Un camino que en el caso de Leena, una adolescente de 15 años, se encuentra bastante avanzado; que parece encaminado en el de Avery, una niña de 12; y que en el de Jay, un chico de 13, empieza con el tratamiento para bloquear sus hormonas femeninas durante la película. Pero que es absolutamente embrionario en el de Pheonix, un niño-niña (así se define él-ella) de apenas tres años de edad. La película los retrata en sus vidas cotidianas, dando cuenta de sus procesos y de las dinámicas que se producen en torno a los cuatro, todas de una gran complejidad emocional y social. Pero a pesar de esa sensación de intimidad y de la proximidad que genera con sus protagonistas, la película no siempre consigue ir más allá del piloto automático de los documentales televisivos. Esto tal vez se deba a los escasos recursos cinematográficos que pone en acción para hilvanar su relato. En ese sentido, se trata de una película cuyo valor reside sobre todo en su contenido y casi nada en su forma, algo que en términos simbólicos en este caso es un desacierto.
El debate más interesante que surge de Transhood gira sobre la forma en que los procesos personales que atraviesan estos chicos son sobre-expuestos. Un detalle que bien se le puede señalar a la propia película, pero que también aparece en los entornos de los mismos protagonistas. Algo de eso se percibe en el empeño que la madre de Avery pone en tratar de convertir a su hija en un símbolo trans, a pesar de que la ñiña manifiesta, entre otras cosas, que no quiere ser parte de una producción periodística que finalmente la convirtió en tapa de National Geographic y que desató sobre ella un vendaval de transfobia. O en la madre de Phoenix, quien lo/la lleva a una celebración religiosa donde lo/la impulsa a compartir frente a todos, micrófono en mano, los detalles de una identidad aún en desarrollo. Pero cuando el chico-chica de tres años le pide no quiere hacerlo, lejos de contenerlo/la la madre toma el micrófono y revela todo lo que la criatura le pidió preservar. En el otro extremo están los de Leena, quienes hacen lo mejor que cualquier padre puede hacer: acompañar a su hija con amorosa naturalidad, allanándole el duro camino de ir descubriendo quién es en realidad.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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