miércoles, 10 de agosto de 2011

LA COLUMNA TORCIDA - Misantropía o dictadura

Cuando hace algunos años surgió la posibilidad cierta de vivir escribiendo, el periodismo fue una alternativa. Un paliativo oportuno de otra cosa, un deseo, uno de esos que avergüenzan y que siempre tengo a mano para reprocharme la falta de determinación. En aquel momento pensé en qué me gustaría hacer por el resto de mi vida y el cine, la música, la literatura, los deportes se amontonaron, sin orden pero con rapidez, para ofrecerme sus servicios. Cualquiera que lea este inventario y note que se encuentra impreso en la contratapa de un suplemento de cultura, podrá deducir con mínimo margen de error cuál fue la elección. Incluso hasta podrá encontrar en ello una lógica que presume de irrefutable: la tarea de dedicarse a escribir sobre cultura engloba en sí misma la proximidad de las películas, los discos y los libros. El elocuente 3 a 1 parece suficiente motivo. A pesar de que tal razonamiento tiene bastante de cierto, no fue tan así como las cosas ocurrieron en mi cabeza.En el cine la gente está callada; los libros se leen en silencio (excepción hecha de los que eligen los hijos como extorsión para ir a la cama); y en el caso de los discos, son ellos los que nos cantan y no al revés. Pueden juzgarme un misántropo, pero creo que fue ese encapsulamiento el que inclinó la balanza lejos de los deportes. El fútbol es emblemático: en las tribunas hay voces y todas se creen más importantes que el juego. Como en el coliseo, los hinchas asumen que son ellos los que imperan y que quienes van a morir deben entonces saludarlos. Cuando un hincha grita “puto” desde su tablón, lo que deja en claro es una lógica escoleótica según la cuál su “pasión” lo habilita a humillar al otro; el espectador se piensa más importante que el actor. Pero aunque la culpa es de todos, a los periodistas nos toca reconocer que alimentamos al monstruo: programas como El aguante, que en los 90 confundió agresión y estupidez con pintoresquismo, engordaron el ego de la bestia, hasta convencerla de que el verdadero show es el que da ella, ahí afuera. No hay peor tiranía.Por eso elegí lo otro. Porque si a algún lector de Borges se le ocurre mentar las vergüenzas de Leonor Acevedo, o a otro sugerirle a Alfonsina que se vaya a lavar los platos al mar, seguro lo hará desde su cama, con la almohada como respaldo y a la luz de un velador. Al fútbol prefiero jugarlo, como pueda y con amigos, o verlo por televisión.

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Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

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