jueves, 11 de septiembre de 2008

CINE - El frasco, de Alberto Lecchi: Una comedia abierta en dos


El exceso de pretensiones es un problema que El frasco no tiene: una película chiquita para una historia chiquita y una plena conciencia de su propia dimensión. Alberto Lecchi, su director, hombre de larga experiencia, parece haberlo comprendido y con prudencia no ha querido ir más allá. Parafraseando al cine nacional, puede decirse de El frasco que es una de esas historias mínimas casi anecdóticas, en la que un accidente se convierte en un suceso tan extraordinario para la rutina de los protagonistas, que es capaz de torcer sus destinos. Todo sin salirse de lo cotidiano, tratando de no dejar caer ni una gota fuera del tarro, valga el oportuno lugar común. Simpleza, entonces, es la palabra clave.
Y justamente simples son Pérez y Romina. Ella (Leticia Brédice) es una maestra de pueblo de esas que consiguen sin querer -tal vez por joven, tal vez por reservada; tal vez por las dos cosas-, que los comentarios circulen a sus espaldas y él (Darío Grandinetti), un chofer de micro algo más que tímido al que un gabinete psiquiátrico no dudaría en diagnosticarle algún trastorno obsesivo compulsivo. Cuando Romina se acerca a Pérez para pedirle un favor, ya sabe que él no se negará. En la escuela le han ordenado hacerse unos análisis de rutina y necesita hacer llegar el frasco con una muestra de orina al laboratorio que está en una pequeña ciudad vecina, que es el final del recorrido diario de Pérez. Casi sin palabras (no por nada le dicen El Mudo), él acepta el encargo que, entre torpezas y fobias, no conseguirá cumplir. O no al menos con el frasco de ella.
Se ha dicho que El frasco es una película sin pretensiones desorbitadas, pero también filmada con oficio, con una anécdota central entretenida, y más o menos correcta en todos sus rubros cinematográficos. Sin embargo Grandinetti y Brédice parecen haber elegido componer a su par de Cándidos lejos de toda intención de realismo, contrastando con las actuaciones más naturalistas de un reparto con altibajos, pero sin llegar tampoco a ser lo suficientemente caricaturescos como para que aquello parezca ser un juego de oposición buscado y no una escisión estética que divide la película. A pesar de ello, ambos protagonistas consiguen concretar un puñado de escenas entretenidas, en las que Grandinetti luce como una suerte de Forrest Gump desangelado (incluso sentado frente a su vieja casa, Pérez hasta se parece físicamente a Gump), mientras que la maestra de Brédice oscila entre la laxitud y la vehemencia, aunque sin definirse por ninguno de los extremos. Justo ese carácter bipolar es el que afecta a El frasco, que tampoco encuentra el coraje para decidir cuál de esas dos películas quiere ser. A pesar de esto, y aunque además deje alguna subtrama suelta por aquí y otra de más allá parezca un poco forzada, El frasco seguramente no defraudará a quien la elija a conciencia, sabiendo qué es lo que esta tiene para ofrecer.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12

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