jueves, 10 de septiembre de 2020

CINE - "Lava", de Ayar Blasco: Autoconsciencia animada

El cineasta, dibujante, historietista y animador Ayar Blasco (o Ayar B) es un ovni dentro del cine argentino. Una especie única, condición que hace que su trabajo sea particularmente valioso dentro de una actividad que se proyecta como industria, pero que rara vez se produce fuera de los límites de lo artesanal. Y Ayar B es un artesano, alguien que está presente en todos los aspectos del proceso creativo, involucrado de forma directa en el trabajo que demandan cada una de las etapas de producción. Algo que se aplica a sus dos largos previos, Mercano, el marciano (2001, codirigida con Juan Antín) y El sol (2009), pero que también vale para Lava, su nueva obra, a pesar de que se trata de una película de mayor complejidad técnica. Eso no significa que su estilo haya cambiado y que Lava se parezca a una de Pixar. Lejos de eso, su animación mantiene ese trazo tan característico de sus trabajos, que de tan minimalista parece infantil, en el que reside buena parte de su efectividad. Sin embargo es evidente que detrás de la película hay una labor técnica de mayores proporciones.

A diferencia de sus cortos – se los puede ver de manera gratuita en Instagram o YouTube agrupados bajo el título de Chimiboga—, en los que la búsqueda pasa por una veta humorística que fluye entre lo negro y el sinsentido, sus largometrajes también muestran una mayor complejidad dramática. Sin abandonar nunca los recursos anteriores, que Ayar B maneja con gracia, igual que Mercano y El sol, Lava desarrolla una historia en la que la ciencia ficción se derrama sobre lo cotidiano. Lejos de toda neutralidad, los universos que surgen de esa combinación siempre mantienen un reconocible color local, a partir del cual el director ofrece una representación de la cosmopolita identidad porteña, donde el absurdo aparece naturalmente como uno de sus rasgos distintivos.

Estrenada en la edición 2019 del Festival de Mar del Plata y de reciente paso por el Festival de Animación de Annecy (Francia), Lava cuenta una historia apocalíptica, en la que una civilización de origen desconocido, la Cultura Lacrimal, se instala en la Tierra provocando el caos. Apoderándose de los medios de comunicación, los lacrimales transmiten una señal hipnótica a través de las pantallas de todos los dispositivos, con el objetivo de anular temporalmente la conciencia de las personas. Al mismo tiempo unos gatos gigantes aparecen en las terrazas de los edificios de Buenos Aires y desde ahí observan todo, inmóviles y amenazantes. En ese contexto, Débora, una tatuadora con algunos problemas de autoestima, descubre junto a un grupo de amigos que existe una especie de resistencia que se comunica a través de las historietas. 

Ayar B conecta realidad y fantasía por la vía onírica, creando una atmósfera con mucho de lisérgico, y usa su particular humor como vehículo para moverse sobre el relato. Una de las características de ese humor es la autoconciencia, que se manifiesta a través de personajes que no solo se saben dentro de una película, sino que son capaces de percibir su propia naturaleza animada. Solo así es posible que Débora y sus amigos salten desde la azotea para escapar de un gato y terminen reventados contra la vereda, pero que a la escena siguiente la huida continué a la carrera, mientras uno de ellos exclama: “¡Aguante la animación!” Es que esa técnica de infundirle vida a los dibujos que la industria transformó en un género, en manos de Ayar B se convierte en la posibilidad de imaginar sin límites y sin necesidad de costos efectos especiales. 

Es cierto que Lava concluye de forma abrupta, dejando abiertas una buena cantidad de tramas. Sin embargo es posible que eso no deba percibirse como una falla, ni siquiera como una búsqueda, sino como un rasgo de identidad que atraviesa todos los trabajos de Ayar B. Ese carácter incompleto es también un atributo de lo absurdo, la grieta por la que se filtran, superpuestos, lo irreal y lo cómico. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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