jueves, 27 de octubre de 2016

CINE - "Trolls", de Mike Mitchell y Walt Dohrn: La distancia entre la alegría y la felicidad

El cine para chicos moderno, surgido tras el boom producido por los obras de los estudios Pixar a partir de Toy Story (1995), descansa sobre todo en su gran capacidad para diversificar su target más allá de su público natural, ganándose también a los espectadores jóvenes y adultos. Dicho éxito, que convirtió al género en uno de los más redituables para la industria del cine en la actualidad, se encuentra anclado sobre todo en el uso eficiente de los recursos humorísticos. Es por eso que puede afirmarse sin temor a decir una barbaridad que la mayoría de las mejores películas infantiles de los últimos 20 años son, antes que eso, grandes comedias. El estreno de Trolls, nueva producción de los estudios Dreamworks dirigida por Mike Mitchell y Walt Dohrn, viene a confirmar la regla aunque, como ocurre con los mejores exponentes del género, su eficacia humorística no es la única virtud que tiene para ofrecer.
Basada en los personajes/juguetes creados por el pescador danés Thomas Dam en la década de 1930 (pero popularizados a la velocidad de la luz a partir de fines de los 50), Trolls cuenta la historia de una pequeña comunidad de duendecitos (o algo así), que habita en un árbol en medio del bosque y cuyas únicas ocupaciones en la vida son cantar, abrazarse y hacer de la alegría un culto. Para las dos primeras actividades hasta tienen un cronograma diario, mientras que la alegría les dura todo el día y se manifiesta a través de avatares visuales como los arcoiris, la brillantina y los fuegos de artificio. El contrarelato de tanta dicha lo ponen los bertenos, una suerte de ogros sumidos en una amargura perpetua cuya único motivo de alegría consiste en una festividad anual en la que salen a cazar trolls para comérselos. Como toda especie ¿evolucionada?, con el tiempo los bertenos aprenden a criar a los trolls para alimentarse de ellos. En realidad construyen una reja alrededor de su árbol y una vez por año la abren para comerse un troll cada uno: esa es la definición de alegría para los bertenos. Hasta que un día los trolls escapan y construyen su aldea en otra parte, nuevamente seguros, libres y siempre alegres, dejando a los bertenos solos con su vida miserable.
 La idea detrás de Trolls es tan simple de explicar como compleja en sus alcances: la alegría no es lo mismo que la felicidad y la película se aproxima a esa conclusión sin prisa ni pausa. Porque esa manifestación vacua de la alegría, que necesita autocelebrarse y no está exenta de globos de colores e incluso de una pátina de autoayuda new age, es la que permite que los troll vuelvan a ser capturados por los bertenos. Ahí comienza el nudo del film, en el que la princesa Poppy y el amargado Branch, el único troll descolorido, mala onda y paranoico de toda la aldea, deben regresar al pueblo berteno a rescatar a sus amigos capturados. Será ese camino y las dificultades que en él se presenten, lo que les permitirá tanto a unos como a otros reconocer la sutil diferencia entre repetir mecánicamente los rituales de la alegría o simplemente aprender a ser felices.
Además de sus rasgos de comedia, rubro en el que la película es impecable, haciendo gala de un manejo de recursos que abarca desde el humor blanco al absurdo, pasando por el gag y el humor físico, Trolls también se inscribe en (y reaviva) la tradición del musical animado. En su banda de sonido –en la que mucho tiene que ver el talento de un artista cada vez más interesante como Justin Timberlake (que además es la voz de Branch en el reparto original)–, se van acumulando las grandes canciones, muchas de ellas vinculadas a la escena de la música disco, estética ideal para acompañar el colorido despliegue de la alegría por la alegría misma. Dichas canciones representan además un conjunto de citas a la cultura pop global, algunas de ellas hasta cinéfilas, que permiten afirmar que Trolls es una de las grandes sorpresas del año. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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