Tamae Garateguy es la cineasta más prolífica y activa dentro del cine de género en la Argentina, un territorio que, como todos los vinculados a los distintos aspectos de la industria cinematográfica, también es transitado por una mayoría masculina. Un detalle de género que amerita ser mencionado, aunque no tenga incidencia alguna en el resultado estético de sus trabajos. En sus 15 años como directora abordó la acción (Pompeya, 2010), el terror (Mujer lobo, 2013), el slasher (Toda la noche, 2015) y la comedia satírica (UPA, una película argentina 1 y 2, 2007 y 2015), dando muestras de su versatilidad estética. Este año tiene programado estrenar otras tres películas, la primera de las cuales es Las Furias, en la que, como de costumbre, vuelve a jugar con el cruce de géneros con la intención deliberada de crear un híbrido tanto en lo estético como en lo narrativo.
Aunque también incluye elementos que son propios del policial e incluso echa mano de recursos que del mundo del horror, Las furias va por el lado del western, contando una historia de patrones e indígenas, ambientada en uno de los tantos pueblos rurales que desgranan sobre la pampa y el desierto que se abre hacia el oeste del territorio argentino. Pero también es una road movie y una tragedia romántica, en la que se narra el amor imposible entre la hija del cruel hacendado de la zona y el heredero de los habitantes nativos, quienes mantienen una disputa por la tierra. Como si se tratara de una versión pistolera de Romeo y Julieta, los jóvenes Leónidas y Lourdes deciden escapar para proteger su amor, pero sobre todo para huir de la crueldad del padre de ella, cuya figura es un Aleph de maldad en el que se concentran muchas opresiones: la del rico sobre el pobre; la del europeo sobre los pueblos originarios; y también la que el hombre le impone de múltiples modos a la mujer.
Las furias acumula abrumadoras virtudes técnicas, contando con una fotografía extraordinaria, una banda sonora que en la mayor parte del relato funciona de forma inmersiva y un montaje ajustado, que permite que visualmente el relato fluya con moderada naturalidad. La cosa no funciona tan bien en lo narrativo, sobre todo por el desparejo abordaje de las diferentes subtramas. Garateguy logra que el costado más realista, aquel en el que los protagonistas escapan hacia su destino mientras son perseguidos por los hombres del padre de Lourdes, sea el más redondo. Ahí los personajes lucen sólidos, verosímiles a fuerza de mantener a raya los abusos histriónicos. El resto de las subtramas avanzan con altibajos, acumulando momentos en los que el artificio se vuelve evidente, con actuaciones y movimientos escénicos demasiado marcados, y algunos excesos en los trabajos de arte, vestuario y peinado. El resultado final no puede escapar a esa bipolaridad, que recorre a la película de principio a fin.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectgáculos de Página/12.
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