jueves, 30 de abril de 2020

CINE - "Amor a segunda vista" (Mon inconnue), de Hugo Gélin: Un cóctel bien batido

Dos onzas de bourbon, tres chorritos de Angostura, un terrón de azúcar y un poco de agua helada, más unas cascaritas de naranja. Y los que disfrutan de los detalles cinematográficos pueden agregar unas cerezas al maraschino. Preparar un Old Fashioned no tiene muchos secretos. Alcanza con mezclar los ingredientes de la receta en las medidas indicadas y listo: a disfrutar de un trago clásico que te hará quedar como una persona sofisticada. Igual que la mayor parte de las llamadas películas comerciales, lo que propone la francesa Amor a segunda vista también es una fórmula clásica a la que no le falta ni un solo elemento. Pero en el cine, igual que en la coctelería, el secreto no pasa por la matemática sino por la calidad de los ingredientes utilizados. Y, claro, por la mano del barman para darle a la preparación un toque personal. En ese sentido puede decirse que como cineasta, Hugo Gélin es un buen barman.
Es cierto que ese tipo de frases suelen utilizarse para menospreciar el trabajo de alguien, pero en este caso es más bien lo contrario. Porque el director (que también es uno de los guionistas) demuestra pericia para combinar elementos que ya fueron probados muchas veces, pero aún así logra dejarle al espectador un agradable sabor en la boca. La fórmula en este caso es un eficaz mecanismo de la comedia romántica con toques fantásticos, en la que el protagonista después de diez años en pareja y con la relación ya desgastada, se levanta un día en un mundo distinto. En esta nueva versión de su vida ya no es el exitoso escritor de una saga juvenil a lo Harry Potter, sino un simple profesor de literatura. Y el amor de su vida, cuyo talento en el piano quedó relegado por el éxito literario de su esposo, es ahora una famosa concertista que no tiene memoria de haber estado casada con él.
Como en otros casos de este subgénero, cuya mejor versión se vio en la fundacional Hechizo del tiempo (Harold Ramis, 1993), pero cuyo origen hay que rastrearlo en otra maravilla del cine como ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946), Amor a segunda vista juega a descomponer la realidad para que el protagonista aprenda una lección. En este caso se trata de volver concreta y absoluta una pérdida que se venía dando de forma progresiva, haciendo que el amor adolescente del protagonista se deshilache por efecto de la vida cotidiana en el transcurso de una década. El mérito de Gélin se encuentra sino en renovar la alquimia de la fórmula, al menos en hacer que sus elementos vuelvan a encajar entre sí con cierta gracia y frescura. Algo que es fácil de decir, pero que no siempre ocurre. Sin ir más lejos, Netflix estrenó este mes Amor. Boda. Azar, una película británica mediocre basada en los mismos presupuestos, pero que casi nunca consigue aprovechar ni las posibilidades humorísticas, ni transmitir el peso dramático de lo que significa una segunda oportunidad. Objetivos que Amor a segunda vista alcanza, incluso a pesar de transitar por lugares comunes y de algún chiste clasista no del todo feliz. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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