viernes, 8 de julio de 2011

CINE - El retrato postergado, de Andrés Cuervo: Haroldo Conti, entre la poesía, los fantasmas y los sueños


La voz de Haroldo Conti se escucha inusualmente clara, como si en lugar de provenir de la pantalla del cine (del sistema de sonido de la sala, para ser exactos) él mismo estuviera sentado en la butaca de al lado, para hablarle directamente a cada espectador. “La vida es una especie de borrador que uno no termina nunca de pasar en limpio”, dice. “Mi vida es un perfecto borrador:”, insiste, “bien tachado, bien borroneado. Nunca completo, nunca terminado”. Apenas comienza la proyección de El retrato postergado, la película de Andrés Cuervo sobre el gran escritor argentino, y escuchar el registro de esa voz, grabada en 1975, conmueve. No sólo por sentir que es a uno a quien le hablan, sino por aquello que Conti confiesa, justo un año antes de ser secuestrado y desaparecido por la salvaje dictadura militar que usurpó el poder en 1976. "Mi vida es un borrador sin terminar".
El retrato postergado es exactamente eso que anuncia su nombre: la concreción final de un retrato que comenzara a trazar Roberto Cuervo, un joven realizador cinematográfico, en los ’70 y que la muerte (impredecible o aterradora) se encargó de mantener inconclusa por más de 35 años. Cuando Roberto Cuervo murió en un accidente, dejando a su mujer Cristina con un hijo de apenas algunos meses, hacía casi dos años que Conti había desaparecido. Ese hijo de Cristina y Roberto es Andrés Cuervo, el director de este film al que cuesta encasillar dentro del género documental, tan fino es su relato y tan rica su poética cinematográfica que encaja con naturalidad en la literatura contiana. De allí puede concluirse el carácter de doble homenaje que guarda este retrato postergado, porque además de un claro homenaje al escritor, la película es también una oda del director a ese padre que nunca conoció.

Aunque cuenta con el impagable valor de ese registro único e inédito de las tomas de Haroldo Conti realizadas por su padre (y que tras su muerte, su mujer Cristina conservó no sin riesgos durante toda la dictadura), la película de Andrés Cuervo no se conforma con el hallazgo. Con un delicado trabajo escénico, el director diseña un conjunto de secuencias que son un relato en sí mismo. Un bote de madera navegando sobre un río de papeles; una máquina de escribir es atrapada por una madeja de hilo, hasta fundirse en una suerte de crisálida literaria; un sobre abierto es empujado por el agua sobre una playa de arena, mientras va perdiendo su carga de hojas tipiadas como quien se desangra.
El hilo narrativo de El retrato postergado va del pasado al presente casi como un sueño, dando saltos que apenas se delatan en el paso del fantasmal blanco y negro de las tomas realizadas por Roberto Cuervo, a un sepia saturado y no menos misterioso del material registrado por Andrés. El trabajo de padre e hijo, separados por épocas y criterios estéticos, tienen perfiles distintos. Las tomas de Conti realizadas por Roberto lucen naturales y naturalistas. Imágenes como la del escritor arreglando una licuadora, mientras su voz nos lee un fragmento de su cuento “El último”, consiguen darle auténtica dimensión humana a ese escritor que antes que nada fue un hombre. “Entre la literatura y la vida, elijo la vida”, vuelve a sorprendernos la magia inesperada de la voz de Conti, “pero de la vida rescato la literatura”.
Por su parte el trabajo de Andrés se luce en el juego expresionista de sombras y contraluces. Y no son pocas las veces que sus oníricas secuencias remiten a los trabajos de cineastas tan extraños como los británicos mellizos Quay o el checo Jan Svankmajer. El retrato postergado cuenta también con el aporte de las voces de Eduardo Galeano y Martha Lynch, hablando con admiración de Conti, de su obra y del hombre, que completan este oportuno y grato rescate de uno de los autores fundamentales para entender un país y una época.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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