viernes, 29 de julio de 2016

CINE - "El francesito", de Miguel Luis Kohan: Pichon Rivière para todos

Todos los años la Asociación Psicoanalítica organizaba un partido de fútbol de confraternidad, en el cual se enfrentaban alumnos y profesores. En aquella oportunidad el partido iba 0 a 0 cuando el eminente Enrique Pichon Rivière, que formaba parte del equipo docente, cayó con violencia dentro del área rival producto del contacto con un contrincante y el referí cobró el penal. Enseguida Pichon se acercó caballerosamente al arquero contrario y le propuso lo siguiente: “Mirá, como este es un partido de camaradería y estamos empatados, me parece que lo mejor es que la cosa termine de esta manera, porque es un acto democrático y así después nos vamos todos contentos a comer el asado”. El alumno aceptó con gusto y entre ambos convinieron en que Pichon ejecutaría el penal sobre la derecha, para que el arquero pudiera detener el envío y sellar ese pacto de igualdad. Cuando el árbitro al fin dio la orden, el arquero cumplió en arrojarse hacia la derecha pero Pichon, rompiendo su palabra, pateó hacia el lado contrario y convirtió el gol que selló el triunfo del equipo de los profesores. Cuando el arquero de los alumnos lo increpó, furioso por su deslealtad, sin perder la calma Pichon le respondió que siempre es un buen momento para aprender una lección y mirándolo fijamente le dijo: “Nunca le creas a tus maestros”.
La desacralización es uno de los méritos del documental El Francesito, de Miguel Kohan, que consigue mirar a su objeto de estudio desde una gran diversidad de puntos de vista. Una decisión bienvenida, en tanto permite conocer un poco más allá de las convenciones biográficas a una de las figuras más importantes del desarrollo del psicoanálisis en la Argentina. Lo cual, a mediados del siglo XX y tratándose de uno de los países más psicoanalizados del planeta, equivale a decir de todo el mundo. Porque eso era Pichon Rivière, un intelectual de fuste, un referente de gran influencia en el ámbito académico, interlocutor directo de otras figuras globales del psicoanálisis como el propio Jacques Lacan, y fundador de la psicología social, disciplina que combina elementos del psicoanálisis con la sociología.
La anécdota del partido de fútbol, que un testigo cuenta como real, bien puede ser tomada como una leyenda y eso, lejos de representar una posible flaqueza, en realidad ayuda a tener una dimensión más humana y completa de un personaje de auténtico estatus mítico. Lo mismo ocurre con buena parte de la información que sus familiares, amigos, colegas y alumnos van aportándole al relato. Su hijo cuenta que la familia emigró desde Francia cuando su padre era apenas un nene. El destino final era el Chaco, a donde el pater familias pretendía avanzar en el negocio de la producción algodonera. Junto a él vinieron su esposa y sus muchos hijos, de los cuales Enrique era el más chico y el único fruto de esa pareja. Todos los otros procedían del matrimonio anterior del padre con la hermana fallecida de su nueva esposa (y ex cuñada). Con lo cual Enrique era hermano de sus primos: más freudiano, imposible.
No faltan referencias sobre la importancia que tuvo esa crianza en la selva chaqueña y la vida integrada a una comunidad guaraní, en la mirada social que le imprimiría a la escuela de pensamiento que fundará décadas más tarde. Tampoco las citas de la poesía del Conde de Lautremont, la mención de su amistad con Roberto Arlt o su condición de médico de Discépolo (aunque nadie aclara si de Armando o de Enrique Santos), ni las voces de personalidades destacadas que cultivaron distintos grados de intimidad con él. Del artista plástico Gyula Koscice al cineasta Juan José Stagnaro y del psicólogo y arquitecto Alredo Moffat al poeta y filósofo Vicente Zito Lema, todos desfilan para recordarlo con admiración.
Pero los relatos no se limitan a la mera exaltación y por momentos el recorrido avanza por algunos rincones menos iluminados de la vida de Pichon Rivière. Como cuando nuevamente su hijo rememora las discusiones que su padre mantenía con su madre, la también psicóloga Arminda Aberastury, ya no a partir de cuestiones vinculadas a la disciplina que compartían, sino por los más triviales asuntos domésticos, como el orden de la casa. Aunque el perfil de Pichon que Kohan traza en El Francesito nunca deja de ser laudatorio, también tiene la generosidad de observar a su protagonista no sólo a través del extraordinario cristal de su obra, sino de su avatar más terrenal, delineando un retrato bastante amplio (y justo) de esta eminencia que, antes que nada, era un hombre como cualquier otro.  

Artículo escrito originalmente para ser publicado en la sección Espectáculos de Página/12.

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