Érase una vez comienza con una madre contándole a sus hijos un cuento a la hora de ir a dormir. La vestimenta, la arquitectura y la iluminación dejan claro que la acción se desarrolla en algún momento dentro del lapso temporal en el que transcurren las obras de Carroll y Berrie. A continuación lo que se verá es la historia de la familia Darling, en la que los tres hijos del matrimonio que forman Jack y Rose disfrutan de la libertad de una vida construida sobre el límite de lo urbano y lo rural. David es el mayor y ocupa un lugar destacado tanto para sus padres como para sus hermanos Peter y Alice, desempeñando un rol central en la dinámica familiar. Su ingreso a una escuela de elite parece augurarle además un destino brillante.
Pero si se trata de tejer redes cinematográficas, el espectador puede estar seguro de que no hay forma que en una familia donde los padres se llaman igual que los protagonistas de Titanic (1997), la cosa no termine en desgracia. Que Jack sea uno de esos artesanos que meten barquitos adentro de las botellas y que los chicos imaginen una aventura en un bote viejo que encuentran en la orilla de un arroyo cercano, ayudan a confirmar el augurio que llega a través de la película de James Cameron: que la vida de los Darling se dirige hacia un naufragio que todos ellos ignoran.
Con la tragedia llega el trauma y la fantasía será la herramienta que les permitirá a los niños Darling mantenerse a flote a pesar del dolor. En cambio Jack y Rose se hundirán en la pérdida sin encontrar salvavidas. La cineasta estadounidense Brenda Chapman, cuya experiencia previa se dio en el cine animado –Príncipe de Egipto (Dreamworks, 1998) y Valiente (Pixar, 2012)—, consigue balancear la pura fantasía por la que transitan las obras citadas y la intensión de reversionarlas en plan realista. Pero así y todo no puede evitar que Érase una vez se quede a mitad de camino, sin conseguir que la historia que cuenta pueda ir más allá de la mera cita o de la adaptación no siempre ingeniosa de los personajes y las situaciones de las obras originales, a veces resueltas un poco a las apuradas. Pero con la proa siempre apuntando hacia un anunciado final feliz.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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