viernes, 24 de enero de 2020

CINE - "Dolittle", de Stephen Gaghan: Aventuras a la antigua pero con CGI

Con el estreno de Dolittle, la historia del veterinario decimonónico que puede hablar con sus pacientes en sus propias lenguas animales, se convirtió en una de las más populares del cine infantil, sumando su tercera adaptación en poco más de 50 años. La primera fue Doctor Dolittle, en la que el protagonista era interpretado por el atildado y algo rígido actor inglés Rex Harrison, que para 1967 ya era bien conocido por sus papeles centrales en la desmesurada Cleopatra de Joseph Mankiewicz (1963) y la comedia musical Mi bella dama (George Cukor, 1964), junto a Audrey Hepburn. Tres décadas más tarde sería Eddie Murphy, cuya carrera comenzaba a rodar barranca abajo, quien se pondría en la piel del veterinario en una versión aggiornada a los años ’90. Veintidós años después, el encargado de devolver al personaje a su origen victoriano es nada menos que Robert Downey Jr., en su primer trabajo en seis años en el que no le toca interpretar a Tony Stark, alias Iron Man, personaje que fue el alma del Universo Cinematográfico de Marvel durante 12 años. Lejos de resultar una liberación, su interpretación de Dolittle no siempre consigue despegarse ese aire de superioridad y la inclinación por la ironía y los excesos que definieron a su icónico personaje. Algo no muy distinto a lo que pasaba con su versión de Sherlock Holmes en las películas dirigidas por Guy Ritchie, que tendrán su tercer episodio el año que viene.
Más allá de ese detalle --que quienes sean fanáticos de Tony Stark no dejarán de disfrutar-- Dolittle consigue erigirse como una película de aventuras dirigida al público infantil que cumple con un objetivo central que la mayoría de las de su tipo no consiguen alcanzar: transmitir la adrenalina de la aventura con recursos propios del cine pensado para chicos. Por supuesto que el relato no olvida que del otro lado también habrá adultos –renegar del multitasking es anatema en el cine industrial contemporáneo— y se preocupa por hacer que las peripecias que atraviesan sus personajes también resulten atractivas para ellos. Pero sin olvidar sus prioridades, exigiendo que sean los adultos quienes se atrevan a conectar con ese costado lúdico vinculado a las primeras experiencias como espectador que todo el mundo aún tiene en alguna parte.
Humor físico, varias escenas de riesgo (que el CGI se encarga de aligerar) y algunos diálogos afortunados se cuentan entre las virtudes de una película narrada con corrección clásica. Por otro lado los gags interpretados por animales permiten dimensionar de qué manera los videos de gatitos de YouTube impactaron en la construcción de una mirada y un imaginario colectivo. Dolittle lo entiende y trabaja sobre eso, a veces simplificando y otras enriqueciendo la construcción cinematográfica, al mismo tiempo que se permite el riesgo de un final no tan feliz como los peores presagios hacían temer. Sin embargo no puede evitar caer en la trampa de la moraleja fácil: parece que todo junto no se puede.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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