jueves, 29 de julio de 2021
CINE - "Freedom Fields", de Naziha Arebi: El tamaño de una revolución
CINE - "Jolt", de Tanya Wexler: Acción sin emoción, comedia sin gracia
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 25 de julio de 2021
LIBROS - "Llamarada", de Jorge González: Una saga familiar en la que Racing, el fútbol y el pelo rojo se llevan en los genes
Así empieza Llamarada, la historieta creada por el argentino Jorge González. Publicada primero en Francia en el formato de novela gráfica, Llamarada llega a Argentina a través del sello Hotel de las Ideas, en una edición que es un verdadero lujo. Para quienes hayan notado que el apellido del personaje es el mismo que el del autor, sí: Jorge es el nieto de José María. Y el libro es una saga familiar que atraviesa cinco generaciones, en la que el fútbol es una vocación hereditaria que no todos concretan y el pelo color de fuego una marca que no todos heredan.
Es que el abuelo José María gozó de gran fama entre 1928 y 1938 como defensor central en Racing Club, donde recibió el apodo de Llamarada debido a las marcas registradas de su cabellera enfurecida y su recia forma de jugar. Pero Llamarada González no es un jugador más en la centenaria historia de la Academia: su nombre se encuentra entre los únicos 100 que aparecen destacados en la web oficial del club, como uno de sus máximos ídolos de todas las épocas.
La cancha, césped, equipo, la hinchada, la remera los botines, la familia las amistades los nervios antes de salir...las emociones que trae el fútbol narradas por @jorgeilustra en esta historia donde la vida de los hombres de su familia se unen con el deporte. pic.twitter.com/HIsnZRj9Jd
— Hotel de las ideas (@HotelDeLasIdeas) June 3, 2021
Llamarada es además la piedra fundamental en el relato que su nieto Jorge bautizó en su honor y que se extenderá por casi 12 décadas. En ese recorrido, organizado a partir de años clave, aparecerán hitos que jalonan el recorrido. La fundación del club y los años de futbolista. Los intentos fallidos de Jorge, hijo de Llamarada, por seguir los pasos del padre en las canchas; sus estudios de arquitectura. El nacimiento del autor y el divorcio de sus padres. La adolescencia marcada por el contraste entre la intimidad con los amigos y la distancia paterna. Y el fútbol, una vez más como destino fallido. La muerte trágica del abuelo. Y ya en el siglo XXI, la emigración y el nacimiento de Mateo, hijo del autor y primer varón de la casta González en volver a recibir la divisa de aquel inolvidable pelo rojo.
El de las sagas es un género de larga tradición y reglas claras, que Llamarada cumple con rigor. Como corresponde, González traza la red de vínculos y sentimientos que tejen los miembros de un linaje a través del tiempo, pero haciendo que el recorrido dramático ilustre un devenir histórico que, de forma ineludible, afectará el destino de los personajes. El género incluye obras como Cumbres borrascosas de Emily Brontë, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Mujercitas de Mary Louise Alcott. O la historia de la familia Glass, que atraviesa la obra de J. D. Salinger, incluyendo los libros Nueve cuentos (1953), Franny y Zooey (1961) y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: Una introducción (1963). En la pantalla grande el género quedó asociado a la cultura italiana gracias a El Padrino, obra de origen literario y fama cinematográfica. Pero también a películas como Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci; La familia (1987), de Ettore Scola; o Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore. El trabajo de González alcanza la altura de esa estirpe utilizando con maestría los recursos de su propia lengua, la historieta.
En Llamarada los estilos formales se alternan con el fin de hacer que el relato gane en elocuencia y emoción. Así, la infancia de Llamarada aparece ilustrada en un predominante sepia, en el que solo se destacan el pelo anaranjado del protagonista y las bandas celestes de la casaca racinguista. Las imágenes de los partidos de fútbol combinan la atmósfera espectral de las viejas fotografías de prensa, con la épica de los bajorrelieves que los griegos utilizaban para perpetuar su gloria bélica. Un contrastado blanco y negro sirve para representar la compleja relación entre los dos Jorges, padre e hijo. Y el color aparecerá, pleno, con el nacimiento del pelirrojo Mateo, el último de los González. Todos esos recursos están puestos al servicio de una historia compleja pero narrada con poética sencillez, sin las incómodas interrupciones de la pretensión. No se preocupe el lector si al pasar las páginas se les escapa alguna lágrima: esa facilidad para llegar profundo sin caer ni en traiciones ni en excesos es uno de los regalos más grandes que ofrece esta extraordinaria Llamarada.Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 22 de julio de 2021
CINE - "Sweat", de Magnus von Horn: Espejitos, pantallitas y angustia existencial
Una mezcla de Gran Hermano con The Truman Show: así de expuesta es la vida de Sylwia. Solo que en este caso, ella no forma parte de una producción ajena ni ignora en absoluto que su vida es seguida en línea por centenas de miles de personas. Es que Sylwia es una celebridad del fitness, una influencer que postea en sus redes sociales casi todas las actividades de su vida. No solo aquello que ocurre en público, como sus clases multitudinarias a las que asisten chicas jóvenes como ella, mujeres adultas y también hombres, sino muchas otras de su vida privada. Postea videos de sus sesiones en el gimnasio, de cómo se prepara un batido energético para el desayuno, de su mascota, de los regalos que recibe como canje por promoción. Exponerse todo lo posible se ha convertido en un negocio para Sylwia. Los problemas aparecen cuando ella da un paso más allá de lo privado y publica un video en el que cuenta una intimidad: llorando dice que se siente sola y que le gustaría tener a alguien en su vida.
Durante su primer tercio, la película polaca Sweat (sudor) revela una mirada crítica respecto del papel que juegan las redes sociales en la vida moderna. En especial en la de los más jóvenes, los famosos millennials y centennials. Y lo hace machacando la creencia de que nada es del todo real si su existencia no se prolonga de inmediato en el plano virtual. Desde el guión, Sweat plantea con inteligencia la coexistencia de esos universos estrictamente paralelos que, como indica la geometría, parece que nunca se tocarán. La perfecta vida online de Sylwia, luminosa y colorida, de emociones sobreactuadas pero siempre positivas y llena del cariño que la gente le muestra, es presentada como el contraplano de esa vida íntima en donde las mismas luces y un entorno tan lujoso como artificial no pueden ocultar el vacío que se cuela en aquella catarsis a través de las redes.
No es casual que la crisis de una joven que hace un culto del cuerpo venga por el lado emocional, a través de esa confesión donde la aparición espontánea de un sentimiento genuino libera la angustia existencial de una vida partida en mitades inconexas. Tampoco lo es el constante trabajo de duplicación que la película realiza con espejos, pantallas y hasta con los cristales de los edificios. Esa confesión será para ella como el iceberg del Titanic. No solo porque representa la punta visible de un trauma más profundo, sino porque además producirá una fisura emocional que le permitirá empezar a percibir la realidad más conectada a lo sensible y con los otros. El caso del hombre que la acosa y el de la fanática excitada que la invita a tomar un café para luego confesarse como en terapia son claves en ese cambio que empieza a tener lugar dentro de Sylwia. Como en Matrix, cuando el protagonista tomaba la pastilla azul, aquella catarsis representa una anomalía que derribará la fachada estilizada y pulcra que ella misma construyó a su alrededor, para darle lugar al fluir ingobernable de sentimientos van más allá de un simple emoticón lanzado al ciberespacio.
Sweat hace explícito el viaje de Sylwia entre esos hemisferios el día que visita a su madre por el cumpleaños y en el trayecto atraviesa un túnel que funciona como nexo entre ambas realidades. Cuando entre en él con su auto estará dejando atrás ese mundo ABC1 que parece retocado con Photoshop. Y al salir del otro lado aparecerá entre monobloc y chimeneas industriales entre las que se cuela la cruz tosca de una iglesia de barrio. El gran trabajo de arte y fotografía también dará cuenta de esa metamorfosis, pasando de una paleta de colores nítidos perfectamente engamados, a otra de tonalidades arratonadas y texturas más ásperas y descascaradas. La película se reserva para su último tercio un par de secuencias de alto impacto. Las mismas le permiten a Sylwia cerrar el círculo abierto, completando un recorrido que tiene mucho de fábula cristiana. En esa última parte, Sweat también se permite una mirada menos tajante de la vida virtual, aceptándola como un espacio más en el cual es posible habitar.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 18 de julio de 2021
LIBROS - "Consejos de un sabelotodo", de John Waters: Viaje a la mente de un viejo pervertido
Claro, su carrera no se detuvo ahí y hoy en día excede los límites del cine. Waters ha escrito también una media decena de libros, tres de los cuales han sido publicados en Argentina por el sello Caja Negra. Carsick es un diario de viaje que narra los pormenores del trayecto que el director recorrió a dedo para unir Baltimore, su ciudad natal, con San Francisco a los 66 años. En Mis modelos de conducta le rinde tributo a sus influencias malditas, en el que reúne a personajes anónimos con grandes figuras, como el también demonizado rockero Little Richard o el dramaturgo Tennesse Williams. Ahora le llegó el turno a Consejos de un sabelotodo, que tiene además un subtítulo prometedor: “La sabiduría desviada de un viejo repugnante”. Lo dicho: Waters, maestro de la ironía, sabe perfectamente cómo invertir el peso simbólico de las palabras hasta convertir el agravio en mucho más que un elogio, en parte de su identidad.
De Consejos de un sabelotodo se puede decir que es un extraño libro de memorias. O una guía práctica para no perderse en el laberíntico mundo del perverso señor Waters, rey del trash. O, por qué no, un manual exquisito para conocer a fondo la cultura popular estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Consejos de un sabelotodo es, entonces, muchos libros en uno. Su primera parte propone un recorrido de su paso por Hollywood, abordando el proceso de realización de sus últimos siete trabajos. El recorrido empieza con Polyester (1981), en el que adaptaba el sistema Odorama para aromatizar algunas escenas con olores repugnantes. Y llega hasta Adictos al sexo (2004), su última película, que “acaba” con la cabeza de uno de los protagonistas estallando en una eyaculación gigante que salpica la pantalla justo antes de los títulos finales. En esos textos Waters entrega exquisitos detalles del proceso de hacer películas como las suyas, que van desde las disputas con los vecinos de las locaciones donde las filmaba, hasta las discusiones con los productores o los encargados de calificar sus películas, siempre deseosos de amputarle las partes más provocadoras. Es decir: las mejores.Pero en el libro Waters también recorre sus gustos musicales y en el camino el lector recibirá una clase de rock’n’roll, otra de jazz, una tercera de soul, rythm’n’blues y ¡hasta de hip-hop! O de punk, al que considera “el disfraz perfecto” para cualquiera que tenga algo que ocultar. Ahí afirma que los chicos punks son, en realidad, “homosexuales desquiciados que escapan del mundo gay tradicional para hacer pogo, en un intento ‘macho’ por tocar cuerpos de otros tipos”. O que “las chicas nunca se ven gordas o feas si son punk”. Confesará además su adoración por el falsete, que incluye a cantantes como Frankie Valli o el inglés Ian Whitcomb, pero también a las infames Alvin y Las Ardillas, de quienes se declara fanático. “Hubiera tenido sexo con Alvin sin dudarlo”, confiesa Waters, recordando con picardía su adolescencia a finales de los ‘50.
Asumido militante de la izquierda blanca y culposa, el cineasta también cuenta su experiencia dentro de los movimientos radicales de su juventud. Con lucidez, reconoce la labor del movimiento yippie, del que fue parte, o de agrupaciones como los Panteras Negras. Pero también recuerda que por entonces “la izquierda radical era tan homofóbica que era raro ver hombres gay” y recuerda que fueron “las lesbianas quienes siempre combatieron la misoginia de los hombres de izquierda”, realizando un interesante reflexión que resuena en el presente. Por fin, en Consejos de un sabelotodo Waters le pega hasta al papa Francisco, cuyos gestos de “apertura” hacia la comunidad LGBTQ+ define como “un fraude asimilador y falsamente gay friendly”. “Este tipo no hace nada y pretende ser visto positivamente por la comunidad gay”, estalla Waters, que además considera que la actitud del papa argentino “con las mujeres es aun peor que con los putos”. Como buen sabelotodo, Waters tiene un consejo para dar al respecto: “Tengan cuidado con la palmada en la espalda. Puede que les impida avanzar”.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
viernes, 16 de julio de 2021
CINE - "La calle del terror (Parte 3): 1666 (Fear Street Part Three: 1666): de Leigh Janiak: Brujas (no) eran las de antes
jueves, 15 de julio de 2021
CINE - "Los mejores enemigos" (The Best of Enemies), de Robin Bissell: Que la realidad no te arruine la película
martes, 13 de julio de 2021
CINE - Oliver Stone estrenó en Cannes su documental sobre el asesinato de Kennedy: La duda sinfin
viernes, 9 de julio de 2021
CINE - "La calle del terror (Parte 2): 1978" (Fear Street Part 2: 1978), de Leigh Janiak: Terror fetiche
Como ocurrió con el episodio anterior, esta segunda parte también está llena de guiños a las sagas citadas. La acción, por ejemplo, ocurre en 1978, año en el que John Carpenter estrenó Halloween, piedra basal del género slasher. Los hechos tienen lugar en un campamento de verano para adolescentes al costado de un lago, que recuerda a aquellos en los que transcurrían la primera Martes 13 (Sean Cunningham, 1980) u otras películas significativas del género y la época, como Campamento del terror (Robert Hiltzik, 1983). Ni hablar de que la protagonista, víctima del bullying de sus compañeras, sea tan pelirroja como la mismísima Carrie White, protagonista de Carrie (Brian De Palma, 1976), película que además es citada de forma explícita. La lista de homenajes sigue.
El estreno de esta parte dos revela además la voluntad de la saga de recorrer los acontecimientos que le dan forma a su universo de manera invertida. Es decir, comenzando por los más recientes y a partir de ahí remontar la historia hasta sus orígenes. Un salto que en este caso abarca 16 años y que tiene como hilo conductor a la única sobreviviente de una matanza de adolescentes ocurrida en aquel campamento de 1978, cuya experiencia puede ser útil para los personajes de 1994. Pero como es fácil imaginar, habrá que esperar hasta el viernes que viene para ver si la parte 3, ambientada en 1666 en plena cacería de brujas del período colonial de los Estados Unidos, termina de resolver el enigma.
No puede decirse que La calle del terror (Parte 2): 1978 tenga a la originalidad entre sus virtudes. Lejos de eso, la película es un mush-up de influencias y tópicos clásicos del cine de terror en el que se funden los asesinos seriales con la brujería y las posesiones demoníacas. Todo con una estética que relee desde el cine a las décadas de 1980 y 1990 en clave moderna, del mismo modo en que Stranger Things lo hizo desde el formato serial. Algo que también han tratado de hacer antes muchas películas, sin éxito alguno. Al contrario, esta segunda parte se muestra eficaz para trasladar al público las emociones y el miedo de sus personajes y logra introducir ciertos elementos que le aportan un plus al viejo combo conocido.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 8 de julio de 2021
CINE - "El hombre del mañana" (The Tomorrow Man), de Noble Jones: Sobre el pilar de la ternura
El comienzo de El hombre del mañana, ópera prima de Noble Jones como director tras una carrera prolífica como realizador de videoclips, es el avatar perfecto de su protagonista. Filmada con la misma precisión con la que Ed organiza su vida, cada uno de los planos que componen la secuencia inicial van recorriendo la casa del personaje y sus actividades cotidianas, incluyendo una charla telefónica con un hijo que se limita a escucharlo y a decirle que sí como a los locos. De ese modo logra dar perfecta cuenta del carácter minucioso y obsesivo del personaje.
Dentro de ese montaje hay un segmento breve, que en principio parece un detalle incluido solo para hacer más dinámica la presentación, pero que podría contener un pequeño mensaje cifrado. En el momento en el que Ed vuelve del supermercado a su casa con su vieja pero fiel camioneta (“una Ford”, repetirá él con orgullo a lo largo de la película) pasa por delante de un negocio cerrado. La cámara, ubicada dentro del local, registra ese paso fugaz a través de una pequeña ventana. De inmediato, corta al primer plano de unas perchas metálicas que apenas se agitan debido a las vibraciones del vehículo, produciendo un delicado tintineo. En solo dos planos de cinco segundos de duración total, Jones brinda una modesta pero efectiva demostración práctica del Efecto Mariposa: un hecho cualquiera puede producir efectos sensibles e inesperados en un tiempo o en un espacio distante. Es decir: todo tiene consecuencias.
En la vida de Ed eso ocurrirá en su siguiente visita al supermercado, donde mientras hace la fila para pagar descubrirá a Ronnie, una mujer que, como él, anda por los 70 y de la que se enamora a primera vista. Lo que sigue son las torpes e inocentes estrategias que el protagonista pone en marcha para generar un encuentro casual con ella. Quien en principio parece percibir en el otro una intensidad que la incomoda, pero que gracias a la insistencia de Ed (que nunca acusa recibo de esas señales) termina aceptando primero la invitación a un café y luego a una cena. Ese cruce representará el primer eslabón de una reacción en cadena que, como una explosión atómica (este símbolo es importante dentro de la película), viene a alterar la vida de ambos.
El del amor en la tercera edad en clave de comedia dramática no es un tópico novedoso. Si hasta el cine argentino tuvo su éxito temático con Elsa y Fred (Marcos Carnevale, 2005). El hombre del mañana incluye varios de los elementos que hacen distintivo al subgénero, no siempre en el mejor sentido. De hecho, al promediar el relato aparece el clásico clip musical en el que Ed y Ronnie hacen “locuras de enamorados”, torciendo la película hacia un costumbrismo tan simpático como trivial. Sin embargo ambos personajes están construidos tan sólidamente, con sus miedos, deseos y extravagancias, que El hombre del mañana consigue sostenerse en la ternura que genera el encuentro entre ellos. Más fundamental todavía resulta que John Lithgow y Blythe Danner sean quienes pongan su talento al servicio de dos personajes y una película capaz de iluminar las sombras de un mundo en pandemia. Al menos por un rato.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
jueves, 1 de julio de 2021
CINE - "Blanco en blanco", de Théo Court: La ética de la puesta en escena
Parte de la programación del Festival de Venecia en 2019, donde recibió el premio Orizzonti al Mejor Director, el de Derechos Humanos y el Fipresci de la crítica, Blanco en blanco transcurre en algún lugar del sur de Chile a finales del siglo XIX. Hasta ahí llega Pedro, fotógrafo de profesión (Alfredo Castro, figura recurrente del cine chileno), contratado por Mr. Porter, un terrateniente de la zona, para fotografiar a la mujer con la que va a casarse. La mujer resulta ser una niña y Pedro parece quedar tan encantado con ella como su futuro esposo. Con la anuencia de la institutriz, el fotógrafo realiza una toma cargada de erotismo que está muy lejos de cumplir con las convenciones victorianas del retrato de una mujer a punto de contraer matrimonio y más cerca de la explotación sexual.
La escena es perfecta tanto desde lo fotográfico como en términos narrativos, porque no solo da cuenta del delicado tratamiento elegido por Court para llevar adelante la película, sino que sus detalles serán fundamentales para entender algunos puntos centrales del desarrollo posterior de la historia. En particular su desenlace, vinculado a esas fotografías reales que registran las matanzas llevadas adelante contra los selknam. Es que en aquella época la fotografía se realizaba por el sistema de placas que, lejos de la captura espontánea de un instante, demandaba un largo proceso de preparación de la escena y un período de exposición de la imagen de varios segundos. Con inteligencia cinética, Court revela el carácter de puesta en escena y la crueldad de dichas fotografías, en las que se ve a los cazadores blancos posando junto a los cuerpos sin vida de los indígenas, como si las mismas hubieran sido tomadas en medio de la acción y no luego de un calculado y puntilloso proceso de montaje.
A pesar de haber cumplido con el encargo de forma satisfactoria, Pedro queda prisionero de la circunstancia, esperando ser recibido por Mr. Porter para cobrar por trabajo realizado. Pero como el Godot de Samuel Beckett, la presencia de Mr. Porter se dilata y con ella el pago que el fotógrafo espera recibir para poder volver a su hogar. La cita a la obra del dramaturgo británico no es gratuita. Pedro espera la llegada de esa figura que vendría a darle sentido a su presencia ahí, de la misma manera que los protagonistas del drama teatral esperan inútilmente. En esa dilación, el fotógrafo también queda preso de un presente continuo que va minando su humanidad, insensibilizándolo ante escenas cada vez más brutales.
Lejos de renovar el dispositivo de montaje utilizado en las citadas fotografías, el director nunca se permite hacer una explotación gráfica de aquellas circunstancias. Al contrario, siempre elige colocar la cámara con pudorosa distancia, sin ocultar el espanto, pero sin exhibirlo gratuitamente. En esa decisión también radica la árida belleza de sus imágenes, en las que lo poético y lo político mantienen un delicado equilibrio. En la escena final, tan extensa como elocuente, se funden a la perfección el retrato del horror con el delicado y meticuloso trabajo cinematográfico de Court.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
CINE - "Judas y el mesías negro" (Judas and the Black Messiah), de Shaka King: Una película (muchas veces) típica
Que en este caso es la vida del activista revolucionario Fred Hampton, vicepresidente a nivel nacional del Partido de las Panteras Negras a finales de la década de 1960. Y la de su contracara, Bill O’Neal, un ladrón de poca monta obligado a convertirse en informante del FBI y a infiltrarse en el núcleo duro del grupo de Hampton. Dirigida por Shaka King, Judas y el mesías negro aborda los hechos que tuvieron lugar a partir del momento en el que los caminos de ambos se cruzaron, dando lugar a un trágico desenlace en 1969, cuando el primero de ellos se sumó a la lista de líderes sociales negros asesinados, junto a los más notorios Malcolm X y Martin Luther King. A diferencia de ambos, cuyas muertes ocurrieron a los 39 años de edad, Hampton solo tenía 21 cuando un grupo de agentes del FBI, que todavía era dirigido por el nefasto J. Edgar Hoover, lo fusiló en su casa mientras dormía, apenas días antes de ser encarcelado.
Narrada con eficiencia y de forma clara, Judas y el mesías negro puede ser comparada con un embudo por la forma en que avanza su relato, haciendo que los hechos se vayan organizando de tal modo que su resolución ocurra por simple decantación. Y en el único sentido posible: el de la lógica violenta de su época. El trabajo de todo el elenco es superlativo, aunque tanto Kaluuya como LaKeith Stanfield, encargado de interpretar a O’Neal (y también nominado a los Oscar como actor de reparto siendo protagonista), aparentan bastante más que los 20 años que sus personajes tenían por entonces. Tal vez el mayor lastre de la película es su obvia intención de militancia política, que genera subrayados tanto en el desarrollo como en la necesidad de expresar un mensaje aleccionador demasiado evidente. Lo mejor: la forma en la que se va construyendo el personaje de O’Neal, cuyas contradicciones lo convierten en una especie de juego de espejos invertido que la película abraza intentando no juzgar.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.