viernes, 13 de mayo de 2016

CINE - "45 años" (45 Years), de Andrew Haigh: Fantasmas de la memoria

Un viejo matrimonio vive en un caserón en las afueras de un pueblito en medio de la típica campiña británica. Están a una semana de celebrar sus 45 años de casados, pero de repente algo ha cambiado. Ella, que es algo más joven, espera a que él se vaya al pueblo y tras dudar unos segundos, sube al altillo sin estar del todo segura de que sea lo correcto. Pero algo la llama desde arriba. Max, el ovejero alemán que vive con ellos empieza a ladrar sin que haya ningún motivo, como si su instinto le permitiera percibir algo que a ella se le escapa. Insegura, asustada y nerviosa, ella le grita al perro que se calle y desaparece por la boca oscura del desván que se abre en el techo. Arriba, revisando papeles, cuadernos y fotos que él guarda como recuerdos de una lejana vida anterior, ella será sorprendida por una presencia que surge repentinamente desde ese pasado pero que todo el tiempo ha estado ahí, escondida en silencio.
Aunque no es un film de terror, sin embargo se puede considerar a 45 años, tercer largometraje del inglés Andrew Haigh y el primero que se estrena en la Argentina, como una película de fantasmas. No sólo porque la escena recién relatada y muchas otras dentro de la película están construidas a partir de atmósferas que tienen mucho de ese cine, sino también porque todo el relato gira en torno de una figura fantasmática. El punto de partida mismo de 45 años, que en términos estrictos es un drama, podría haber sido la excusa para una historia de ese tipo. Justo una semana antes de la fiesta de aniversario, Geoff (Tom Courtenay) recibe una carta desde Suiza en la que le informan que el cuerpo de Katja, su pareja anterior, fue hallado congelado e intacto en el fondo de una grieta junto a un glaciar. En ese mismo lugar había caído en 1962 durante una excursión, cuando ella y Geoff tenían algo más de 20 años, sin que entonces pudiera hacerse nada para recuperar su cadáver. La noticia conmociona a Geoff, pero de a poco comenzará a afectar cada vez más a su esposa Kate (Charlotte Rampling), quien comienza a sentir que esa mujer muerta hace más de 50 años se convierte en una presencia concreta que se interpone entre ellos.
De ese tipo de fantasmas está habitado el relato que Haigh va hilvanando con paciente eficacia; espectros de la memoria capaces de hacer que el pasado se vuelva presente en un solo movimiento; el espíritu de un sentimiento irresuelto que retorna para poner en cuestión una vida entera. Con inteligencia, el director y guionista superpone la celebración con el duelo, haciendo que la sombra de uno vaya opacando las luces del otro. Y en el centro la figura de Kate, en torno de la cual Haigh estructura la película, haciendo que sus dudas y temores se conviertan en el hilo que guía la narración. A tal punto que si ella y Geoff comparten un mismo plano, la atención siempre está puesta en Kate y es él el desenfocado.
Hay un gran cuidado en la forma en que el director va haciendo gráfico el agobio que progresivamente invade a Kate. Como esa escena en la que va al pueblo para comprarle un regalo de aniversario a Geoff y tras deambular perdida en sus cavilaciones, ella misma convertida en un fantasma, se detiene frente a una relojería. Mientras mira la vidriera es posible notar en su rostro como comienza a incomodarse y cuando al fin se retira angustiada, casi de reojo puede verse que, como la de cualquier relojería, la marquesina está repleta de publicidades que hacen gala del origen suizo del producto que promocionan. Con detalles mínimos como ese, Haigh va cerrando cada vez más el círculo en torno a la protagonista. Sin embargo la eficacia de la escena, igual que la del final o la del altillo, en la que proyectando unas diapositivas Kate descubre el verdadero fantasma que Geoff ocultó durante tantos años, no sería la misma sin una intérprete tan dúctil como Rampling. Dueña de un arsenal expresivo que el tiempo no ha conseguido agotar, es la actriz la que sostiene no sólo al personaje sino, sin despreciar el potente trabajo de Courtenay, la que logra que su precisión y economía de recursos se conviertan en la gran riqueza de 45 años. Una de esas veces en las que una nominación a los Oscar, como la que recibió, representan un acto de justicia.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculoes de Página/12.

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