jueves, 25 de febrero de 2021

CINE - "Corazón borrado" (Boy Erased), de Joel Edgerton: Cómo curar a los que están sanos

“Nuestra familia es muy normal”, le dice la madre a Jared cuando este le pregunta si entre los parientes cercanos hay alcohólicos, apostadores, adictos, consumidores de porno o enfermos mentales. Y homosexuales. Esa familia normal (y cristiana) es la que envió al chico, que transita el final de su adolescencia, a un campamento juvenil en el que prometen “curar” su deseo por otros hombres. Es ahí donde le pidieron como tarea que dibuje en un afiche su árbol genealógico, consignando en él todos los pecados morales cometidos por sus familiares más próximos. Pero la respuesta de la madre es tajante y con apenas esas cinco palabras deja a su hijo solo con su deseo, abandonado en el lado monstruoso del mundo.

Basada en el libro de memorias de Garrard Conley, Corazón borrado narra la experiencia de ser homosexual en el centro de los Estados Unidos blancos y cristianos, en cuyo seno es habitual tratar el asunto como una enfermedad que puede y exige ser curada. Pero tampoco es cuestión de señalar con el dedo y mirar para otro lado: los debates en torno a las leyes de género expusieron en la Argentina la existencia de un pensamiento afín. 

En ese campamento de la vergüenza, Jared recibe entre rezos y plegarias valiosas enseñanzas para dejar de ser gay: pararse como un hombre, no cruzar las piernas al sentarse, interpretar un papel. Dirigido por el actor australiano Joel Edgerton, el film combina aciertos con excesos, siempre amparado tras el escudo moral de las buenas intenciones. Sin embargo hay una escena en la que, con una simple decisión de cámara, el director no solo consigue exponer el punto de vista de la película con mucha más potencia que en otras, en las que todo es dicho de forma obvia. También demuestra que Edgerton es capaz de manejar con elegancia e inteligencia los recursos cinematográficos. 

En ella, como si se tratara de un tribunal, los padres junto a un pastor y a otro miembro destacado de la comunidad (que también tiene un hijo “con problemas”), le preguntan a Jared si quiere cambiar y si está dispuesto a sacrificarse para conseguirlo. Tras un momento tenso, en el que los tres hombres no le sacan los ojos de encima al “acusado” mientras la madre esconde la mirada, Jared expresa con firmeza su deseo de dejar de ser quién es. Entonces todos se toman de la mano para orar por ese joven que “se alejó del camino”. En ese momento la película cambia su punto de vista. La cámara sale de la habitación y registra todo desde afuera, a través de la ventana, mientras con un travelling muy suave también se aleja. Con ese gesto sencillo Edgerton confirma que Jared no puede estar más solo, pero además se niega a ser parte del ritual de humillación, tomando distancia. En decisiones como esa, que constituyen una declaración política en la que se combinan ética y estética, está el auténtico valor de Corazón borrado. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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