Decir que la Argentina es una tierra pródiga en artes y artistas tal vez sea, sin dejar de ser cierto, una exageración. ¿Qué rincón del planeta puede enorgullecerse de no serlo? Parafraseando un repetido versículo evangélico, se podría afirmar que el arte y los artistas soplan donde quieren. No se los puede conocer a todos y a veces algunos muy buenos quedan fuera de radar si no se está lo suficientemente atento. Uno de esos artistas que vale la pena descubrir es el músico y escritor Pablo Nemirovsky.
Radicado en París desde 1976, año en que debió abandonar el país para evitar ser una más de las víctimas de la dictadura que había usurpado el poder apenas unos meses antes (aunque su carácter de exiliado lo convierte necesariamente en una), la historia de Nemirovsky es casi un relato literario en sí mismo. Compositor, bandoneonista (y flautista), apasionado/obsesionado por los palíndromos (construcciones del lenguaje que se leen igual al derecho o al revés, versión lingüística de los números capicúa) construyó toda su carrera artística en Francia, país al que llegó sin documentos que acreditaran su identidad y sin hablar una sola palabra del idioma. Allá formó el quinteto Tierra del Fuego, cuya formación actualmente integra junto al percusionista Minino Garay, el violinista Alfonso Pacin, el pianista francés Stefanus Vivens y el contrabajista Fabrizio Fenoglietto. Aunque las composiciones de Nemirovsky se apoyan con firmeza en la estética del tango, es inevitable pensar en las canciones de Tierra del Fuego como un territorio de mestizajes en el que las influencias que se perciben, del rock y el jazz a innumerables ritmos étnicos, sin embargo nunca pretenden ocultar el fondo tanguero. Precisamente Nemirovsky y Tierra del Fuego se encuentran visitando Buenos Aires para presentar La ruta natural, su último disco, en la sala Caras y Caretas, Sarmiento 2037, este sábado a las 21.
Se trata de la tercera vez que Nemirovsky toca en el país. Es curioso que un artista argentino que ha hecho del tango su forma de expresión, haya conseguido construir su carrera casi sin pasar por Buenos Aires, cuna misma del género. Sin embargo el músico explica que su vínculo con el tango nación en París. “Cuando llegué a Francia apenas sabía que el tango existía. Tenía 18 años y no le daba la menor importancia. Pero muy pronto, pensando en el concepto de música como territorio, sentí que el tango me devolvía algo que había perdido. Podía sentir que a través de él mantenía un lazo con Buenos Aires”, explica Nemirovsky. No parece casual, sin embargo, que aquel joven que llegó a París sin documentos y sin hablar francés (es decir: sin identidad y sin lengua), haya construido un camino usando a la música como herramienta para conectarse con su nueva realidad. “En momentos difíciles, como una situación de desarraigo involuntaria, creo que cualquier actividad con posibilidades infinitas se vuelve saludable. Pero la música tiene la ventaja de permitirle a cada uno crear su propio ‘castillo’. Ese lugar de donde no te pueden sacar. Por eso creo que la música funciona como un territorio al que uno se puede llevar puesto en cualquier circunstancia”, concluye.
Tampoco parece arbitrario ese carácter extraño de las composiciones de Nemirovsky respecto de las diferentes tradiciones del tango. La distancia (geográfica, cultural, emotiva) parece haber funcionado como un elemento decisivo en la hibridación del género que se aprecia su obra. “La distancia entre París y la “cuna del tango” creo que me permitió una gran libertad”, afirma. “Paris es una ciudad que permite todo tipo de experiencia cultural: si se me ocurriera matizar ‘mi tango’ con elementos de música esquimal o del Tíbet, encontraría ahí con quién hacerlo. Y hasta quizás un público al que le interese. Seguramente muchas veces me escapo de los límites que impone el género, pero después de todo no veo por qué habría que mantenerse dentro”, conjetura el músico.
Aunque su paso por Buenos Aires tiene que ver sobre todo con La ruta natural, el disco que presenta este sábado con Tierra del Fuego, no es menos interesante el trabajo de Nemirovsky como escritor. Dentro de su obra llama la atención sobre todo su pasión por la literatura palindrómica. En ese campo, Nemirovsky es miembro del Club Palindrómico Internacional; escribe regularmente para la revista Semagames; y participó de la antología de palíndromos en castellano Sorbreré cerebros, de Gilberto Prado Galán. En 2011 editó los libros SobreverboS, y Miguel de Cervantes, autor del Soldado Rod Adlos, escrito junto al catalán Xavi Torres, a través de la editorial Milena Caserola. Por esa misma editorial acaba de publicar el volumen Yo sin vos ovni soy y Del otro lado del otro lado, su primera novela tradicional, es decir: no palindrómica. También resulta significativo que un autor exiliado en un país cuya lengua desconocía se haya dedicado a construir estos estimulantes jueguetes literarios.
Para buscar una explicación puede recurrirse a J. Rodolfo Wilcock, un escritor argentino que durante la década de 1950 se autoexilió en Italia, donde comenzó una carrera como prosista escribiendo en italiano habiendo sido un notable poeta en español durante su vida anterior en Buenos Aires. En El templo etrusco, una de esas novelas en italiano, Wilcock escribió: “Las reglas se gobiernan en la lengua, que es común a todos, y por lo tanto también son comunes las reglas; solamente cuando cambia la lengua, cambian las reglas.” Tal vez ese juego casi matemático con el lenguaje puede haber representado también una forma arraigarse en la propia lengua, ante la imposición de una nueva. Una forma de resistencia ante ese cambio de reglas que se imponía. “El palíndromo es una especie de ultrasoneto, una forma a la que, de tan estricta, se vuelve casi imposible darle un contenido. Prima la forma y ver las letras ordenadas de manera simétrica produce una satisfacción estética”, confiesa Nemirovsky. “Cuando además se consigue expresar algo, así sea una pavada, algo gracioso o profundo, el palíndromo pasa de ser una especie de ejercicio a ser literatura. Por supuesto que las posibilidades son limitadas, pero siempre se puede decir algo. Siempre me imagino que los palindromistas escribimos como si fueramos una especie de Borges que por algún motivo tuviera que viajar a China o a Albania, y al cabo de un año ahí se viera obligado a escribir en chino o albanés”.
Pero su afición por este tipo de construcciones se extiende a más allá de sus libros: El título del último disco de Tierra del Fuego y de casi todas las canciones incluídas en él, son palíndromos: “La ruta natural”, “Oí, ratón otario” o “Aten al planeta” son buenos ejemplos. Pero incluso en Del otro lado del otro lado, su novela no palindrómica, esa característica también está presente. “Siempre digo en broma que se trata de mi primer novela monodireccional pero, aunque de manera escondida, fue un palíndromo lo que me ayudó a resolver la intriga”.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario