miércoles, 20 de noviembre de 2019

CINE - Entrevista a Paula Hernández, directora de "Los sonámbulos": La complejidad de lo femenino

Es cierto que en el cine de Paula Hernández lo femenino representa una parte fundamental de los universos que se ocupó de retratar. Así abordó el amor romántico en Lluvia (2008), o el final de la infancia y despertar del deseo en Un amor (2011). Es cierto que esas instancias exponían a sus protagonistas tanto a situaciones placenteras como dolorosas, pero que Hernández siempre planteó dentro del marco de lo moralmente aceptado. Ese es uno de los grandes saltos que Los sonámbulos, su nuevo trabajo, representa dentro de su filmografía.
Estrenada en el reciente Festival de Cine de Mar del Plata, Los sonámbulos tiene como protagonistas a Luisa (Érica Rivas), una madre que enfrenta la etapa más tediosa del matrimonio, y Ana (Ornella D’Elía), la hija adolescente abrumada por la llegada de la madurez. Construida por la suma de capas de tensión, el quinto film de Hernández retrata una crisis familiar, pero también expone la crisis del modelo de sociedad que tiene a la familia tradicional como núcleo. Una puja que convierte a unas vacaciones familiares en una bomba de tiempo, donde lo femenino es tensado al máximo. En medio de eso Hernández aborda la inequidad de género, la emergencia del deseo y hasta retrata una situación de abuso, asuntos centrales de la agenda social.

-En estos ocho años que pasaron entre sus últimas películas cambió mucho la forma en que se percibe lo femenino. ¿Eso impactó en la construcción de Los sonámbulos?
-Creo que no. Este guión empezó a formarse en 2015 y aquel momento no tenía nada que ver con este, aunque es cierto que algo se estaba gestando, como esto que pasa en Los sonámbulos por debajo y que parece que en cualquier momento va a explotar. Obviamente que algo de esa sensación estaba, porque soy parte de la sociedad y estuve conectada con situaciones que tuvieron que ver con los movimientos de las mujeres. Pero no fue algo pensado en relación a la película. La escena del abuso estaba escrita de esa forma y se fiilmó como la imaginé. En ese sentido mostrar el cuerpo del chico y no el de la chica es una decisión política, porque no quería exponer ese cuerpo, lo quería cuidar.  
-¿Qué desafíos enfrentó a la hora de retratar esa violencia?
-En primer lugar trabajar con una adolescente demandó un entrenamiento, porque Ornella también está ingresando a la adolescencia y había que cuidarla. Evaluar hasta qué punto podía entrar en esas situaciones. Claro que una escena como esa no se ensaya, sino que se conversa mucho y en función de eso se va ajustando. Evaluar a qué distancia nos teníamos que parar frente a una escena así fue lo más costoso, tanto durante el rodaje como cuando lo trabajamos después con el sonido. Qué se escucha, cuánto se escucha, qué resistencia debe haber. Tuvimos muy en cuenta aquello de “No es no”, una consigna que estuvo muy presente durante el año pasado.
-La figura del sonambulismo carga con algo de la huida y la negación por la forma en que trabaja dramáticamente dentro del relato.
-El sonambulismo tienen una parte literal, porque hay episodios así en esta familia, pero también hay una idea metafórica. Para la película entrevistamos a 300 adolescentes y el tema de la menstruación estuvo muy presente en las charlas. Es increíble que a esta altura existan tantas dificultades para hablar públicamente de un hecho natural y biológico. Como si fuera una negación. Una de las preguntas puntuales era si recordaban el día de su primera menstruación y con quién lo habían compartido. Para mi sorpresa muchas de ellas no lo habían podido compartir dentro del núcleo familiar y era muy llamativa la vergüenza que les daba la pregunta y hablar de eso.
-¿Y qué le aportó a eso el sonambulismo como herramienta narrativa?
-Existe la idea de que en general en el sonámbulo se manifiesta algo que ha quedado reprimido y me pareció interesante que un personaje que acaba de tener su primera menstruación intente escapar de un contexto que recién al final vamos a entender. Teníamos ganas de trabajar sobre la idea de no estar ni dormido ni despierto, de no estar en plena conciencia de los actos
-Además expone de forma gráfica el miedo materno a no entender qué es lo que ocurre con esa hija.
-Criar un hijo es complejo. Darle libertad pero seguir cuidándolo. Es un aprendizaje. Luisa no está al tanto de lo que ocurre y entonces aparece el miedo acerca de cuántas cosas más son las que no sabe sobre su hija. Eso la deja descolocada respecto de su propia existencia y lo mismo pasa con el personaje de Ana. Es difícil encontrarse con un cuerpo, con el propio deseo, con una menstruación, todo ese cambio. Es algo que empezó a interesarme cuando filmé Un amor y en lo que acá pude entrar más profundamente  
-La película construye una atmósfera de peligro inminente. Usted como directora elige que eso que se ve venir finalmente ocurra, pero también tenía la opción de evitarle el daño y el dolor a los personajes
-A veces en una película hay situaciones como ésta, que pueden estallar. Situaciones de tensión en las que si hubiera un arma alguien las resolvería con un tiro. A mí me interesaba trabajarlo desde lo corporal, desde cómo esos cuerpos se modifican y cómo son mirados. Porque hay algo de los cambios que atraviesan a Ana que algunos ven y otros no. Me interesaba trabajar la sexualidad y entonces esa resolución siempre estuvo muy clara para mí.  
-Para trazar un paralelo con lo que ocurre en la película, un acto de violencia de un hombre contra una mujer, utilizó la figura de un arma. ¿Esa comparación coloca a los hombres en el lugar dramático que ocupan las armas?
-Nos estamos poniendo re psicoanalíticos (risas). No creo que los hombres representen un arma en la vida de las mujeres, ni me vínculo de esa manera con ellos. Sí creo que hay situaciones de violencia que las mujeres hemos atravesado históricamente, que por suerte no me ha tocado vivir pero que se están modificando. El otro día leí un texto de Rita Segato que decía que no es que los hombres sean los malos, sino que hay una cuestión que tiene que ver con un modelo y con los lugares que hombres y mujeres fueron tomando dentro de él. Eso está presente en la película, en la que elijo contar desde el lugar de una madre y desde una adolescente desbordada por lo que le pasa que se busca a sí misma. Quizá en un contexto distinto todo podría terminar de otra forma, porque a ella le gustaba ese primo y eso me parecía atractivo de contar. No se trata de un abusador que viene de afuera, sino del entorno familiar. Hay algo del modo en que se presenta la situación y del estado de indefensión de esa chica que permite que ese hombre, en ese contexto, se convierta en un arma. Pero de ningún modo creo que los hombres sean solamente eso. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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