viernes, 27 de septiembre de 2019

LIBROS - "La primera casa", de Santiago Loza: El cine como un dios que sana y salva

Santiago Loza debe ser uno de los creadores más polifacéticos del panorama artístico contemporáneo en la Argentina. Si bien el inicio de su carrera aparece vinculado con igual fuerza a las escenas del cine y del teatro, en los últimos años su trabajo se ha expandido hacia territorios linderos como la televisión, la literatura y ahora parece que también la música. En la actualidad se encuentran en cartel su unipersonal La enamorada, protagonizado por la cantante colombiana Julieta Venegas. El mismo incluye canciones que también fueron escritas entre la cantante y el dramaturgo, marcando el debut musical de Loza. De forma casi simultánea su película más reciente, Breve historia del planeta verde, formó parte de la programación cinematográfica del Malba hasta el mes de julio y todavía se encuentra rodando por festivales de cine de todo el mundo. Mientras tanto las librerías comenzaron a exhibir su segunda novela, La primera casa, publicada por Tusquets Editores.
La primera casa es el relato íntimo de un adolescente que crece en un pueblo de provincia a mediados de la década de 1980. Además de las tensiones comunes al 100% de los jóvenes, en Gonzalo confluyen su orfandad y el descubrimiento de deseos sexuales que no coinciden con los de sus compañeros, con quienes mantiene un vínculo nada cordial. Disgustado por una realidad en la que no encuentra lugar, el protagonista recorre la novela buscando alcanzar un estado ideal cercano a la fantasía. No es extraño que el único lugar en donde el chico parece sentirse cómodo sea en la oscuridad del cine, donde las películas alimentan sus sueños. Loza escribe La primera casa alternando la tercera y la primera persona en capítulos que se intercalan de modo simétrico, generando un juego de duplicidades que la novela profundizará de maneras diversas. Esa forma múltiple en algún punto replica los variados caminos por los que el autor ha decidido llevar su propia voz. “Me ha pasado como ahora, que de repente confluyen una película con un libro o una obra de teatro, pero no son proyectos que se hayan gestado al mismo tiempo, sino que ocupan distintas agendas”, aclara Loza. “La novela es algo que uno va escribiendo a fuego lento y mientras suceden otras cosas. Es como un proyecto secreto”, puntualiza.  

-¿Estás ideas le llegan con un género ya determinado o es usted quien debe descubrir cuál es el mejor camino para hacer avanzar a cada una a medida que las desarrolla?
-La vertiente es la misma, la masa a la cual uno acude es la misma, pero cada una llega con su forma. Cuando empiezo una novela tengo claro que no va a convertirse en teatro ni tiene que ver con una película. Porque aunque pueda imaginarla como película, me llega con la necesidad de que aparezca una zona literaria que no tiene nada que ver con la escritura de un guión, que es una escritura más dura, más práctica. La narrativa aparece como algo más privado, porque el trabajo en el teatro o en el cine tiene que ver con lo grupal. En cambio la narrativa es una actividad más secreta. Más íntima.
-El primer párrafo introduce al lector en la fantasía de un sueño que enseguida se deshace contra la realidad de modo traumático. Tratar de recuperar ese sueño perdido va a signar el recorrido del protagonista durante el resto de la novela. 
-Me parece que hay una necesidad permanente del personaje de encontrar una zona fantástica. Ya sea a través del cine u otras fuentes que le permitan proveerse de una fantasía que la realidad no tiene. Porque el ámbito en el que vive no le da ningún tipo de promesa que no esté ligada a una fatalidad material. Cuando lo escribí me pareció honesto arrancar desde una zona fantástica. Pero la fricción que se produce es brutal.
-Da la impresión de que su verdadero yo es más fantástico que real, porque lo más auténtico de él ocurre en su interior y lo que muestra a los otros parece apenas una coraza protectora. 
-Creo que el personaje se va construyendo desde lo que él mismo percibe y no desde lo realmente vive. Hay un momento al final del libro en el que él hace una revisión de los acontecimientos, pero la hermana lo corrige y le dice que las cosas no ocurrieron como él las recuerda. Es un personaje que se va narrando y en esa narración se va armando a sí mismo, pero de una forma que no coincide con la realidad. Como si él mismo fuera su propia ficción.  
-El hecho de transcurrir en un pueblo donde el protagonista se siente extraño y mira con ojos críticos esa realidad que le toca y de la cual desea escapar, permite ubicar a la novela dentro de la familia literaria de Manuel Puig. 
-No es la primera vez que me hacen la referencia a Puig, que es un escritor que me gusta mucho. Y me halaga que se señale cierta afinidad, pero no es alguien a quien yo visite tanto. Me parece en cambio que la novela se vincula más con El juguete rabioso, como si fuera una versión queer de la novela de Roberto Arlt. Porque hay algo de esa rabia, de esa urgencia.  
-Es cierto: hay más rabia que desprecio, que es lo que aparece en Puig.
-En Puig hay más ironía y acá el personaje tiene algo de dolido y de urgido. Lo que me gusta de Puig es que siendo del interior, como yo, no tiene una mirada benévola. A mí me gusta ser del interior, pero a esos personajes que son buenazos o simpáticos solo por ser del interior yo los repudio. Me interesa más esa zona árida del interior, más del chisme y de la rabia. Que Puig también lo tenía, pero creo que en él había una fascinación por el Hollywood dorado, que a mí no me sucede.
-Sin embargo su novela también incluye un juego con lo cinematográfico.
-Sí, pero con otro tipo de cine. A Puig lo fascinan las divas, lo glamoroso, y a mí nunca me pasó esa cosa. En cambio las películas que aparecen en mi libro han pasado más inadvertidas y son más parte del cine de entretenimiento, productos de consumo.  
-Aun así las películas del Hollywood glamoroso coinciden con la juventud de Puig del mismo modo en que estás que usted eligió coinciden con su propia adolescencia en los ‘80.
-Pero la cinefilia de Puig era mucho más particular, en cambio en aquel momento mi cinefilia era rasa. Para el personaje quise usar ese primer entusiasmo que te produce el cine. Y además el cine como materia fantástica, que no es lo que uno después fue consumiendo o con lo que uno fue intentando dialogar a la hora de hacer cine. Un tipo de fantasía pura y dura.
-¿Es posible que el espacio del cine en la novela tenga cierto carácter uterino, maternal, a donde el protagonista va a reencontrarse con esa fantasía que perdió al comienzo?
-Claramente, porque él es huérfano y en el cine encuentra un espacio en el cual volver a ser. No solo es huérfano, sino que se siente atacado desde muchos frentes. Y además el cine es el espacio en el que encuentra historias para contar. Sobre todo en ese juego permanente que establece con su hermana… que seguramente tiene que ver con Puig, ahora que lo pienso (risas). Él siente la necesidad de contarle a otros, pero sobre todo de curar la tristeza a través del cuento. El cine le da la posibilidad de curar la melancolía de su hermana a través de historias que la puedan encantar y que él consigue gracias al cine.  
-¿Pero no le parece que el primer rescatado por el cine es él mismo?
-El cine le da esperanza y otros paisajes que lo sacan del encierro en el que se encuentra. Pero vuelvo a lo de la hermana, porque me parece que ese acto de descubrimiento que ocurre con el cine debe ser parecido a lo que le pasa a otras personas con el evangelismo: querés contagiárselo a otros (risas). El cine tiene eso: cuando lo descubrís necesitás trasmitirlo, contagiarlo, que es lo que le pasa a este chico. Quiere volverse un practicante devoto de lo que vio. El cine tiene un efecto de entusiasmo contagioso. Yo lo noto en los momentos de crisis profunda: siempre vuelve el cine. En el estado que quieras.  
-El cine sana y salva, para volver al evangelismo.
-Vuelve la ficción, vuelve el relato. Y vuelve la luz, el cine tiene luz. Y lo que pasa cuando sos infectado por el cine es que en algún momento inevitablemente querés contagiar. No lo digo desde el lugar del que hace cine, sino como espectador. La novela no es para nada autobiográfica pero tiene ciertas zonas que tienen que ver con lo propio. Y de adolescente yo he sido un espectador muy afiebrado, muy tomado por el cine. Para mí el cine es indivisible de la literatura. Hay algo de haber visto cine y de haber leído algunos libros al mismo tiempo que hacen que esa fascinación se vuelva indivisible.  
-La diferencia entre cine y literatura es de orden material. Los libros se pueden amontonar en un estante en cambio las películas, como los sueños, desaparecen a medida que se las ve. Son intangibles. Aunque todo eso ahora también está cambiando.
-El cine es totalmente efímero y por eso me gustaba la idea de que él pudiese narrarlo. Me gustó mucho escribir sobre esas películas que nunca volví a ver. Era lo que yo recordaba de películas que no son para nada las que me marcaron como director, pero que sin embargo son parte de mi ADN de espectador.  
-Una educación sentimental.
-Absolutamente. Películas que incluso pueden ser esos amores un poco vergonzosos que uno tiene con el cine. Un cine menor, pero me interesa mucho. Y todo eso estaba ahí para nutrir a este personaje.  
-¿Es posible pensar al título de la novela, La primera casa, desde ese vínculo con el cine?
-El título apareció tarde en el proceso de escritura. A mí me inquieta esa idea de que tal vez existe una casa anterior a aquella que uno recuerda como la primera. Y también hay una casa deseada. Siempre hay un revés, la promesa de una vida paralela, de vida que no se está dando, que no se cumplió o que todavía se puede dar.
-Para el protagonista esa primera casa también puede ser aquella infancia de la que se la pasa renegando todo el libro.
-O puede ser la mente. O quizá sea el cine, porque la casa finalmente es ese lugar en el que uno se siente cómodo y quizás este personaje solo se haya sentido cómodo en el cine.

Artículo publicado originalmente en la Revista Quid.

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