jueves, 30 de junio de 2016

CINE - "Dos tipos peligrosos" (The nice guys), de Shane Black: Como un clásico de los '80

Fórmula de probadísimo éxito y de recurrencia histórica dentro de la comedia, el de las buddy movies –películas en las que dos personajes que encajan en el perfil de “pareja despareja” deben enfrentar juntos el conflicto central de una historia en común que acaba por unirlos— es un subgénero que depende de cuatro elementos fundamentales: un guión sólido que sepa moverse con inteligencia entre las reglas del género y la originalidad; dos actores con carisma; la buena química entre ellos; y un director que maneje con solvencia las tres piezas recién enumeradas. Hay que admitir que esos cuatro elementos también son fundamentales no sólo en las buddy movies si no en cualquier película, pero acá sólo importan en relación a estas y al estreno de Dos tipos peligrosos, en la que los cuatro ítems se cumplen de modo paradigmático. Una forma práctica de continuar sería analizando en orden los puntos expuestos, enumerando sus aciertos, sin embargo en este caso ese orden puede alterar el producto. No sólo porque el primero de los mencionados (el guión) y él último (el director) se encuentran directamente vinculados, en tanto el director, Shane Black, es también uno de los guionistas, sino porque además Black es uno de los pioneros dentro de una de las ramas más populares de las buddy movies.
Las buddy cops (policías compañeros/amigos) son aquellas en las que el dúo protagónico debe resolver un crimen. Esa pareja puede constituirse de muchas maneras, pero por lo general suelen ser un delincuente y un policía, o bien dos policías. En el caso de Dos tipos peligrosos se trata de dos detectives privados a quienes el destino reúne para resolver la desaparición de una incipiente estrella del porno, en plena década de 1970. Cada una de estas combinaciones responde a las películas fundacionales del modelo, que además se convirtieron en dos de los títulos más exitosos de los ’80: 48 horas (Walter Hill, 1984), con Nick Nolte y Eddie Murphy como policía y criminal; y Arma mortal (Richard Donner, 1987), con Mel Gibson y Danny Glover en la piel de dos policías. Esta breve enumeración no viene al caso como mero recuento genealógico, sino porque existe una línea directa que vincula a uno de estos filmes con Dos tipos peligrosos. Ese eslabón es Shane Black, quien comenzó su carrera en Hollywood como guionista de Arma mortal, el gran modelo a seguir dentro del género. En sus siguientes trabajos su filmografía como guionista continuó más o menos por el mismo camino: tanto El último boy scout (Tony Scott, 1991) como El último gran héroe (John McTiernan, 1993) también son, a su manera, buddy cops.
No menos interesante resulta que Dos tipos peligrosos responda a un modelo de cine muy cercano en su factura e intención al producido por el trío Donner-Scott-McTiernan, los directores de aquellos tres guiones de Black antes de convertirse él mismo en director. En ese sentido puede decirse que Dos tipos peligrosos es un film de estética retro por partida doble. Porque si bien su historia está ambientada (muy bien ambientada) en aquellos años ’70 donde el brillo de la música disco se mezclaba con el ambiguo glamour de la explosión industrial del porno post Garganta profunda y los oscuros destellos de la euforia cocainómana –la coca era la moda de entonces—, su matriz narrativa aprieta sus raíces en aquel cine de acción que se hacía en la década de 1980 y que entró en crisis tras la primera mitad de los ‘90.
Por supuesto que la película no tendría forma de plasmar con éxito sus intenciones si, como se dijo, no contara con la colaboración de una pareja protagónica como la que conforman Rusell Crowe junto a Ryan Gosling, que no podía funcionar mejor. La versatilidad de Crowe es conocida y ya se sabe que es capaz de cualquier cosa (en el buen sentido… y en el malo también). Su personaje de hombre sensible y endurecido revela una capacidad para la comedia que pocas veces antes en su prolífica carrera había aparecido con tanta potencia. Y Gosling también responde bien al reto de correrse un poco del rol de galán, para resolver bien el desafío de convertirse en el comic relief. El vínculo entre ambos permite que el humor de Dos tipos peligrosos, que no pocas veces recurre de manera lisa y llana al absurdo, fluya de principio a fin con absoluta naturalidad, sin quitarle peso ni a la acción ni a la trama policial que, por suerte, también tiene mucho de absurda.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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