jueves, 9 de agosto de 2012

CINE - La fuerza del amor (The lady), de Luc Besson: El exceso de corrección como defecto

Desde pocos años después de su invención, una de las funciones a las que se dedicó el cine fue a la denuncia política o la reivindicación de grandes figuras, históricas o contemporáneas, cuya obra mereciera rescatarse y compartirse como ejemplo para la humanidad. De más está decir que, también desde siempre, las buenas intenciones no necesariamente redundaron en calidad narrativa o cinematográfica. Y no es que La fuerza del amor, último trabajo del famoso director y productor francés Luc Besson, carezca de méritos formales ni de un personaje valioso y atractivo al que reivindicar. Pero aun así hay en la película un elemento, más teórico que práctico, que de algún modo la impugna, tanto en lo referente a lo cinematográfico como en su labor reivindicativa: su corrección.
La película cuenta la historia de la activista birmana Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1991 e hija de un héroe de la independencia de su país que hasta poco después de la Segunda Guerra fue colonia británica. Justamente su padre, el general Aung San, estaba llamado a ser el líder de la nación recién nacida, pero fue asesinado en 1947 por un grupo de militares rebeldes que, por lo que se ve, gobierna desde entonces a la ex Birmania, hoy Myanmar. Esa escena abre la película y signa la línea política del relato, pero no es la única línea dentro de él. Enseguida la acción se traslada a Londres, hace unos pocos años, cuando el profesor Michael Aris recibe el diagnóstico de un cáncer avanzado que le deja poco tiempo de vida. Aris es el esposo de Suu Kyi, a quien no ve desde hace tres años. La narración volverá a saltar en el tiempo, esta vez hasta 1988, cuando Suu Kyi recibe la noticia de que su madre se encuentra gravemente enferma. A pesar de las dificultades políticas para regresar a Birmania, ella decide viajar. Allá se encontrará con un país sumido en la violencia que destila un Estado opresor y represor y será testigo de una terrible matanza de manifestantes pro democracia que llevan como estandarte las fotos de su padre. Ante la súplica de diferentes grupos de intelectuales, activistas y estudiantes, Suu Kyi acepta quedarse en Birmania para ser la cabeza de un movimiento político que luche por el cambio democrático. A partir de ahí, la película seguirá por un lado el crecimiento político de Suu Kyi en su tierra, donde será sometida a amenazas, al encierro de sus colaboradores y a una prisión domiciliaria que recién acabó en 2010. Por el otro, a la lucha de Michael por acompañar a su mujer en Birmania; o desde Londres, donde comienza a trabajar para que sea mencionada como candidata al Nobel de la Paz.
Cargada de escenas de calculados efectos dramáticos y personajes estereotipados (sobre todo los que ocupan el lugar de “malos de la película”), ya se ha dicho que lo mejor y a la vez lo peor que puede decirse de La fuerza del amor es que se trata de una película correcta. Son correctas sus actuaciones; es correcta su puesta en escena; son formalmente correctos su relato y su rigor histórico; y sobre todo es políticamente correcta. Demasiado. Tanto que los malos son muy malos y los buenos muy buenos pero, más allá de los graves excesos de unos sobre otros, nunca se sabrá cuáles son las diferencias políticas que los separa y enfrenta tan radicalmente. Y eso equivale a quedarse en la superficie o sumergirse muy poco en la sustancia del relato, jugando a darle una pátina política a lo que en realidad no es más que un melodrama. En ese sentido, aunque disparatado, el título local pone en evidencia ese detalle e intenta conseguir de él un rédito comercial que el título original (The lady, la dama: demasiado “correcto”) jamás le permitiría.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

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