jueves, 31 de mayo de 2018

CINE - "No llores por mí, Inglaterra", de Néstor Montalbano: Payasadas de poca monta

La carrera de Néstor Montalbano está ligada de manera inseparable a la comedia y en particular a la variante más absurda del género. Un vínculo que tiene un origen televisivo en su rol como director de programas humorísticos históricos como Cha Cha Cha o Todo x $2, y que luego trasladó al cine en una serie de trabajos que incluyen Soy tu aventura (2003), Pájaros volando (2010) o Por un puñado de pelos (2014), lista a la que se suma No llores por mí, Inglaterra. Aunque esta comparte mucho con las anteriores, como su voluntad de nonsense nac & pop o cierto costumbrismo retorcido por la farsa, también realiza un aporte que la distingue. Se trata de su carácter de fantasía histórica que no llega ni pretende convertirse en ucronía, ya que todos los hechos relatados carecen de cualquier posibilidad de haber ocurrido.
Se trata de una versión futbolera de las invasiones inglesas, en las que el general William Beresford introduce el fútbol en Buenos Aires en busca de mantener distraídos a los criollos y poder avanzar en su plan colonial. Un criollo llamado Manolete, quien se buscar la vida organizando espectáculos pseudo deportivos, como peleas de catch arregladas, ve el potencial comercial del juego de la pelota y convoca a los vecinos de dos barrios rivales para que armen sus equipos y se enfrenten. Pero los burgueses de la Ribera no quieren ni tener contacto con los habitantes de Embocadura, todos ellos trabajadores y esclavos. Por presión de los invasores ese primer River–Boca se termina jugando en el patio de una iglesia y acaba en batalla campal. Contento con el resultado, Beresford le propone a Manolete armar un ingleses contra criollos en la plaza de toros, para tratar de distraer al pueblo y debilitar la causa de la resistencia que ya comienza a armarse de forma clandestina.
El humor de No llores por mí, Inglaterra bebe de las fuentes populares. Por un lado de los llamados “códigos futboleros”, pero también de cierto costado político en el que el General invasor dice encabezar un gobierno que “viene a trabajar en equipo y a unirlos a todos”, referencias evidentes a las formas discursivas de Cambiemos. Un humor que por esos caminos no llega demasiado profundo. Lo mismo ocurre con la mayoría de las subtramas que, a pesar de una reconstrucción de época manejada con gracia, se ven afectadas por un déficit narrativo causado por prestar más atención al chiste rápido que a generar elementos que fortalezcan o enriquezcan la historia con algo más que los estereotipos del argentino (o criollo) canchero pero noble y el inglés refinado pero ladino. En el medio queda un elenco demasiado atado a esas flaquezas, en el que sobresalen los dos protagonistas. Lo de Mike Amigorena como Beresford no es sorpresa, porque su versatilidad y calidad de comediante son conocidas. El caso de Gonzalo Heredia es distinto, porque consigue que su Manolete luzca verosímil incluso en las situaciones más ridículas, sin ceder nunca a la tentación de malentender lo payasesco. 

Articulo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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