Lo concreto es que Ducournau no ahorra en visceralidad y morbo a la hora de contar la historia de Alexia, una joven (pero no tan joven) bailarina erótica que se gana la vida haciendo sus shows en ferias automovilísticas, donde realiza provocativas performances montada sobre los capós de los coches, para delicia de los y porque no también de las fierreras y fierreros. Pero tampoco le evita al público la dificultad que representa ser testigo de algunas escenas que piden a gritos ser rechazadas y que, sin lugar a duda, han sido pensadas para causar la indignación de cierto tipo muy específico de espectador. En esa característica, que es imposible no calificar de infantil, está lo menos atractivo de Titane, a pesar de que es justamente lo que más les gusta de ella a muchos de sus fanáticos.
Es cierto que Titane intenta de forma deliberada ser una película política, valiéndose para ello de las reglas del cine de género, como la ciencia ficción y el horror. Que utiliza esos recursos para diseñar un personaje que por sus características híbridas, no solo en cuestiones de género, sino también en su vínculo con la tecnología, funciona como emergente de su tiempo, de la cultura pos y transhumanista, identitaria, feminista y de la lucha de las nuevas generaciones por el derecho a “construirse” a sí mismas, a imagen y semejanza de sus deseos. ¿Que hay nobleza en ese espejo en el que muchos espectadores jóvenes se reconocen e identifican? Puede ser. Pero también hay torpeza y trazo grueso.
Titane es una película hecha a los gritos (en términos cinematográficos), declamativa aunque a priori no lo parezca y, sobre todo, obvia. Tal vez no tanto en el sentido narrativo, donde Ducournau consigue sorprender con algunos giros, con decisiones de la puesta en escena o con el vínculo emocional que Alexia construirá con su “padre” (no el biológico). Pero sí en sus intenciones, y las reacciones de esas dos mitades que la alaban o descalifican también a los gritos es la confirmación de ello. Titane será aceptada o rechazada exactamente por quien corresponda y en ese sentido también es hija de su tiempo: no hay una búsqueda ni una intención de proponer un diálogo, sino la decisión (política) de cebar a los propios y despreciar a los extraños.
Claro que Titane no es solo eso. Ninguna película de la que se habla tanto lo es. Ducournau también consigue un producto muy atractivo e impactante desde lo visual (aunque su carácter calculado también se percibe a kilómetros de la pantalla) y por eso muchos le han atribuido cierto espíritu cronenbergiano, aunque el trabajo de la francesa está lejísimo de la sutileza con la que el director canadiense ha construido su obra, incluso cuando se decidió a provocar. Lo mejor de Titane se encuentra en la construcción del mencionado lazo paterno filial, en la fidelidad amorosa sobre la que se erige ese “acá estoy” que un increíble Vincent Lindon susurra en la escena final. Es decir –a contramano de lo que la película vocifera—, en aquello que sigue siendo inalienablemente humano.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario