Estamos en el futuro. La sociedad ha evolucionado dejando atrás aquella vieja pasión por las divisiones, por levantar las banderas de las diferencias, origen de tantas tragedias del pasado, para cultivar con paciencia los puntos de contacto, la concordia y la empatía. Es un mundo nuevo en el que la humanidad asiste al inesperado gobierno de la armonía, un truco de la Historia que nadie había previsto, pero sin embargo acá estamos. En ese futuro perfecto el periodismo se ha extinguido, claro, porque ya nada sorprende ni llama la atención. Nada es noticia. La vida fluye en un único sentido y todos están de acuerdo con que así sea. De hecho en esa realidad utópica Bob Dylan, que aún vive, acaba de recibir el Premio Nobel de Física y a nadie se le ocurre discutir acerca del asunto. Todos coinciden en que se lo merece y recuerdan su extraordinaria Teoría Eólica de las Respuestas, a partir de la cual la humanidad consiguió llegar al fondo de todas las preguntas, incluso las existenciales o las retóricas, cuando aprendió a escuchar la verdad que sopla en el viento.
Es ciencia ficción. Porque el mundo sigue siendo la misma porquería que retrató Enrique Santos Discépolo en su tango y el mucho más previsible Premio Nobel de Literatura que recibió el famoso compositor y cantante estadounidense cayó como una bomba de hidrógeno sobre la superficie del campo de la cultura, donde dos bandos perfectamente opuestos se tomaron ese premio muy a pecho. Unos para reivindicar una obra que lleva más de 50 años engrosándose a sí misma, haciendo méritos para justificar este o cualquier otro premio. En la orilla opuesta, los otros se rasgan las vestiduras y se mesan los cabellos, preguntándose a los gritos “¿Cuál obra?”, recordando que más allá de alguna novelita y un exótico volumen de memorias, Dylan no tiene libros que justifiquen siquiera los muchos años en los que sonó fuerte entre los candidatos al galardón literario más importante del mundo. Mucho menos su ascenso final, ocurrido en noviembre del año pasado, cuando la Academia Sueca por fin pronunció su nombre.
¿Cuál obra? La pregunta es válida, porque las personas etiquetan cada espacio de la realidad a partir de un estricto sistema de codificación cultural, especie de pacto social a partir del cual se acuerda que la literatura sólo produce libros, del mismo modo en que la pintura, el cine o la música se dedican a hacer cuadros, películas o canciones. Que es más o menos lo mismo que decir “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”, parafraseando una canción popular que usualmente no suele venir al caso, pero que esta vez puede servir para poner el asunto en perspectiva. Para tomar dimensión de que el Nobel de Literatura entregado a Dylan (y que él se demoró tanto en aceptar) tal vez forme parte de una crisis notoria en la forma en que las sociedades comienzan a percibir la realidad, un signo de los tiempos de este siglo XXI que recién comienza. Entonces, si hoy una persona cuenta con la posibilidad de repensar su propio género e identidad, ¿por qué los académicos de Suecia no podrían tener el derecho a redefinir los límites de su premio y, junto con ellos, los de todo el territorio literario?
El déficit de respuestas aumenta, aunque ya hay una, muy clara y definitiva. La editorial española Malpaso acaba de publicar por primera vez la obra lírica completa de Bob Dylan, en una monumental edición bilingüe de 1300 páginas. A partir de ahora nadie podrá volver a mirar para otro lado y preguntar "¿cuál obra?" Se trata del volumen que al fin pone en papel las razones que llevaron a distinguir con el máximo premio literario a un artista que desarrolló la totalidad de su carrera dentro del mundo de la música popular. Es decir, transforma en libro lo que hasta ahora fue canción y poesía oral. Un truco de mágia, un milagro.
Letras Completas. El volumen reúne todas las canciones incluidas en su discografía, aunque en una revisión exhaustiva faltan los títulos de algunos álbumes y sólo un especialista podría explicar los por qué de esas ausencias. En sus páginas los discos se acomodan en forma crónológica y las letras se suceden respetando el orden original de las canciones en cada uno de ellos. Cada sección se completa con un dossier que ayuda a entender contextos y aportan valiosa información adicional. El efecto de contemplar ese cuerpo disperso por primera vez como una unidad es tan abrumador como asomarse a un abismo y puede provocar vértigo. De esa contemplación surge una certeza, que el autor del prólogo que abre el volumen, Diego Manrique, pone en palabras justas: “Cualquiera que siga a Dylan sabe que (pese a haber compuesto melodías extraordinarias, grabado discos deslumbrantes y realizado conciertos memorables) en su obra mandan los textos”. Como efecto colateral, el libro convierte a Dylan en el primer ganador del Nobel de Literatura en recibir el premio antes de que su trabajo exista en tanto obra impresa.
Parece que sí, nomás: al final todo el asunto era cosa de ciencia ficción.
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