martes, 5 de septiembre de 2006

CINE - Las tortugas también vuelan (Turtles can fly), de Bahman Ghobadi: El día que las vacas vuelen

Las diversas manifestaciones del arte representan verdaderos desafíos que de diferentes modos ponen a prueba al espectador. Desde lo estético, o desde lo ético. Y la co- producción irano- iraquí, Las tortugas también vuelan, es un gran ejemplo en ambos sentidos.
La película comienza en un campamento de refugiados iraquíes, en la frontera con Turquía, algunas semanas antes de que estalle la guerra entre Iraq y Estados Unidos. Su protagonista es Satélite, un adolescente que carga con el rol de proteger a los niños del campamento, y de hacer algunos trabajos para los adultos, entre quienes tiene muy buena reputación. La principal actividad de esos adultos consiste en intentar conseguir noticias acerca de la guerra en los canales extranjeros, casi todos prohibidos para el Islam.
La mayoría de los chicos son huérfanos, y muchos de ellos cargan en sus cuerpos los horrores de la guerra. Satélite se encarga de organizarlos para recuperar minas explosivas que luego venden, o para juntar casquillos de balas de cañón a cambio de pequeñas sumas de dinero. De alguna manera, Satélite les proporciona a sus chicos pequeñas excusas para seguir vivos.
La llegada de tres hermanos huérfanos al campamento, desacomoda la rutina de los chicos del campamento. En el mayor de los hermanos, un chico sin brazos con gran habilidad para recuperar minas y para lanzar certeras predicciones, Satélite ve peligrar su liderazgo. Y en la niña, quien carga todo el día con el hermanito menor, la excusa para un amor tan inocente como verdadero.
El cine ha visto a la guerra desde ángulos muy distintos, y sin embargo parece que no hubiera mostrado nada; que aun en películas que retratan distintos conflictos, diversos escenarios y enemigos, sólo existe una manera única de presentar a la guerra: la forma solapada, leve y circunstancial del cine norteamericano. Y no es que no haya películas de guerra fuera de los Estados Unidos (sin ir más lejos, la industria vernácula ha dado algunos ejemplos de cine bélico), o que nadie haya intentado abordar el tema de un modo más visceral. Pero en casi todos los casos, los filmes de guerra acaban convertidos en relatos de acción o en anécdotas personales, tan detenidas en la realidad que, ya con dificultad, apenas conmueven.
Hoy, la guerra no es más que una de las tantas formas de entretenerse un par de horas en una sala oscura, solo o acompañado. O, menos todavía, un suelto en los noticieros de la noche.
Las tortugas también vuelan es una película de guerra, no hay dudas. Pero su fortaleza no reside en esta cuestión de género, sino en una capacidad poco común para valerse de un lenguaje de símbolos y metáforas, sin que esto actúe como una distracción, ni como una forma de aligerar el retrato hiper realista que rueda y nos azota en primer plano.
Aunque es cierto que a primera impresión puede parecer una película realista y nada más, resulta bastante más que eso. Si sólo fuera realismo lo que Las tortugas también vuelan propone, sería un documental. Y aunque está compuesta por muchas escenas que rozan lo documental, lo notable de la película es que no lo es. Es drama, en el sentido artístico de la acción. Esto es ficción, aunque se hable de la realidad, y se cuestiona, en carne viva, cuál es la frontera inconsciente entre lo real y lo soportable.
Y en ese ser ficción es donde la película se vuelve maravillosa, incluso en el dolor. Porque mientras esa representación de la realidad aparece de forma primaria y superficial, el elemento fantástico se mete como una cuña, abriendo posibilidades que nos permiten ir más allá. Eso se llama poesía: dura, dolorosa, que llega hasta la médula como un alambre al rojo vivo pinchándonos las pupilas.
El manejo escénico de esta película, poco dado a la truculencia, casi antiguo, logra alinearse ética y estéticamente con el aspecto miserable de esos chicos, que vestidos con ropas gastadas y más de veinte años pasadas de moda, no hacen más que recordar que la pena y la pobreza no están tan lejos; que basta andar la noche en las estaciones de Once o Constitución, para encontrar lejos de aquella guerra, el mismo hambre, igual dolor.
Y tal vez desde ese lugar pueda encontrarse un sentido al extraño título de la película (auque el usado en inglés, Turtles can fly, Las tortugas pueden volar, es quizá una versión más eficaz). Es que ese título no es más que una expresión que se permite desalentar toda esperanza de que situaciones como la guerra o la miseria, o cualquier infamia, tengan alguna vez un final. Una desilusión que encaja a la perfección con la escena final, en la que dos de los chicos ven llegar al ejercito norteamericano. Pero ya no como los mensajeros del mundo soñado que los EEUU representan en las fantasías de Satélite, quien dentro del universo de la película representa la nueva generación que inocentemente se abre a Occidente (en ese contexto, es maravillosa la escena en que el chico conecta la televisión y se queda mirando el Fashion TV, mientras los viejos dan vuelta la cara), sino como una plaga que arrasa con el amor, con la propia tierra y en definitiva, con la realidad, y con los sueños y la inocencia de esos chicos que son forzados a convivir con el dolor propio, muy al margen de las prioridades del American Way of Life.
Una expresión muy porteña permite hacer otra analogía con el formidable título de esta película: la guerra (y otras pestes artificiales) van a dejar de existir… el día que las vacas vuelen.
Claro que en Iraq, las vacas no son lo que sobra.


(Reorganización de críticas publicadas originalmente en argenteam.net y revista Tólbac)

2 comentarios:

  1. Esta pelicula la vi hace poco. Espectacular. Me gusto mucho la tematica de la vision de la guerra desde el punto de vista de los chicos...quizas no tan inocente como el fil tan bien logrado "La vida es bella".

    En fin, "Las tortugas tambien vuelan" son de esas peliculas que dejan una marca indeleble.

    Es una pena, que peliculas como esta no sean tan difundidas.

    ResponderBorrar
  2. Ja,ja. El adjetivo Espectacular aplicado a esta película suena algo corrido. Pero me alegro compartir contigo el doloroso placer de admirar esta película.

    Respecto de trazar una relación con La vida es bella, creo que Las tortugas también vuelan, al no pretender ser abiertamente amigable para la neurosis pequeñoburguesa de los espectadores norteamericanos, se permite pararse realmente sobre un pedestal artístico para obtener una visión renovadora y tremenda del horror de los horrores que supone el tema de los niños dentro de la guerra.

    Y eso hace de esta una película superior, y de La vida es bella, una peliculita con dobleces, golpes bajos y segundas intenciones que a veces son demasiado sucias, y desnudan intereses demasiado mundanos y acomodaticios.

    ResponderBorrar