lunes, 5 de marzo de 2018

CINE y T.V. - Las parejas de Alberto Olmedo: El humor se hace de a dos

A diferencia de otros géneros, el territorio de la comedia se presta especialmente para cierto tipo de continuidades. Por eso no es extraño que las primeras serializaciones en el ámbito del cine se hayan dado dentro de sus fronteras. Del personaje del vagabundo que hizo famoso a Charles Chaplin en adelante, la comedia ha permitido que muchos actores le sacaran el jugo a sus personajes. El ejemplo del propio Chaplin o el de los hermanos Marx, con Groucho como mascarón de proa, dan fe de esa característica. Dentro de esa tendencia se puede mencionar especialmente el de las parejas cómicas, que quizás sea el formato ideal para este tipo de continuidades. La industria del entretenimiento de los Estados Unidos vuelve a brindar más ejemplos inolvidables, dentro de los cuales Laurel y Hardy, el gordo y el flaco, fueron los primeros en alcanzar una popularidad global desde la época del cine mudo. Pero no fueron los únicos que dejaron su marca en el imaginario colectivo: Abbott y Costello fueron íconos del cine, la radio y la televisión desde mediados de los años’30; Jerry Lewis y Dean Martin filmaron 18 películas y fueron los reyes de la posguerra; en tanto que Richard Pryor y Gene Wilder en los ’70 conformaron la primera pareja multiétnica exitosa de comediantes. ¿Será que el humor se hace mejor de a dos?
Lejos de tales ejemplos, históricamente el terreno del humor en la Argentina fue cosa de lobos solitarios. No por nada aquí se acuñó el término “capocómico” para definir a los reyes de la comedia vernácula. De Niní Marshall y Luis Sandrini en adelante, pasando por Pepe Arias, Fidel Pintos o Pepe Biondi, los capocómicos fueron los dueños de la risa más o menos desde 1930 hasta ya entrada a década de 1970. Fue recién entonces cuando la fórmula del dúo ganó masividad a partir del éxito de la pareja cómica más famosa de la historia del humor argentino. Uno de sus integrantes era Alberto Olmedo, quien durante toda su carrera recorrió varias veces la instancia de abordar el humor en tándem.
Olmedo y Jorge Porcel tuvieron en sus inicios algo así como carreras paralelas. El primero había llegado a Buenos Aires desde Rosario en 1955, para trabajar como técnico en canal 7. Porcel comenzó en la radio pocos años después. Coincidieron por primera vez en La comedia dislocada, mítico programa que entre 1952 y 1973 transitó por los espacios de la radio y la televisión, convirtiéndose en cuna de varias generaciones de comediantes. Además de ellos, por sus emisiones pasaron figuras insoslayables del género como Juan Carlos Calabró, Carlitos Balá, Mario Sapag, Mario Sánchez, Tristán o Vicente La Russa. A partir de ahí se fueron reencontrando en el reparto de distintos proyectos cinematográficos, como Villa cariño está que arde (1968), Los debutantes en el amor y Flor de piolas (ambas de 1969), en las que ambos eran figuritas de apoyo para nombres de la talla de Amelia Bence, Ángel Magaña o Pepe Cibrián.
Será recién en 1973 cuando coincidirán como dupla, protagonizando dos películas al hilo: Los doctores las prefieren desnudas y Los caballeros de la cama redonda. Los visionarios a los que se les ocurrió juntar en la pantalla a quienes pueden ser considerados dos de los cómicos más importantes de la historia del género en el país fueron los hermanos Sofovich, Gerardo y Hugo, coguionistas de ambas películas, dirigidas por el primero de ellos. A partir de ahí la pareja enhebró la impactante seguidilla de 21 películas, serie que terminó con Atracción peculiar (Enrique Carreras, 1988), justo antes de la trágica e inesperada muerte de Olmedo. 21 películas de las que se puede decir cualquier adjetivo, sobre todo negativos, pero que marcaron una época dentro del cine argentino.
Los trabajos de Olmedo y Porcel en el cine, ya sea en pareja o como “solistas”, son por completo deudores de la picaresca italiana, género en el que brillaban nombres como los de Alberto Sordi, Lando Buzzanca o Adriano Celentano, que en esa misma época también contaban con una gran popularidad entre los espectadores locales. Como aquellas, estas se articulaban sobre tres patas muy claras: el uso de un doble sentido que usualmente se percibía ya desde el título; un humor simple basado en el grotesco; y la invariable exposición del cuerpo femenino.
En algunas de estas películas se jugaba también con la parodia, para aprovechar el éxito reciente de algunas superproducciones extranjeras. Es lo que ocurría con Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo (1978), único trabajo de la dupla dirigido por Hugo Moser; o con Los extraterrestres (Enrique Carreras, 1983). No deja de ser curioso que en ambos casos se trata de parodias de películas de Steven Spielberg: Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y E.T., el extraterrestre (1982). Esta última incluye la caricaturización del clásico personaje del extraterrestre, al que los dos amigos interpretados por Olmedo y Porcel bautizaban Monguito, imaginando que el burdo alienígena venía de un planeta llamado Mongo, a falta de un nombre mejor. Dicho nombre obedecía además a los rasgos del muñeco, que los protagonistas asimilaban (sin nunca hacerlo explícito) a los de una persona con Síndrome de Down, y a su forma de hablar torpe e incomprensible. Una muestra que por un lado retrata con precisión al humor muchas veces grueso del que se alimentaban esta clase de productos, mientras por el otro dan cuenta de la forma radical en que se ha modificado el uso de ciertos recursos cómicos en apenas 40 años.
La dupla tuvo un tercer integrante virtual, cuya presencia da pie para hablar de la siguiente pareja cómica de Olmedo. Se trata de Javier Portales, quien encabezó el reparto que acompañó a las estrellas en once de esas 21 películas, pero que además trabajó en casi todas las que tanto Porcel como Olmedo hicieron en solitario. Nacido en Córdoba, Portales fue el aldlátere perfecto para que la versión televisiva de Olmedo, mucho más caótica (y graciosa) que la del cine, hiciera de las suyas en la pantalla chica. Y sin dudas fue su mejor compañero. Lejos de cualquier vedetismo, Portales aceptaba y le sacaba provecho a su rol de partenaire, sirviéndole al “capocómico” todas las situaciones en bandeja para que este pudiera lucirse. Lo que ambos hacían en las charlas que animaban los sketches de “El Manosanta” o, sobre todo, las de “Álvarez y Borges”, eran clases magistrales de improvisación, picardía y doble sentido. Lo más parecido al descontrol que hasta entonces se había visto en la televisión argentina.
Pero Porcel y Portales no fueron los primeros en formar pareja cómica con Olmedo. El rosarino había comenzado su carrera en 1961 con un personaje que cambió el perfil de los programas para chicos en la televisión. En El Capitán Piluso Olmedo interpretaba a un simpático marino que tenía a su cargo a Coquito, un marinero inocente y torpe que lo acompañaba en sus aventuras. El del Capitán Piluso fue tal vez el primer programa infantil que aspiraba a algo más que tener a los chicos sedados frente a la tele durante una hora. Olmedo y Humberto Ortíz, el actor que interpretaba a Coquito, se encargaron durante años de alimentar la imaginación de millones de pibes y de acompañarlos a la hora de tomar la leche. Los personajes también tuvieron un paso fugaz por el cine en Las aventuras del Capitán Piluso en el castillo del terror (1963), cuyo guión escribió el propio Ortiz. No puede dejarse de hablar de las parejas cómicas de Olmedo sin mencionar la que integró fugazmente con Tato Bores a comienzos de los ‘80, hoy prácticamente olvidada. Departamento compartido (1980) y Amante para dos (1981) fueron dos películas que intentaron aportarle sofisticación –muy moderadamente, por cierto— al modelo de picaresca burda por la que transitaban las filmografías de Olmedo y Porcel, ya sea juntos o por separado.

Artículo publicado originalmente en la revista Caras y Caretas.

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