Ambientada en un pequeño pueblito de pescadores en algún lugar perdido geográfica y temporalmente de la costa de Dinamarca, Cuando despierta la bestia, debut como director del danés Jonas Alexander Arnby, es una de las películas de terror más delicadas que hayan pasado por las salas locales en mucho tiempo. Aunque para eso primero habría que ver si realmente se trata de una película de terror y nada más. Drama familiar; relato de las intrigas y miserias de un pueblo chico; ensayo acerca del deseo y su fatalidad; diario íntimo de una adolescente que vive de manera conflictiva y trágica su propio proceso de maduración. En Cuando despierta la bestia todo eso convive con un cuento de terror que se afirma con fuerza en el terreno tradicional de las supersticiones medievales europeas. Porque aun cuando el relato transcurre claramente en un contexto contemporáneo, la anécdota central replica la vieja historia de la maldad anidando en un cuerpo femenino al que los hombres a la vez desean y temen (y las mujeres envidian), y cuya mala influencia debe ser destruida para que la comunidad pueda continuar con su vida. Pero también se trata de la historia de un padre que intenta comprender y proteger, y de una hija que se siente abrumada, incomprendida y, como cualquier adolescente, sólo quiere que la dejen ser.
El cuento “Pájaros en la boca”, incluido en el libro homónimo de la argentina Samanta Schweblin, cuenta la historia de un padre angustiado porque no entiende qué pasa con su hija, una adolescente que ha cambiado de manera para él inesperada. De golpe ya no es la nena luminosa y vivaz que criaron junto a su ex esposa, sino una mujercita apagada que casi ha dejado de hablar y se limita a responder con palabras mínimas, a mirar de manera melancólica por las ventanas y, sin explicación, a comer pajaritos vivos. El cuento, que como la película de Arnby combina de manera soberbia un enrarecido tono fantástico con una sequedad realista apenas sacada de eje, no habla de otra cosa que de la dificultad de los adultos para percibir los pormenores del fin de la infancia (y de la inocencia). Momento crítico en el vínculo de padres e hijos en que todas las líneas de comunicación son dinamitadas, obligando a la ardua tarea de reconstruirlo. Pero ya no del modo desigual en que un adulto se relaciona con un chico, porque el chico ya no existe y ahora se trata de dos adultos obligados a aceptarse. Narrado desde el punto de vista del padre y atravesado por una clara atmósfera de duelo, en “Pájaros en la boca”, Schweblin consigue captar, tal vez como ningún otro escritor lo haya hecho antes, algo que usualmente es pasado por alto: el doloroso sentimiento de pérdida que implica el crecimiento de los hijos. Porque ningún padre está preparado para perder un hijo y eso es lo que ocurre cuando los chicos se convierten en hombres o en mujeres. Aunque acá la protagonista es la hija y no el padre, algo de ese espíritu habita en Cuando despierta la bestia, en el que la adolescente Marie literalmente empieza a convertirse en otra cosa sin que su padre pueda entenderlo ni hacer nada para evitarlo.
También hay algo de fatal actualidad en la historia que aquí se cuenta. Algo que desde lo fantástico interpela a esta realidad en la que, por ejemplo, una mujer no puede viajar sola sin que ello la convierta en artífice de una supuesta provocación y digna de un destino de violencia. Y Cuando despierta la bestia lo explicita de manera tan sutil como clara. En un mundo en que lo femenino aún es percibido por muchos como el huevo de la serpiente, el origen del mal, no es arbitrario que a los ojos de la comunidad que integran Marie herede de su madre ese carácter monstruoso, que parece haber despertado en ella tras sufrir un abuso atroz del que, nada casualmente, volverá a ser víctima Marie. Para sus vecinos, tanto Marie como su madre son culpables de su propia aberración y así justifican los ataques que ambas han debido y deben seguir soportando. Por eso la secuencia final, en la que la monstruosidad surge en auxilio de lo femenino, resulta tan poderosa tanto en lo cinematográfico como en lo simbólico. Con inteligencia dramática, Arnby pone en escena todos estos elementos y los hace convivir en armonía, para contar una fábula que también es una historia de amor trágica más allá de los prejuicios. Pero sin olvidar nunca que, al menos desde lo formal, ha elegido narrarla a partir de las herramientas del cine de terror.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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