría al progreso de la sociedad. En ese contexto, hay un fuerte rechazo por ciertas prácticas culturales locales o foráneas como las corridas de toros, que en realidad nunca tuvieron mucho arraigo en el Río de la Plata. Sarmiento tuvo ocasión de frenar algunos intentos por reinstalarlas justo en el período en el que presidió la SAPA”. Como presidente de la entidad impulsó de la Ley 2786, la primera de protección de animales, promulgada tres años después de su muerte y conocida en su honor como Ley Sarmiento.
Diferente es el caso de Perón, a quien puede considerarse en la vereda política opuesta de Sarmiento, pero que sin embargo compartía la pasión animal. “En cuestión de protección de animales hay más coincidencias que diferencias”, confirma Urich. “Sarmiento dejó más testimonios escritos porque durante cuatro años fue presidente de la SAPA. Él organizó la primera –y multitudinaria– marcha a Plaza de Mayo en favor de los animales y reunió firmas para oponerse a un intento por restablecer las corridas de toros. Del mismo modo, Perón, que detestaba el maltrato de animales y los espectáculos crueles, también impulsó leyes para protegerlos. Siendo Presidente envió varios proyectos al Congreso, uno en 1947, otro en 1951 y finalmente el que logró la sanción, en 1954. El gran aporte de esa ley es que se trata de una norma de carácter federal: es la Ley Penal 14.346 que aún está vigente, pero a la que erróneamente también se menciona como… ¡Ley Sarmiento!”
El título del libro de Urich hace referencia al modo familiar en que Perón llamaba a sus mascotas favoritas, una larga dinastía de perritos caniches a los que solía bautizar siempre con los mismos nombres. Perros de un linaje tan notable que motivaron un fantástico comentario por parte de Evita, que el libro reproduce. “Si en lugar de ladrar supieran hablar, me putearían”, bromeaba la primera dama. Otro hecho poco difundido que el libro documenta es la labor como director del zoológico de Buenos Aires realizada por Mario Perón, quien ocupo ese cargo al mismo tiempo que su hermano menor, Juan Domingo, se desempeñaba como presidente de la República.
Para Urich la “historia que mejor ilustra” el amor de Perón por los animales, es su vínculo con sus caniches. “De todos los perros que lo acompañaron en el destierro fue con Canela con el que estableció el vínculo más profundo y al que, según sus propias palabras, quiso como a un ser humano. Cuando el caniche murió, en 1966, Perón tardó varios días en rendirse a la evidencia hasta que al fin lo enterró bajo un algarrobo en el parque de la quinta 17 de Octubre, en España. En su recuerdo hizo tallar el epitafio: Canela. El mejor y más fiel de los amigos. 1955−1966". A diferencia de Sarmiento, las políticas impulsadas por Perón en defensa de los animales no hacen sino reafirmar su trabajo social a favor de los más desprotegidos. Otra coincidencia inesperada y paradójica de la que el libro da cuenta es la del proyecto que buscaba mejorar la Ley Sarmiento, impulsado en mayo de 1948 por el diputado radical Ernesto Sammartino, quien curiosamente un año antes había acuñado la lamentable expresión “Aluvión zoológico” para referirse al ascenso del peronismo, exabrupto que le costó la expulsión del Congreso.
Las iniciativas civiles en la lucha por defender los derechos animales, que en la Argentina surgieron tempranamente, también forman parte del libro de Urich. Ella explica que “estas iniciativas se sucedieron ininterrumpidamente desde fines del siglo XIX cuando se crearon las primeras instituciones”. Y destaca que “aunque la que tuvo más continuidad fue la porteña SAPA (fundada en 1879), a esta la precedió la de Rosario, creada en 1871". "Muchas de estas asociaciones tenían como finalidad proteger a los caballos, terriblemente explotados y víctimas de todo tipo de abusos. Pero pronto sus tareas se diversificaron hacia los problemas de los perros, las aves, los deportes crueles, las diversiones con animales, los zoológicos…” Urich destaca que ninguna ley hubiera sido posible sin la acción civil: “Todas las normas jurídicas y todos los servicios públicos en favor de los animales surgieron (y surgen) por impulso de los proteccionistas, a veces contra la desidia de los funcionarios, pero casi siempre contra los intereses económicos”. Afortunadamente, en la actualidad este tipo de “agrupaciones que se ocupan en todo el país de la problemática animal siguen siendo innumerables”, afirma Urich. “El aspecto negativo es que subsiste un pensamiento ‘anti-político’, y desconocer la política impide identificar a los verdaderos responsables del sufrimiento animal.”
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
CINE - "Bricks Mansions", de Camille Delamarre: Mucha acción y pocas nueces
El feriado del Día del Trabajador evitó un hecho curioso: que las críticas correspondientes a dos películas escritas y producidas por Luc Besson aparecieran en estas páginas el mismo día. El día miércoles pasado fue el turno de la correspondiente al film Tres días para matar, dirigido por McG y protagonizado por Kevin Costner. Resulta evidente que muchos de los conceptos expresados en esa crítica, firmada por Ezequiel Boetti, bien pueden aplicarse a esta otra, dedicada a Brick Mansions, del debutante Camille Delamarre. No es comodidad ni un ejercicio de endogamia crítica, sino una forma de ampliar lo que aquí será dicho, valiéndose de conceptos que ya han sido expresados de un modo lo suficientemente efectivo como para evitar la redundancia. Frente a tanta coincidencia, si algo queda claro respecto de Besson -a quien el adjetivo “omnipresente” cada vez le cabe mejor; basta recordar que en enero se estrenó Familia peligrosa, su última película como director- es que su trabajo como guionista es de una coherencia abrumadora. Con lo malo y lo bueno que ello representa.
Una de sus grandes habilidades en el rol de productor es la de escoger a los protagonistas indicados. Lo es Jason Statham en El transportador; lo es Liam Neeson para la saga Búsqueda implacable; lo es Costner en la película mencionada. Y lo mismo ocurre con Brick Mansions, no tanto por el fallecido Paul Walker, que cumple con lo suyo a reglamento (como siempre), sino por el increíble David Belle. Francés como Besson, Belle es entre otras cosas uno de los creadores del parkour, actividad deportiva urbana surgida a comienzos de los 90, que consiste en elegir dos puntos de cualquier ciudad y unirlos sorteando los distintos accidentes arquitectónicos como si se tratara de obstáculos a superar. El resultado es una actividad vistosa que reúne destreza física y acrobática, y ha sido adoptada por el cine para coreografiar escenas de acción. Y sin dudas Belle es extraordinario, al punto de convertirse en uno de los puntos fuertes de una historia ambientada en un futuro muy cercano, en una Detroit devastada y dividida por el crimen (¿alguien dijo Robocop?), en la que el gobierno ha creado un ghetto en los edificios viejos de la ciudad, los Brick Mansions, para encapsular ahí pobres y delincuentes como si fueran lo mismo. Para Lino, un habitante honesto de esos barrios que intenta oponerse al poder de las bandas de narcos, no hay obstáculo imposible. Y Belle se encarga de dejarlo claro trepando, saltando y colgándose de cuanto caño, baranda o pared se le ponga a tiro. Por su parte Walker es el policía bueno que quiere vengar la muerte de su padre, también policía, a manos del capo mafia de Brick Mansions.
La película demuestra gran ingenio para todo lo que tenga que ver con la acción pura, el interrogante pasa por ver si es capaz de aplicar la misma habilidad en el desarrollo de la trama. La respuesta es no: la historia es básica, lo que no quiere decir torpe, mucho menos aburrida. Ocurre que los responsables parecen saber cuáles son sus virtudes y defectos y se dedican a hacer lo que mejor les sale. Pero otras películas ya han demostrado que es posible combinar soberbias escenas de acción con una trama atractiva. Basta recordar la subvalorada La traición, de Steven Soderbergh, con la increíble Gia Carano como protagonista, para saber que no se trata de una utopía. Eso es lo que podría haber sido Brick Mansions si no adoleciera de cierta pereza argumental, si no abusara de la cámara lenta y si no se empeñara en dejar a todos felices al final. O sea: lo peor de Luc Besson.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Una de sus grandes habilidades en el rol de productor es la de escoger a los protagonistas indicados. Lo es Jason Statham en El transportador; lo es Liam Neeson para la saga Búsqueda implacable; lo es Costner en la película mencionada. Y lo mismo ocurre con Brick Mansions, no tanto por el fallecido Paul Walker, que cumple con lo suyo a reglamento (como siempre), sino por el increíble David Belle. Francés como Besson, Belle es entre otras cosas uno de los creadores del parkour, actividad deportiva urbana surgida a comienzos de los 90, que consiste en elegir dos puntos de cualquier ciudad y unirlos sorteando los distintos accidentes arquitectónicos como si se tratara de obstáculos a superar. El resultado es una actividad vistosa que reúne destreza física y acrobática, y ha sido adoptada por el cine para coreografiar escenas de acción. Y sin dudas Belle es extraordinario, al punto de convertirse en uno de los puntos fuertes de una historia ambientada en un futuro muy cercano, en una Detroit devastada y dividida por el crimen (¿alguien dijo Robocop?), en la que el gobierno ha creado un ghetto en los edificios viejos de la ciudad, los Brick Mansions, para encapsular ahí pobres y delincuentes como si fueran lo mismo. Para Lino, un habitante honesto de esos barrios que intenta oponerse al poder de las bandas de narcos, no hay obstáculo imposible. Y Belle se encarga de dejarlo claro trepando, saltando y colgándose de cuanto caño, baranda o pared se le ponga a tiro. Por su parte Walker es el policía bueno que quiere vengar la muerte de su padre, también policía, a manos del capo mafia de Brick Mansions.
La película demuestra gran ingenio para todo lo que tenga que ver con la acción pura, el interrogante pasa por ver si es capaz de aplicar la misma habilidad en el desarrollo de la trama. La respuesta es no: la historia es básica, lo que no quiere decir torpe, mucho menos aburrida. Ocurre que los responsables parecen saber cuáles son sus virtudes y defectos y se dedican a hacer lo que mejor les sale. Pero otras películas ya han demostrado que es posible combinar soberbias escenas de acción con una trama atractiva. Basta recordar la subvalorada La traición, de Steven Soderbergh, con la increíble Gia Carano como protagonista, para saber que no se trata de una utopía. Eso es lo que podría haber sido Brick Mansions si no adoleciera de cierta pereza argumental, si no abusara de la cámara lenta y si no se empeñara en dejar a todos felices al final. O sea: lo peor de Luc Besson.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.