Hace cuatro décadas, con el éxito de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), comenzaba la era de las sagas, un fenómeno que hoy es uno de los pilares del negocio del cine. Sin embargo, ya algunos años antes se habían estrenado películas que acabaron convirtiéndose en sagas, como El Padrino (Francis Coppola, 1972), y otras, como Tiburón (Steven Spielberg, 1975), en algo que, sin llegar a tanto, al menos derivó en una serie de películas que iban sumando numeritos correlativos y ascendentes detrás del título original (en casos así, lo correcto sería hablar de simples franquicias). Entre las grandes sagas que Hollywood alumbró en ese último medio siglo, es posible que la del boxeador Rocky Balboa, creada, actuada y a veces dirigida por Sylvester Stallone, sea la que tiene peor prensa. Y, sin embargo, quizá se trate, sino de la mejor, al menos de la más pareja y entretenida.
La Rocky original fue nominada a diez Oscar, de los cuales se llevó tres, incluyendo Mejor Director (John Avildsen) y Mejor Película. Le ganó a nombres como Ingmar Bergman, Sydney Lumet, Lina Wertmüller o Alan Pakula, y a títulos como Taxi Driver, Todos los hombres del presidente o Poder que mata). Cuatro décadas más tarde, llega Creed, corazón de campeón, dirigida por el prometedor Ryan Coogler, y no se sabe si este nuevo film debe ser considerado el séptimo capítulo de la serie, un spinoff o el hipotético inicio de una nueva saga. Incluso, puede que sea todo eso al mismo tiempo. Pero hay algo que Creed es sobre todas las cosas: una remake de Rocky. Es cierto que, tras el éxito de la película en 1976, casi todos los films de boxeadores son un poquito remakes de Rocky, pero en este caso hay un linaje de sangre que legitima la maniobra.
Como aquella, Creed también es un clásico relato de superación, ese gran mito de la cultura estadounidense. Sólo que si Rocky era una fábula barrial y su protagonista un neto paladín de la clase obrera, en el caso de Adonis (gran trabajo de Michael B. Jordan), hijo de Apollo Creed (aquel que primero fue némesis y luego amigo de Balboa), ese camino del héroe deberá ser forzado a cumplirse luego de que la viuda de su padre lo rescate de un reformatorio a los 12 años. Así, el protagonista salta sin escalas de la marginalidad a una vida opulenta en la mansión de Apollo, muerto en combate boxístico-ideológico en la apoteósica Rocky IV (1985). Será el propio Adonis quien deberá volver a “hacerse pueblo” para retomar su camino en el punto en el que fue apartado de él.
Igual que Rocky, Creed no es sólo una película de boxeo, sino un drama emotivo en el que la fe en uno mismo y el sentimiento de pertenencia a un núcleo familiar que se elige ocupan el centro del ring. El boxeo apenas es el catalizador que hace que todas las lágrimas acumuladas se vuelvan incontenibles. Sí, Creed es una película de llorar, con ganas y con gusto, igual que Rocky. Y en eso tiene mucho que ver la figura de Stallone.
Mil veces despreciado, a veces con razones atendibles (desde mediados de los 80 hasta comienzos del siglo XXI su carrera fue errática), durante años Stallone cargó el estigma de que el público proyectara en él las pocas luces de sus personajes emblemáticos, como Rambo o el propio Balboa. Por el contrario, se trata de un hombre que desde el cine supo leer con inteligencia, tal vez como nadie, el contexto político de los años finales de la Guerra Fría, para crear personajes que se convirtieron en símbolos de Occidente. Lo mismo pasó en los últimos años, en los que relanzó con éxito su carrera de héroe de acción. Es cierto que se puede discutir sobre el contenido político de algunas de sus películas, pero en el caso Rocky consiguió que, con excepción del episodio cinco, cada uno entregara mucha tela para cortar. Y si Creed se trata, entre otras cosas, de cómo convivir con una herencia pesada, la película cumple con creces el objetivo de sostener su propio legado con dignidad.
En el camino ofrece algunos hallazgos inesperados, como un puñado de planos secuencia de una aparente sencillez técnica que es inversamente proporcional al peso dramático que aportan, como los que llevan a Adonis desde el camarín hasta el cuadrilátero en cada una de sus peleas. Lo contrario de lo que una semana atrás ofreció Alejandro González Iñárritu en The Revenant. Si algún reproche se le puede hacer a Creed es la ausencia de un rival con verdadero peso cinematográfico, algo que le sobraba tanto al Apollo Creed que encarnaba Carl Weathers, como al Cluber Lang de Mr. T o al Iván Drago de Dolph Lundgren. De vuelta a Stallone: su labor encarando la vejez de Rocky recupera lo mejor y más esencial del personaje, en línea directa con el film de 1976 y con la entrega anterior, Rocky Balboa (2006). Sin dudas, el Oscar a Mejor Actor de Reparto al que está nominado ya tiene grabado su nombre. No sólo porque será justo, sino porque el golpe emotivo que representa la sola idea de ver al viejo Sly subiendo a recibir el premio es un momento único que el mundo del show business no se permitirá perder.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Practicaba box y creo que me inspiré en Balboa, crecí con ellas, tiene un de los mejores discursos que he visto, todo una historia de éxito, tiene merecido tanto reconocimiento, habla de superación, conocimiento de nosotros, de los sueños que sí podemos alcanzar, creo que en Creed Corazon de campeon el drama está muy bien dosificado, con una historia de amor que adereza muy bien, ver a el señor Stallone que es el alma de la secuela es una joya, estuve al borde de las lágrimas por tanta nostalgia, son espectaculares las tomas de las peleas, es una garantía, la recomiendo.
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