Parte del folklore germánico de la región alpina, el mito del Krampus es el mismo que el del Hombre de la Bolsa pero adaptado al contexto navideño. Un contexto oportuno, en tanto esta criatura demoníaca es la contraparte negativa de Papá Noel, quien casualmente también carga con una bolsa. La diferencia es que mientras el viejo de la barba blanca saca de la suya regalos con los cuales premia a los niños que se portaron bien todo el año, por el contrario Krampus viene a aplicar un castigo a los chicos malos, a quienes atrapa con su bolsa para llevárselos con él. La película de Michael Dougherty titulada Krampus, el terror de la Navidad, saca buen provecho del personaje, ya que lejos de tomarse la cosa en serio, como ha ocurrido con otras criaturas monstruosas del medioevo europeo que han pasado al cine, de los clásicos vampiros y hombres lobo al Leprechaun irlandés, el director y guionista ha elegido un tono macabramente festivo para contar su historia. Y se permite hacer uso de los recursos más variados para conseguir que su segunda película resulte un entretenimiento digno.
Krampus comienza con una canción que tiene el color de las películas de Navidad del Hollywood clásico, pero musicalizando por contraste una escena en un centro comercial en donde lo monstruoso se materializa en un rush de descontrol consumista. De ahí en más el film cultiva el humor de la Nueva Comedia Americana, para registrar la incómoda convivencia navideña entre dos familias con poco en común. Por un lado el típico núcleo de clase media exitosa, integrado por padres profesionales, hija adolescente, un niño a punto de perder la inocencia y una abuelita alemana. Por el otro sus parientes más brutos: unos hillbillies urbanos liderados por un macho alfa amante de las armas y las camionetas extra large, una hembra hogareña y paridera, muchos hijos y una desubicada tía alcohólica. En este tramo el film juega con un humor clasista, tan incorrecto como eficaz, para demostrar que el asunto de la grieta no es un invento argentino. Si la madre progre (y reaccionaria) dice con ironía (pero no en público, porque no sería “correcto”) que algunos deberían pedir permiso para procrear, los padres proletarios (y reaccionarios) se preguntan por lo bajo por qué los ricos siempre reciben cosas gratis, concluyendo que se debe a su filiación demócrata. La presencia de actores muy identificados con la Nueva Comedia, como los efectivos Adam Scott o David Koechner, refuerza esa sensación.
A mitad del relato el director se permite introducir una breve y efectiva secuencia animada para contar el origen del mito, donde lo monstruoso cobra dimensión histórica. Para cuando el ominoso Krampus al fin aparece, invocado sin intención por el desengañado hijo de la familia acomodada al romper su cartita a Papá Noel, la película vira hacia una modesta versión de Gremlins, obra clave de Joe Dante, donde el horror llega al seno del hogar. En ese tramo un ejército de galletas de jengibre diabólicas, juguetes malditos y duendes del infierno comienza una guerra dentro de la casa familiar, haciendo desaparecer de a uno a sus integrantes. Ahí Krampus se vuelve un módico pero entretenido caos que se extiende gratamente hasta el final.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Gran historia, muy distinta. Probablemente, Krampus, Maldita Navidad es la película que más satisfecha me ha dejado el año pasado, además considero que puede ser el nuevo clásico de las Navidades. Es fresca, divertida, original, ágil y con un muy buen diseño de producción, la atmósfera está totalmente conseguida y la película cuenta con algunas escenas buenísimas. Es bastante recomendable por intentar hacer algo diferente. Las actuaciones son buenas (en especial Koechner, que logra humanizar a un personaje detestable) y tiene sus momentos; el problema es que le falta filo como comedia negra y la premisa es algo vaga. Pero en general, es una película con mucho estilo ochentero y por momentos me recordaba a la maravillosa Gremlins.
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