viernes, 29 de septiembre de 2017

CINE - "LEGO Ninjago: La película" (The LEGO Ninjago Movie): Soy tu padre

Desde su llegada hace menos de un lustro la franquicia de LEGO, el juego de piezas de encastre que paso con éxito de las jugueterías al cine y la televisión, parece decidida a construir sus universos en contra de la lógica de las películas para chicos. E incluso, a grandes rasgos, de la narrativa cinematográfica en general. Si el cine, sobre todo el de factura industrial, se dedica a contar historias de personajes que se destacan entre el promedio, el debut en pantalla grande de estos muñequitos de movimientos limitados (La gran aventura LEGO, 2014) estaba protagonizado por un tipo común, un obrero al que era imposible identificar dentro de la masa urbana donde todos tienen la misma cara. Detalle que en un mundo como el de LEGO, en donde todos los muñequitos en efecto tienen la misma cara, cobraba una gracia adicional. Por su lado LEGO Batman (2017) ponía en primer plano algo que se sabe desde siempre, pero que el mundo de la historieta y sus productos derivados no siempre se encargan de destacar como corresponde: que lo más importante en las historias de superhéroes son los villanos, porque mientras más atractivos y poderosos sean estos más se justifica el lugar, el valor y el poder de los héroes. Con el estreno de LEGO Ninjago la factoría LEGO le apunta entre los ojos al gran coloso del cine infantil, la poderosa Disney.
Si en la tradición fantástica surgida de la imaginación de Walt Disney los protagonistas arrastran traumas infantiles irreparables que los moldean tanto emotiva como éticamente (alcanza con recordar la orfandad total o parcial de casi todos sus personajes; algunas, como las de Bambi o Simba, ocurridas en circunstancias dignas de la más cruel tragedia griega), en Ninjago el núcleo duro del relato se encuentra ocupado por la red de vínculos que se tejen dentro de una familia entre un hijo y sus padres. Por supuesto que no se trata de la historia de una familia feliz –no al menos inicialmente—, pero si de una en donde existen instancias de solución para estos conflictos emotivos que, sin llegar a aquellos niveles de tragedia, también son válidos como plataformas de aprendizaje ético para todos sus miembros.
Gármadon es un personaje siniestro con cuatro brazos y aspecto de demonio japonés, cuya razón de ser es la conquista y sometimiento de la ciudad de Ninjago. Objetivo que siempre es desbaratado por un grupo de cinco ninjas adolescentes que, bajo el liderazgo del valeroso Ninja Verde, se encargan de salvar la ciudad y restituir el orden. Pero ocurre que tras la máscara del Ninja Verde se oculta Lloyd, el joven hijo de Gármadon a quien todos los habitantes de Ninjago desprecian a causa de los actos de su padre. Si bien por sus fisonomías Gármadon y Lloyd recuerdan mucho a Darth Vader y Luke Skywalker, clásica pareja trágica de padre e hijo, también es cierto que aquí el nudo dramático no pasa por el desconocimiento de ese vínculo. Por el contrario, ambos mantienen ese tipo de relación distante que suele marcar a los hijos de padres separados. Acá el drama inicial pasa por el modo encubierto con que Lloyd combate a Gármadon, tal vez esperando ganarse con ello el reconocimiento de un progenitor ausente e indiferente.
A caballo de ese humor con vocación de absurdo que ya es marca registrada de la franquicia, Ninjago vuelve a ofrecer la posibilidad de un goce que juega con los límites de lo posible dentro del universo del cine infantil. E incluso con los límites del cine, en tanto recurre a herramientas que son propias del lenguaje audiovisual 2.0, adueñándose de códigos propios de la comunicación en redes sociales, como gifs, memes o contenidos virales. No es posible ahondar en esto sin revelar gracias que no deben ser puestas al descubierto, pero basta decir que el director y guionistas de Ninjago supieron releer y aprovechar con ingenio esta influencia. Pero el gran acierto de la película sigue siendo el modo en que reinterpreta la forma de presentar aquellos vínculos que Disney necesitaba truncar hasta lo irreparable para construir a sus héroes. Por el contrario, los actos de reparación son el motor de Ninjago, en tanto estos les permiten a sus personajes alcanzar la plenitud. Y en el mismo movimiento generan un espacio de empatía para una gran cantidad de espectadores para quiénes la orfandad quizás resulte una crueldad distante, pero que pueden identificarse con este modelo de familia disfuncional y ensamblada, pero no necesariamente infeliz.

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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