Como en el fútbol, al cine clase B se lo suele emparentar con el descenso, con la baja calidad, como si esa B significara que una película que no integra la lista de favoritas de Hollywood en términos de producción y promoción también estuviera por debajo, necesariamente, de los estándares de calidad cinematográfica o narrativa. Es cierto que este tipo de cine, justamente por no estar sometido a la presión de tener que responder a la confianza desmedida de los productores, suele permitirse el lujo de tomar los caminos menos “nobles” de lo extravagante, lo absurdo o incluso lo ridículo. Pero eso no significa que los resultados no puedan ser tanto o más honrosos que los de aquellos casos que cuentan con el apoyo absoluto de la industria, muchas veces maniatados por su apego a las improbables fórmulas del éxito. En cambio otros como Mente implacable –tal el berretísimo título local de Criminal, de Ariel Vromen–, a veces resultan una opción más atractiva justamente porque tienen menos que perder y no le temen a la posibilidad de no dar la talla, de fracasar y hasta convertirse en parodias de sí mismas.
Ya de por sí los policiales atravesados por una vena fantástica o por una arteria de ciencia ficción están a un paso de desbarrancar en ese tipo de abismos. Sobre esa cornisa hace equilibrio Mente implacable y aunque a veces queda colgando en el vacío, nunca se cae. O sí, pero para cuando eso ocurre ya se ha disfrutado de lo mejor. ¿Que la historia no es nada original? No, tampoco tiene ese mérito. Pero lo tiene a Kevin Costner que, liberado de la falsa corona que le calzaron en Hollywood hasta mediados de los ‘90, ahora puede permitirse hacer lo que se le antoja. Justamente por eso, por hacer lo que se le antojó en la excesivamente maltratada Waterworld (1995, Kevin Reynolds), fue que se quedó sin la corona a costa de mantener la dignidad.
Si no fuera por la presencia de Costner, por ese carisma que no le han podido quitar, tal vez Mente implacable no valdría la pena. Si no fuera él quien cargara con la responsabilidad de interpretar a ese sociópata al que le implantan la memoria de un espía moribundo para poder atrapar a un anarquista que amenaza con hacer volar el mundo, seguramente el film perdería buena parte de su atractivo. Todo un mérito si se tiene en cuenta que el reparto es generoso en estrellas de todas las edades, incluyendo a una leyenda como Tommy Lee Jones, un hábil todoterreno como Gary Oldman, Ryan Reynolds como galán joven y Jordi Mollá, que le vuelve sacar punta a su personaje de psicótico. Acción, humor, una trama un poco loca, momentos emotivos que en otras manos hubieran resultado involuntariamente cómicos: casi todo funciona bien con Costner, incluso cuando no siempre las cosas sean del todo verosímiles. No importa: Mente implacable hace realidad la fantasía de tener 12 años otra vez y de estar mirando una de Sábados de Superacción. Eso logra el buen cine clase B.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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