Lo único que hay detrás de Apuesta máxima, de Brad Furman, es la banalidad del Sueño americano y el American Way of Life, y quizá sea más interesante ver que es lo que puede decirse desde ahí, porque no hay nada desde lo cinematográfico que merezca destacarse. Está claro que el hecho de que una película made in Hollywood sostenga una tensión básica o se vea fotográficamente bien, no es suficiente para un producto de 30 millones de dólares. Es lo mínimo que se le debe exigir a la industria del cine más poderosa del mundo y por ese mismo motivo hay reproches para hacerle. Estereotipos de trazo grueso, banda sonora con un repertorio latino insoportable, actuaciones que no superan la corrección. Y Ben Affleck. No es agradable insistir con la dificultad de incluirlo en un reparto, porque se trata de un gran director y basta ver sus propias películas para saber que como actor también puede hacer (no mucho, pero sí) más que esto. No es que esté peor que sus compañeros de reparto: las actuaciones de Justin Timberlake y Gemma Arterton tampoco aportan mucho más allá de la fotogenia. Pero la mirada cae con más insistencia sobre su personaje, un mafioso cool de las apuestas online, que Affleck a veces interpreta de modo excesivamente rígido y otras con saturado histrionismo.
Apuesta máxima coloca a su protagonista, un estudiante de finanzas que corre apuestas en el campus para poder pagar su carrera (Timberlake), en la disyuntiva de involucrarse en una actividad ilegal para poder costear el “derecho” de pertenecer a una sociedad ABC1. Curiosamente, cuando el relato se traslada a Costa Rica, la imagen que se da es la de una sociedad esencialmente corrupta, donde hasta la moral y la ética son pasibles de ser transaccionadas: alcanza con tener suficiente efectivo para poder comprar o vender. La película nunca es consciente de que la imagen que da de los Estados Unidos es exactamente la misma, la de un lugar en donde todo se puede comprar, por ejemplo: un buen título universitario. Aunque prefieran utilizar la palabra pagar y no vean ningún problema en que las cosas funcionen así. La película parece venir a criticar eso, pero pronto elige reducir todo a la maldad individual y seguir soñando una tierra justa y prometida donde todos tienen oportunidades. Sólo hay que ser lindo y contar con el dinero necesario para seguir comprando. O apostando, en este caso es exactamente lo mismo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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