viernes, 7 de agosto de 2020

CINE - "Arkansas", de Clark Duke: Construcción de una familia

La importancia de la obra de Quentin Tarantino no solo debe medirse por sus propios méritos, sino por la forma en que la misma derivó en el surgimiento de una narrativa cinematográfica posterior y la cantidad de Salieris que le crecieron alrededor. Eso generó la institucionalización de una estética a la que sus émulos redujeron a la creación de personajes que aspiran a ser más grandes que la vida, a estructuras narrativas ingeniosas y a la explotación de un fetichismo integral que tanto abarca lo formal como lo discursivo. Todo eso se percibe en Arkansas, debut en la dirección del joven actor Clark Duke. En poder del alquimista original, dicha fórmula consigue en mayor o menor medida ser estimulante, canchera e incluso sobradora, pero siempre generosa, y sobre todo, fuente de una mitología cuyas raíces se hunden en el humus de la historia del cine. En otras manos, el combo no cuaja con la misma gracia y hace que el artista devenga copista, perdido dentro de un pantalón que siempre le queda grande.

Kyle y Swin son un par de descastados que la sociedad empujó hacia los márgenes y trabajan para una organización piramidal que trafica cocaína en los estados sureños de la Unión. Uno es retraído, muscular y propenso a entrar en acción, aunque prudente. El otro, extrovertido, parece un poco más cerebral, aunque no alcanza para considerarlo inteligente. La pareja podría protagonizar una buddy movie, pero que acá conforman un engranaje de una maquina de mayor pretensión. Ambos terminan juntos debido a su capacidad para cumplir órdenes, hasta que un descuido los deja huérfanos en el negocio y deben aprender a manejarlo solos.

Dividida en capítulos que van y vienen en el tiempo y de personaje en personaje, echando mano a diálogos pensados para funcionar como los de una comedia, donde el tempo y la noción de remate son vitales, Arkansas puede representar una experiencia cinematográfica placentera. Siempre que no se la aborde con expectativas desmedidas, porque también hay en ella una vanidad algo pretenciosa por mostrarse inteligente que de tan obvia por momentos se vuelve una zancadilla para el propio verosímil. Duke nunca termina de manejar con fluidez ese artificio que en Tarantino luce natural. Sin embargo hay algo interesante en ella. Al comienzo la voz en off de Kyle sostiene que la mafia “dixie”, expresión despectiva que refiere a los estados del sur de Estados Unidos, no es como la de los italianos o los mexicanos. “No hay familias, ni códigos de honor ni filosofías de vida”, reflexiona. En esa afirmación, que en principio hace temer que tampoco haya un relato, se apoya sin embargo la búsqueda de la película. Será esa ausencia de una familia y de una ética la que empuje a Kyle y Swin a tratar de construirse una propia, que los contenga dentro de un relato que por fin los rescate del margen para colocarlos en el centro. Aunque sea de forma trágica.

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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