domingo, 2 de diciembre de 2018

LIBROS - "1988, El fin de la ilusión", de Martín Zariello: El año que se terminaron las sonrisas

El 14 de febrero de 1988 Alicia Muñiz apareció muerta bajo el balcón de su dormitorio, en la casa de veraneo en Mar del Plata que compartía con su marido, el ex campeón mundial de boxeo Carlos Monzón, quien fue hallado culpable de su asesinato. Menos de un mes más tarde, el 5 de marzo, Alberto Olmedo moría al caer desde otro balcón marplatense, el de un departamento en el piso 11 que compartía con su mujer Nancy Herrera. Ambos hechos marcan simbólica y trágicamente el comienzo de ese año y sus muertes pueden ser pensadas como preanuncio de una caída no menos trágica y de carácter colectivo: la de la llamada primavera alfonsinista, el período feliz de los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín que marcó el retorno definitivo de la democracia a la Argentina, tras más de cinco décadas de inestabilidad institucional.Quizás a partir de estos hechos el periodista Martín Zariello (quien no por casualidad es marplatense) pudo notar que 1988 acumulaba una cantidad de hitos dentro de la política y la cultura popular que permitían entender a ese año como un punto de quiebre. De esa idea surge 1988, El fin de la ilusión, libro en el que el autor observa en detalle algunos de esos hechos clave. El discurso en el que Alfonsín es abucheado en La Rural; el concierto de Amnistía Internacional que trajo a Bruce Springsteen, Peter Gabriel y Sting hasta Buenos Aires y Mendoza, pero tuvo como inesperado protagonista a Charly García, que acababa de editar el disco Parte de la religión; el análisis imperdible de la canción “Septiembre de 1988”, de Cacho Castaña; la aparición de los discos Doble vida de Soda Estéreo, Téster de violencia de Luis Alberto Spinetta, Por mirarte de Andrés Calamaro o Ey! De Fito Páez; la publicación del libro Cuaderno del acostado de Jorge “El Turco” Asís; la condena a prisión por abuso de menores de Héctor “Bambino” Veira; las muertes de Miguel Abuelo y Federico Moura; o la de Luca Prodan que, ocurrida el 22 de diciembre de 1987, funciona como un prólogo oscuro del año que se venía.
Como si se tratara de pedazos de un espejo roto en los que solo es posible ver esa pequeña parte del todo que cada uno es capaz de reflejar, 1988, El fin de la ilusión permite hacerse una idea fragmentada de lo que representa aquel año. Sin embargo hay un todo que puede ser descubierto al reunir esos pedazos dispersos y, lejos de toda inocencia, cada uno de los textos del libro van dando buena cuenta de él. “Me gusta la idea de los pedazos de espejo roto. Yo quise hacer un libro cuya forma remitiera a eso sin el objetivo de dar cuenta de una verdad, sino más bien de interpretar ciertos hechos”, afirma Zariello, quien reniega del objetivo de sacar concusiones demasiado generales. “Creo que el libro intenta recrear la escena del rock argentino de 1988. Y en cuanto a lo cultural y lo político-social, intenta dar un contexto para saber qué pasaba mientras Spinetta editaba Téster de violencia”, concluye.

-¿Se puede pensar que la muerte de Olmedo marca el fin de la inocencia y el inicio de una etapa más cínica?
-La carrera de Olmedo atraviesa varios gobiernos, pero en el imaginario popular está asociada a la época del despertar democrático de 1983 y a lo que se denomina “primavera alfonsinista”. Desde ese punto de vista, no sé si su muerte anuncia la llegada del menemismo, pero sí marca un punto de quiebre simbólico para una época y se integra a una serie de sucesos que marcan el final o la puesta en duda de ciertos anhelos y esperanzas.  
-Los capítulos dedicados a Olmedo y Monzón funcionan como mapa del estado del machismo por entonces. ¿El impacto de sus tragedias ayudó a cambiar el paradigma o recién ahora, con una perspectiva de tres décadas, es posible notar su carácter de emergentes?
-Lo de Monzón fue un emergente claro, pero creo que es el cambio de paradigma de los últimos años lo que permite notar esos acontecimientos de manera más sintomática. En cuanto a Olmedo (porque hay que diferenciarlo de Monzón) no creo que sea tan sorprendente que veamos con otros ojos las películas en las que actúa: ese tipo de “picaresca” forma parte de una estereotipación del “hombre” y de la “mujer” que va más allá de los límites de la comedia. Cuando cambian los paradigmas también cambian las formas en que vemos el pasado.  
-El análisis de la canción “Septiembre de 1988” pone en evidencia el carácter bipolar de la Argentina. ¿Eso se debe más a la volatilidad ideológica del ser argentino o a la habilidad en el campo de la cultura popular de un artista como Cacho Castaña?
-En ese texto quise darle a una canción popular la interpretación paranoica que solemos darle a una de rock. Canciones del Indio Solari pueden significar cosas disimiles para distintos oyentes. No sé si la volatilidad ideológica es signo de argentinidad, creo que se conecta más a sectores sociales que van modificando sus perspectivas a lo largo de los años, atravesados por pulsiones distintas a las de un militante o alguien “politizado”. Es cierto que un artista como Cacho Castaña puede sacarle la ficha a la subjetividad de la época casi sin querer, por poner en palabras un par de sensaciones urbanas. Creo que es algo propio de los géneros populares y en cierto punto una función aceptada por la sociedad: que una canción sea un fresco de época.  
-¿Puede decirse que los rockeros le tomaron el pulso y diagnosticaron a aquella realidad mejor que los intelectuales?
-No sé si se puede determinar quiénes fueron los primeros en advertir las señales de la caída. Obras e intervenciones como las de Fogwill o Jorge Asís en los ochenta ya muestran un grado de tensión con respecto a la “democracia” y su corte real con la dictadura. Sí puede decirse que el rock atraviesa esa época en forma determinante, tal vez por lo necesario que era para ese ámbito que se dé una apertura cultural.  
-¿El rock ayudó a que aquellas generaciones estuvieran mejor preparadas para el cataclismo social que las esperaba un año después que los jóvnes en la actualidad?
-Creo que el rock forma parte de la vida cultural de varias generaciones. También sirvió como puerta de entrada a artistas de otras disciplinas, de Artaud a Kubrick. Creo que nada prepara realmente para el tipo de cataclismo social al que estamos acostumbrados en Argentina. Me refiero más que nada a las implicancias económicas de esos cataclismos. Pero sí se puede ver al rock como un género que cuenta la historia de una manera distinta a las de los titulares de los diarios, apelando a la no linealidad y la polisemia. Tal vez es por ese tipo de abordaje que las canciones quedan en la memoria: porque en muchos casos están por afuera de un discurso oficial y vertical. Muchas veces necesitamos una letra de rock para tener pistas de lo que pasa, sin que eso signifique que quien la escribió lo haya pretendido.   
-Más allá de la excusa editorial de escribir un libro sobre un año justo tres décadas después, ¿por qué te parece que un libro sobre 1988 ayuda a entender mejor la primavera alfonsinista que uno sobre 1987 o 1989?
-Tiendo a ver la primavera alfonsinista como un momento genuino, que no implica un fracaso y que tampoco admite una visión idealista: era un momento conflictivo pero en el que la gente, al parecer, se sintió más viva que antes. Creo que lo bueno de 1988 como objeto de estudio es que es un año de transición, donde se nota la inminencia de algo diferente (ni siquiera en la retrospectiva: en los testimonios de la época). Eso se nota mucho en el rock con las muertes de Luca, Miguel Abuelo y Federico Moura, cierto abandono del pop más sintético y una puja simbólica entre corrientes, todas ellas propias del under (el reggae, el dark, el punk).
-En el libro escribís que Argentina no es Hollywood y que acá no hay guionistas obligados a inventar finales felices. A pesar de eso podemos permitirnos un juego: ¿qué película elegirías para representar a la Argentina de 1988?
-Podría ser Lo que vendrá de Gustavo Mosquera, que es de ese mismo año. Se hizo conocida por tener a Charly García en el elenco, y también hizo la banda de sonido. El título, que remite a un tema de Piazzolla, es una frase sugerente que podría englobar tanto lo político como lo social; en la película se nota más que nada a través de un clima enrarecido, de fin de época.  
-¿Y para representar la historia reciente de la Argentina?
-Elegiría una escena de En la boca del miedo, de John Carpenter. Ahí el protagonista, un detective que busca a un escritor perdido, se queda dormido y es atacado por un policía al que se encuentra un par de veces más a través de la estrategia del “despertar falso”, propia del cine de terror. Al mismo tiempo la película habla de la construcción de la verdad y los roces con la ficción, aunque eso se relaciona tanto con la Argentina como con el concepto de “posverdad”. 

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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