Fuga de Pretoria está basada en el libro autobiográfico del sudafricano Tim Jenkin, miembro del Congreso Nacional Africano, movimiento liderado por Nelson Mandela, quien en 1978 fue detenido junto a su compañero Stephen Lee por detonar unas bombas de panfletos contra el régimen de segregación racial en su país. Ambos recibieron largas condenas que debían cumplir en la cárcel para blancos de la ciudad del título, pero una vez ahí toman la decisión de preparar un plan de escape. Aunque entre rejas se encuentran con otros presos políticos, casi ninguno creía que la de la fuga fuera una buena idea. Entre ellos estaba Denis Goldberg, símbolo de la lucha blanca contra el apartheid, enjuiciado durante los primeros ‘60 y condenado a cuatro cadenas perpetuas (finalmente fue liberado en 1985 y murió en abril de este año). Solo un único prisionero compartió con Jenkin y Lee la idea de escapar y entre los tres diseñaron un plan difícil pero posible.
Como toda historia de suspenso basada en hechos reales, Fuga de Pretoria tiene que luchar contra sí misma para mantener la tensión a pesar de que su final es de dominio público. Y Annan lo consigue a pesar de todo, concentrándose en el riesgoso método de prueba y error que los protagonistas están obligados a seguir para alcanzar su objetivo. La película también deja muy claro el carácter privilegiado que tenía ser blanco en aquella Sudáfrica, incluso estando preso. De hecho los detenidos están muy lejos de atravesar los infiernos que debieron soportar sus compañeros de desgracia en películas como Expreso de medianoche (Alan Parker, 1978) o Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2006), todas ellas ambientadas en distintos regímenes totalitarios durante los ’70. Aunque menos impactante, con ambas comparte la tradición política del género.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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