“Este fue un proyecto que me propuso la productora Pampa Films, con quienes había hecho mi trabajo anterior, Joel (2018)”, cuenta el director, recordando el origen del asunto. “Ellos me dieron el libro y el link de una charla Ted que había dado Sebastián, y entre ambas cosas me convencieron para hacer la película. Pensé que se trataba de un desafío de enormes riesgos y eso me empujó a aceptarlo”, relata Sorín.
-Entre los riesgos se encontraba la dificultad de evitar el golpe bajo.
-Ese fue el mayor de todos, porque el tema tiene un alto voltaje emotivo y la línea divisoria es muy finita. Todo el tiempo fui consciente de eso y la luz amarilla estuvo todo el tiempo encendida. La puesta en escena tampoco fue sencilla, por qué se trata de una película que transcurre el 80% dentro de una habitación y la protagonista no se mueve de la cama. -¿La inclusión gráfica de dispositivos electrónicos y redes sociales fue una herramienta útil para agilizar esas limitaciones? -Sí, pero por otra parte lo esencial de María pasa por su vida en las redes y era imposible contar su historia prescindiendo de esos espacios. Necesitábamos que eso apareciera y me parece que no sólo le aporta ritmo a la película, sino que también refleja su humor cáustico y ácido, y es uno de los elementos que la vuelven tan atractiva como personaje.
-En la película las redes sociales adquieren un rol fantasmagórico, porque mientras María se encamina a su final físico alimenta un avatar virtual que la va a sobrevivir. ¿De algún modo las redes representan una forma de vida después de la muerte?
-Absolutamente. Ella no sería lo que fue, ni hubiéramos hecho una película sobre su vida si no hubiera escrito en las redes sociales. El fenómeno alrededor de ella se viralizó a partir de su acción en las redes. Ahí está el origen de todo. Lo que permite entender al personaje y lo que justifica a la película, es esa vida paralela que María vivía en las redes.
-Tampoco se puede entender a María sin ese cuaderno que le escribe al hijo, que además puede ser pensado como un trabajo de fijación de la memoria y que también tiene algo de vida más allá de la vida.
-En la película ella dice “Quiero que te acuerdes de mí de vez en cuando”. Esa es la esencia del cuaderno: que el amor por su hijo perdure más allá de la muerte. Porque el olvido es una segunda muerte. Eso es lo que plantea Coco, la película de Pixar, que trata más o menos de lo mismo que El cuaderno de Tomy. Cuando te olvidan morís por segunda vez.
-Después de ver la película parece obvio que Bertuccelli era la actriz ideal para personificar a María. ¿Cómo fue trabajar con ella?
-Lo de Valeria es un trabajo autoral. Como director colaboré en guiar algunas cosas, pero esa cantidad de matices y de pequeños gestos están ahí porque ella es muy fresca para trabajar. Lo mismo que Esteban. Por eso digo que ellos también son autores en ese terreno privado en el que se mueven los actores. Todo el elenco estaba muy conmocionado por la temática de la película y eso hizo que tuvieran con el proyecto un nivel de entrega que no es habitual. Además, buena parte del rodaje tuvo lugar en un hospital y eso ayudó mucho a terminar de cerrar el clima.
-La película maneja cierta ligereza humorística, pero sin perder el anclaje en el drama. ¿Fue difícil encarar esa dualidad?
-Me ayudó todo lo que María escribió y que yo tomé textual para el guión. En ese sentido consideró que ella es casi una co-guionista. María era desconcertante, desfachatada y espontánea, pero también muy profunda.
-Usted ya había trabajado con niños actores en su película anterior, Joel. ¿Qué diferencias hubo entre aquel trabajo y éste?
-La diferencia más grande era la edad, porque el personaje de Tomy tiene 4 años y Joel tenía 9. Además Joel venía de una zona de suburbios en Terra del Fuego y habiendo hecho una vida de calle que hacía que esos nueve años parecieran muchos más. En este caso era un nene más chico y yo tenía que aprovechar esa espontaneidad y frescura, porque sabía que cuánto más querible fuera Tomy, más profundo iba a calar la película.
-¿Ya tiene nuevos proyectos para el futuro inmediato?
-Sí, pero en la línea de las películas más pequeñas que vengo haciendo. Pienso en cómo producir cine en post pandemia, porque la máquina tiene que seguir funcionando. Pero más que en los protocolos hay que pensar en la tecnología, en adaptar el diseño de producción ante una situación como la que estamos viviendo. Estoy desarrollando proyectos para una realidad donde todavía el aislamiento y la distancia estén muy marcados.
-Como si le faltaran problemas al cine independiente, ahora también hay que pensar en estas variables.
-Sí, es cierto (risas). Entre otras cosas me gustaría filmar con un iPhone 12, algo que se puede hacer perfectamente si desde el guión pensás en las formas de encuadrar. Es un equipo que te permite entrar en terrenos a los que no podés acceder con un equipo profesional.
-¿Le interesa filmar en esas condiciones o sólo lo piensa obligado por la circunstancia?
-No, es algo que me interesa. La evolución tecnológica en el ámbito de la producción dio unos saltos imposibles. Ahora hay cámaras de u$s 600 con las que podés filmar con una calidad absoluta. Hay que pensar que si las películas van a ir a plataformas en lugar de salas, las condiciones son distintas. No es lo mismo hacer una película para proyectar en pantalla gigante que otra para ser vista por televisión, por más grande que sea.
-¿Pero usted ya se resignó a que el nuevo espacio del cine sea el de las pantallas domésticas?
-No, para nada. Yo todavía espero lo que venga. Pero como a mí me interesa la tecnología incluso más que el cine (me refiero a la tecnología para filmar), siempre estoy muy al tanto de los progresos que hay en esa área mes a mes. Y hasta te diría que semana a semana.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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