viernes, 26 de febrero de 2021

CINE - "Manifiesto", de Alejandro Rath: La Historia como un sueño

A mediados de 2019 los actores Iván Moschner y Pompeyo Audivert viajan a una ciudad costera. Van a filmar una película en la que interpretarán los roles de André Breton y León Trotsky. Las primeras imágenes los muestran comiendo solos en una casa de diseño racionalista en medio de un bosque. Aunque los que comen son Moschner y Audivert, cuando hablan lo hacen como Breton y Trotsky: igual que en una sesión de espiritismo, los actores se convierten en médiums capaces de ser habitados por más de un espíritu de forma simultánea. En términos cinematográficos, el efecto es similar al que se produce al montar dos imágenes distintas, fundiendo una sobre otra, alumbrando una nueva forma, al mismo tiempo familiar y extraña. 

Esa película es Manifiesto, de Alejandro Rath, y está basada de forma libérrima en el encuentro histórico que el padre del surrealismo y el revolucionario ruso tuvieron en 1938, en México, en el cual redactaron juntos su Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente. Si hay algo manifiesto en el film de Rath es su intención de traducir aquel texto en imágenes, valiéndose de cuanta herramienta el lenguaje cinematográfico pone a su servicio. En ese sentido, la película se propone evitar por todos los medios encajar en las formas preestablecidas del cine, tratando de descubrir una forma que sea a la vez única y propia. 

Manifiesto no es ni ficción ni documental pero, igual que los dos actores, también es las dos cosas. Para conseguir esa simbiosis, Rath intenta tomar al pie de la letra lo expresado en aquel texto libertario (palabra que debe ser leída según su significado original, vinculado a los movimientos anarquistas, y no como la equívoca expresión utilizada por el neoliberalismo más extremo). Es decir: abordar el acto creativo con libertad absoluta, evitando el yugo de las formas rígidas, incluso de aquellas que pudieran surgir del propio guión, piedra fundamental de la labor cinematográfica. Sobre el final, un texto informa que la escritura de la película atravesó todo el proceso, haciendo que rodaje y montaje también se solapen, de tal forma que, como en la paradoja del huevo y la gallina, se vuelva difícil “saber dónde empezó qué cosa”. 

Es imposible no reconocer en ese mecanismo juguetón a aquellos otros, los utilizados por los artistas que le dieron forma al surrealismo, movimiento de vanguardia que tuvo en Breton a uno de sus artífices. Porque de algún modo Manifiesto no es otra cosa que un cadáver exquisito habitado por no pocos hallazgos. Pero la película también está cargada de la tradicional solemnidad trotskista, que a veces termina neutralizando a aquel espíritu lúdico, haciendo que el solapamiento entre ambas cosas se desencaje y deje al descubierto las costuras del cadáver.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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