Además de eso, Llinás se ha convertido en uno de los polemistas más insistentes de la intelectualidad del cine local, un mundo pequeño pero que se autopercibe inmenso. En esa área el director se ha vuelto un auténtico performer, creando un personaje muy atractivo que tanto puede encantar a unos como enardecer a otros, a través del que sus muy meditadas ideas sobre el cine suelen ser expresadas por medio de espontáneos pasos de comedia no exentos de provocación. Sin embargo, como en el poema “El otro Borges”, es difícil saber dónde termina el Llinás “real” y donde empieza el provocador público. Lo cierto es que diferentes versiones del mismo han sido vistas en muchas de las películas realizadas por El Pampero, la productora que comparte junto a Laura Citarella, Alejo Moguillansky y Agustín Mendilaharzu. Su última aparición se registra en el documental Corsini interpreta a Blomberg y Maciel, su trabajo más reciente.
En él, tres personas se reúnen el 9 de julio de 2021, Día de la Patria, para analizar y volver a grabar algunas de las canciones del disco que le da nombre a la película. Se trata de un álbum grabado en 1929 en el que Ignacio Corsini, uno de los tantos grandes cantores porteños que quedaron a la sombra del mito de Carlos Gardel, aborda un repertorio de temas con música del compositor Enrique Maciel y letras del poeta Héctor Blomberg. La elección de abordar ese disco está motivada por una serie de elementos comunes que atraviesan los textos de Blomberg: todos narran historias de mujeres, transcurren en lugares reconocibles de Buenos Aires y están ambientados durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Conociendo estos datos, sabiendo que la historia es uno de los tópicos favoritos de Llinás y alertados de la hoy lejana simpatía de su linaje familiar por el bando unitario (que él se ha encargado de nunca ocultar. ¿Por qué lo haría?), solo hace falta sumar 1+1 para tener una idea de cuál es el juego que el cineasta propone esta vez.
Es importante no olvidar eso: Corsini interpreta a Blomberg y Maciel es, como otras producciones de El Pampero, una propuesta lúdica en la que el director, junto a Mendilaharzu y el cantor Pablo Dacal, desmenuzan y reinterpretan esas obras de contenido político (no tan) inesperado. Ese carácter juguetón se manifiesta, por ejemplo, en el recorrido por diferentes barrios y parroquias porteñas que se mencionan en cacniones como “La pulpera de Santa Lucía”, “Los jazmines de San Ignacio”, “La mazorquera de Monserrat” o “El payador de San Telmo”, tratando de filmar desde un auto en movimiento iglesias y lugares que nunca terminan de verse bien. Quizás una metáfora de la dificultad para ver la historia, ese objeto también en perpetuo tránsito frente al cual siempre hay algún obstáculo.
En el reparto de roles a Llinás le toca, claro, el de un “hater” de Rosas y sus acólitos, a los que califica de “tirano” y “hueleculos”, respectivamente. Por su parte Dacal se ocupa tanto de oponerse a las acotaciones excesivas del Llinás personaje, como de volver a cantar aquellas compociones. Mientras que Mendilaharzu se encarga de jugar por el centro de la cancha, como un cinco que distribuye la pelota. Aunque se trata de un juego, el director se lo toma en serio y recurre a una serie de textos, objetos y dramatizaciones que tienen por objeto no tanto demostrar una “verdad” histórica, sino construir una mirada muy específica que se propone rascar donde a otros les pica. Uno puede tomarse la cosa con el humor que evidentemente tiene y aceptar el juego. La otra posibilidad es dejarse provocar por un experto.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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