lunes, 1 de septiembre de 2008
CINE - El hombre de hierro (Iron man): ¿Armas para la paz?
La paz es tener el garrote más grande que el otro. Este postulado, que bien podría ser un extracto del Diccionario del Diablo del escritor norteamericano Ambrose Bierce, es la ironía que elige Tony Stark para definirse como pacifista. Millonario seductor y narcisista, él es dueño y cerebro de Industrias Stark, sofisticada fábrica de armamento y principal proveedor del ejército norteamericano; aunque sólo le interese ganar dinero, sin importar quiénes serán las víctimas. Pero su mundo perfecto se quiebra: después de montar un show en el desierto de Afganistán para presentar su nueva línea de misiles primavera-verano, Stark es secuestrado por una célula terrorista (y árabe), que por esas cosas de la vida está equipada con productos Stark. Obligado a fabricar para ellos un arsenal de destrucción masiva, Tony (que nada tiene que envidiarle a MacGyver) se las ingeniará para forjar una armadura biomecánica capaz de convertirlo en un ejército de un sólo hombre. Tras cargarse media Jihad, escapar y ser rescatado del desierto, Tony regresa a casa con otra versión de la realidad.
Como cada personaje de Stan Lee -Spiderman, X- Men, Hulk y otros-, Tony Stark deberá derrotar primero al enemigo interior (en este caso, él mismo y su falta de ética), para luego poner su poder “al servicio de la comunidad”. Forzado al lugar común del victimario devenido víctima, Stark puede ver el daño que ha causado y reconocer que “otro” no es sinónimo de “enemigo”, como se desprende de su máxima inicial. Pero se encontrará con que Obadiah Stane, su socio, no comparte sus nuevos ideales, y que su leal secretaria Pepper Potts también es una mujer. Claro que no debe tomarse este módico alegato pacifista que involucra la transformación de Stark en Iron Man (nueva versión simplificada del mito del héroe), como una férrea declaración de principios. De hecho, ya en plan humanitario lo primero que hace Stark es perfeccionar su último invento, para reafirmar con él, sin palabras, sus convicciones de siempre: “prefiero el arma que deba ser usada sólo una vez”. Es decir, se ha modificado el fin, pero no los medios.
Iron Man cumple sus promesas: escenas de acción intensas, aunque no muchas más de las ya vistas en los trailers; infaltable dosis de humor; un poco de romance y pinceladas de la cenicienta; malvados calzando turbantes; banda de sonido rockera; y el cameo de rigor para Stan Lee, esta vez playboy entre rubias. Buen desempeño de Robert Downey Jr. en la piel y la coraza del héroe, y un Jeff Bridges capaz de hacer verosímil su personaje bipolar. Por supuesto que también estará en lo cierto quien crea que de esta suma de fórmulas sólo se puede obtener una película algo esquemática. Pero está claro que la repetición de recetas exitosas es uno de los recursos que explotan las películas de género. Tanto así que nadie se sorprenderá cuando en algún momento Tony diga “Yo soy el Hombre de Hierro”, y de inmediato comiencen a sonar los clásicos acordes de Black Sabbath. Tan cierto como que todos comenzarán a mover la cabecita.
(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)
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