jueves, 28 de abril de 2016

CINE - "Goodnight Mommy" (Ich seh Ich Seh), de Veronika Franz y Severin Fiala: Veo, veo una cosa maravillosa, color rojo

No es raro que una película como Goodnight Mommy, de los austríacos Veronika Franz y Severin Fiala, haya generado tantos defensores como ofendidos. Tampoco sorprende que el motivo para que los primeros la ensalcen y los otros la detesten sea más o menos el mismo: que Goodnight Mommy no es una película de terror. Por suerte. Aunque una mirada general obligue muchas veces a la simplificación de etiquetarla dentro de ese género a falta de uno más apropiado. Es verdad que la película comparte determinadas herramientas con algunos subgéneros de dicha categoría –los climas ominosos, cierto sadismo explosivo y desatado, y un detalle final que no es prudente revelar– que la acercan bastante. Sin embargo el tratamiento general excede los límites del terror para avanzar sobre todo hacia el drama familiar, en donde lo sobrenatural funciona como un canal sobre el que sus protagonistas transitan como pueden su vínculo con la tragedia.
Pero así como no hay ninguna duda de que no se trata de una película de terror, tampoco la hay respecto de que Goodnight Mommy puede y debe ser definida como un film inquietante. Siniestro, en el más freudiano sentido del término. El hecho de que sus protagonistas sean Lukas y Elías, un par de mellizos idénticos, no hace más que poner como punto de partida el tema del doble, un tópico tradicional en la obra del padre del psicoanálisis, tan austríaco como la película. Y, como ocurre en La bruja –otro título reciente al que el rótulo del terror no le hace justicia–, acá es nuevamente el núcleo familiar la fuente desde la cuál emerge lo extraño y a la vez ominoso.
Goodnight Mommy comienza en una plantación en la que los dos chicos juegan a esconderse y a tomar al otro por sorpresa. Uno de ellos lleva una máscara. Como ocurre habitualmente con los mellizos, Lukas y Elías conforman una unidad bifronte en la que uno de ellos funciona como parte dominante de esa entidad. En este caso le corresponde a Lukas, el enmascarado, asumir el rol más activo y la película lo muestra siempre guiando los juegos y las incursiones por el campo que rodea la moderna y cómoda casa en la que viven.
Toda la primera secuencia representa muy sutilmente ese juego de dobleces y reflejos. Luego de jugar en el campo los chicos se adentran en un bosquecito para terminar en la boca de un túnel oscuro en el que Lukas empuja a Elías, para recién entrar él mismo una vez que su hermano ha desaparecido en las sombras. Pero esta serie de escenas también tiene un doble final y la siguiente muestra a Elías flotando en un lago encima de una colchoneta inflable. Su reflejo invertido se extiende sobre el agua, debajo de él. Elías llama a Lukas, pero todo lo que ve son burbujas y la superficie levemente alborotada del agua. Recién después de eso la madre llega a la casa, tras haberse sometido a una operación que, pronto se sabrá, tiene su origen en un accidente de autos. Lleva el rostro vendado, como una momia, y esa máscara forzada pone distancia entre ella y sus hijos.
Así como el título original de la película remite al tradicional juego infantil del Veo, veo, todo en la película es pasible de ser discriminado entre aquello que puede ser visto y aquello que no. Y en esa máscara que ella debe llevar (aunque a veces parece que en su uso hay más un deseo que una necesidad), los chicos encuentran un límite que les impide hallar a su madre. Y no se trata de una metáfora: encerrados en su propio mundo dual, Lukas y Elías se convencen de que la mujer bajo las vendas no es su madre. Una conclusión a la que la actitud poco maternal de ella con los chicos (y sobre todo con Lukas, a quien ignora de un modo cruel) le suma puntos.
Aunque es cierto que no se trata de una película de terror, eso no significa que el horror no sea parte de la ecuación. Pero un horror doméstico e íntimo, al que los cinéfilos podrán encontrarle fácilmente un pariente en la obra de Michael Haneke, en películas terribles como Funny Games (1997) y sobre todo El video de Benny (1992), donde lo familiar es atravesado de modo literal por el espanto. La virtud de Franz y Fiala está en su capacidad para hacer que ese horror emerja sin traiciones, pero también sin piedad.  

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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