jueves, 5 de diciembre de 2013

CINE - "Paranoia", de Robert Luketic: El bien y el mal en cuestión

Siempre tienen algo interesante las películas como Paranoia, de Robert Luketic, que aprovechan narrativamente las aristas perversas del sistema social estadounidense para mostrar el dilema del hombre común ante la elección cotidiana entre el bien y el mal. O eso parece en principio. Es que, al menos en apariencia, estas películas nadan contra la corriente de su propio entorno, el híper industrializado cine de Hollywood. No es menor mencionar el tema de las apariencias. Porque así como en los thrillers de espionaje siempre hay cosas que terminan siendo lo contrario de lo que parecen, en este hay además una máscara de crítica social que oculta una mirada absolutamente conservadora de la realidad. 
Emparentada de algún modo lejano con Enemigo público, una de las mejores películas del enorme (y desparejo) Tony Scott, Paranoia despliega un arsenal tecnológico de vigilancia en torno al protagonista, un joven aspirante a empresario, cuyas ambiciones y orgullo lo empujarán a meterse en un laberinto de intereses entre dos magnates de las comunicaciones, pero sin el hilo que lo ayude a salir. Sin embargo la película nunca consigue crear una sensación de agobio convincente y en eso está a años luz de la de Scott. Por el contrario, Paranoia se extravía en escenas más próximas a las producciones fotográficas de la revista Vogue que a un thriller de espionaje.
No es una novedad que con el entuerto entre capitalismo y comunismo en principio resuelto, el cine de espionaje ha cambiado su eje, pasando de girar alrededor de la política para hacerlo en torno a la economía. Si hasta 1990 los que se espiaban eran los estados, en el siglo XXI la inteligencia encontró un nuevo horizonte en el mundo corporativo. Un cambio de paradigma del que, por supuesto, el cine ha tomado debida nota y Paranoia es un ejemplo de eso, aunque no el mejor. 
 Porque, a pesar de que parece venir a enjuiciar el carácter insensible del universo corporativo, Paranoia esconde bajo el poncho del final feliz una perfil conservador que anula los impostados esbozos de crítica. La película asume que la honestidad (o cualquier otro valor) es despreciable cuando no produce ganancia (y dentro de un sistema despiadado nunca lo hace). Uno de los dos empresarios que interpretan Harrison Ford y Gary Oldman, dice con claridad que no existen el bien y el mal, sino ganar o perder, por lo tanto el dilema esbozado al comienzo de este texto se vuelve ficticio y eso redunda en un relato sin densidad dramática. Sin bien ni mal a la vista y obligados a apostar a ganador, sólo queda elegir si ver o no esta película.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

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