Definir a Wild Rose como una película de fórmula no es solo una forma de decir, porque su premisa encaja sin asperezas en el molde elegido. Desde el comienzo, el guión le pone a Rose-Lynn un montón de lastres, que tanto tienen que ver con su personalidad, sus sentimientos y sus incapacidades como con su origen de clase, a los que ella se deberá sobreponer si quiere alcanzar su meta. En el camino se encontrará con fuerzas benéficas que tratarán de extraer lo mejor de ella, pero también con otras perjudiciales, que apostarán por recordarle quién es, de dónde viene y cuáles son sus limitaciones. Pero será la fuerza de su voluntad la que la colocará en la senda correcta. Cualquier semejanza con el clásico camino del héroe o el arco dramático de los cuentos de hadas no es coincidencia.
Ya en la escena de títulos se presenta a la protagonista saliendo de la cárcel con una tobillera electrónica, yendo a acostarse con su novio antes de ir a ver a sus dos hijos chiquitos, que estuvieron al cuidado de su madre durante el año que ella estuvo presa. Hay en Rose-Lynn una pulsión muy fuerte, pero para nada consciente, que le impide registrar aquello que está más allá de de su propio horizonte. Que, como se ve, se cierra demasiado cerca de sí misma, convirtiendo a su mundo en un espacio muy reducido y con una única ventana: el deseo de convertirse en cantante de country.
Pero ese anhelo, que la película irá colocando más cerca o más lejos de la protagonista según convenga a los distintos momentos emotivos del relato, es en realidad una pantalla que cubre de forma sutilmente parcial la cuestión de fondo. Una agradable distracción que ayuda a traficar el proceso de maduración que comenzará a realizar Rose-Lynn a medida que se enfrente con la realidad, al hecho de que no está sola en el mundo y de que sus acciones tienen consecuencias que van más allá de sus propios límites. Sin grandilocuencia, Wild Rose se sostiene en la construcción eficiente de su protagonista y en la inteligente administración las pequeñas pero sustanciales epifanías que a partir de su experiencia en el mundo van jalonando un radical cambio interno.
Nada de eso hubiera sido lo mismo si la encargada de interpretar a la protagonista no hubiera sido Buckley. Encantadora e inocente a pesar de su carácter arrabalero y problemático, su Rose-Lynn es una Cenicienta proletaria que hasta tendrá un hada madrina real, pero que será capaz de renunciar a la magia para buscarse el destino por sus propios medios. Parte de su potencia escénica tiene que ver con la personalidad y la voz que Buckley le imprime a las agradables canciones de la banda sonora, que la muestran como un verdadero vendaval. Viéndola en pantalla se entiende por qué tras el éxito de la película, la actriz salió de gira por los países del Reino Unido e Irlanda presentando las canciones de la película, llegando a tocar en el famoso Festival de Glastonbury.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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