jueves, 25 de julio de 2019

CINE - Murió a los 75 años el actor holandés Rutger Hauer: El verdadero héroe de Blade Runner.

“Es un martirio vivir con miedo, ¿no?”, le pregunta el androide al humano que apenas se sostiene de una viga de hierro y trata de salvar su vida a 50, 60 metros del suelo. “Así es la esclavitud”, le dice mientras la lluvia vuelve cada vez más resbalosas las manos del hombre que hasta recién trató de matarlo y ahora no quiere morir. Una sonrisa se dibuja en la cara del ser artificial ante la desesperada resignación de su perseguidor, pero cuando los dedos del otro al fin se sueltan, su mano sujeta al enemigo en el vacío. La víctima salva a su victimario y exhibe una compasión que el otro nunca mostró. Después se sienta bajo la tormenta y le habla a su rival a los ojos, pero mirando más allá. “He visto cosas que los humanos ni se imaginan. Naves de ataque incendiándose cerca del hombro de Orión. He visto rayos de mar centellando cerca de la Puerta de Tannhäuser”, dice el replicante como si le contara un cuento al policía que lo persiguió y que de repente entiende que el significado de ser humano es mucho más vasto de lo que creía. “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
La escena final de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) se vuelve inevitable ante la noticia: el actor holandés Rutger Hauer falleció ayer en su tierra natal, a los 75 años. Fue él quien en aquella película le prestó su cuerpo al replicante Roy Batty, protagonizando una de las muertes más conmovedoras del cine moderno, dentro de una de esas películas que redefinieron el arte de narrar en el cine. Dice la leyenda que parte de ese icónico monólogo final no existía en el guión original ni en la novela en la cual se basa (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, del maestro de la ciencia ficción Philip K. Dick), sino que fue uno de los muchos aportes que Hauer realizó a la hora de construir el personaje, ayudando a que se vuelva inolvidable. La complejidad de su criatura, en la que convergen la frialdad de la máquina y una conciencia apasionada que defenderá con brutalidad hasta su muerte, funciona como síntesis de los enormes recursos dramáticos que Hauer puso en escena en una carrera que se extendió durante medio siglo.
El actor tenía 38 años al momento de estrenarse Blade Runner y una importante carrera que se había desarrollado sobre todo en Europa. Su debut en el cine como protagonista había ocurrido en Delicia turca (1973), segunda película de su compatriota Paul Verhoeven, a quien había conocido durante el rodaje de la serie de televisión Floris, en 1969, donde también fueron protagonista y director respectivamente. La relación creativa entre Hauer y Verhoeven fue intensa, compartiendo otros cuatro títulos (Sudor Caliente, 1975; Los comandos de la reina, 1977; Descontrol, 1980; y Conquista sangrienta, 1985), que extendieron el vínculo justo hasta el desembarco del director en Hollywood con Robocop, en 1987. Sin embargo para ese protagónico Verhoeven también había elegido a su fiel compañero de fórmula, pero resultó que era demasiado corpulento para caber dentro de la armadura robótica que identifica al personaje, que recayó en su colega Peter Weller.
Su versatilidad le permitió aceptar y darle vida a una galería de personajes muy amplia, recorriendo casi completo el espectro de los géneros cinematográficos. De ese modo protagonizó con igual eficacia papeles de alto octanaje dramático como La leyenda del santo bebedor (1988), del italiano Ermanno Olmi; personajes históricos como el pintor Pieter Brueghel, en El molino y la cruz (2011) del polaco Lech Majewsky; o héroes de acción ochentosos como el veterano de Vietnam ciego de Furia ciega (Phillip Noyce, 1989). E incluso roles antagónicos como el conde Drácula (Dracula III: Legacy, 2005) o el cazador de vampiros Van Helsing, en la versión de la novela de Bram Stoker que filmó el italiano Dario Argento en 2012. Pero sus rasgos filosos y su capacidad para adoptar personalidades intimidantes hicieron de él un actor perfecto para crear villanos y psicópatas como los que interpreta en películas que acabaron convertidas en clásicos de la televisión de los ’80, como The Hitcher (1986) o Halcones de la noche (1981), donde ocupa el lugar de némesis de nada menos que Sylvester Stallone.
A lo largo de su carrera el actor holandés también trabajó con otros grandes directores, poniéndose a las órdenes Nicolas Roeg en Eureka (1983), Sam Peckinpah en Clave Omega (1983), Richard Donner en Lady Hawke: El hechizo de Aquila (1985), Lina Wertmüller en En una noche de claro de luna (1989). Fue además un reconocido filántropo en causas como la lucha contra el VIH a través de su propia fundación, la Rutger Hauer Starfish Foundation. Más allá de sus méritos, su recuerdo quedará atado a la criatura que creó para Blade Runner. Como ocurre con las grandes épicas, no son pocos los espectadores que terminaron amando más a ese villano sorpresivamente sensible que al héroe, el atribulado agente Deckard que Harrison Ford encarnó en su mejor momento. Lo cual para nada es poca cosa. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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