jueves, 12 de octubre de 2006

CINE – Amigos con dinero (Friends with money), de Nicole Holofcener: Y líbranos de los amigos con dinero

Groucho Marx decía que consideraba a la televisión muy educativa, porque en el momento en que alguien la encendía, él se retiraba a leer. Y si bien son pocos los dueños de una lucidez como la suya, a muchos se nos habrá cruzado una que otra vez alguna idea semejante frente el espectáculo, ora lamentable, ora intrascendente, que la pantalla chica acostumbra a ofrecer. Aunque no siempre tengamos el buen tino de cambiar el control remoto por un libro.

Ahora bien, teniendo la televisión en casa, ¿es necesario pagar una entrada de cine para seguir viendo lo mismo? ¿O es que no gastamos lo suficiente en el abono del cable?

Amigos con dinero nos propone de nuevo la historia de Cenicienta, reformulada esta vez desde el exasperante punto de vista que la clase media norteamericana tiene acerca del mito de volverse rico. Aunque en esta versión del cuento infantil no hay ni glamour, ni verdaderos brillos, y el príncipe, que no es para nada azul, necesita además una buena terapia. Y no es el único.

Olivia es docente. Sin embargo sobrevive trabajando como empleada doméstica por horas, lo cual no debería ser en sí mismo un problema. Sucede que todos en su grupo de amigos han conseguido ser profesionales exitosos en sus carreras, logrando trascender los problemas económicos de la clase media, y hasta pueden permitirse con holgura algunos de los berretines de la gente rica. Dentro de este grupo, Olivia es la única que continua soltera, y por supuesto el resto se debate en el intento de salvarle la vida, siempre que ello no involucre enfrentar los conflictos propios. Ni tener que darle dinero. Para eso están las cenas de beneficencia.

El resto de la película es un retrato realista y aburrido de lo que a esta altura alguna escuela de psicología debería ya haber denominado síndrome neurótico norteamericano: una sucesión de frustraciones, fobias, obsesiones y represiones, para los que no se propone ninguna salida, o al menos ninguna muy inteligente. Como si la intención de los realizadores hubiera sido la de ofrecer un espejo en donde las clases media y media alta urbanas pudiesen encontrar un reflejo de su propia mediocridad, pero al final les hubiera faltado el coraje para darle al retrato las últimas pinceladas feroces y se quedaran en lo meramente anecdótico. Apenas consiguen algunos pocos momentos de buen humor que de todas formas no superan la categoría de lo ya hecho. El intento crítico, si lo hubo, queda invalidado ante el hecho de que la obra y el objeto criticado adolecen de los mismos vicios.

En esa misma línea, el innecesario final feliz le permite finalmente a Olivia mediante un patético Deus ex machina, incorporarse a ese mundo de mediocridad moral y salvación social que su insulsa existencia ansía. Una muestra final de cobardía.

Por último, en un país como el nuestro, en donde según palabras de Borges la amistad es una pasión, resulta imposible no objetar el papel que se le da y la turbia imagen que la película deja al respecto. Pretender que estos seres mezquinos, envidiosos, ajenos a toda solidaridad, realmente se encuentren unidos por la amistad, nos hace repetir aquello de “dios guárdame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido solo”.

Películas como Amigos con dinero muestran la enorme brecha de talento que por lo general separa al buen cine de lo meramente industrial, de lo que nunca debió haberse escapado de la televisión, esa moderna caja de Pandora.

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