En el escenario desolador que presenta el humor político en estos tiempos, el unipersonal Montonerísima, creado, pensado y actuado por Vicky Grigera, representa un objeto extraño o, por lo menos, distinto. Infrecuente más por su contenido de humor de elevado octanage político que por su formato, que se mueve entre los viejos conceptos del café concert y el monólogo, hoy revitalizados con el auge del llamado stand up (que es un poco de las dos cosas pero con nombre gringo), en Montonerísima Grigera ensaya una propuesta que tal vez sea única en la actualidad. Un ejercicio de humor reflexivo desde el interior del kirchnerismo que tiene la virtud de reírse en primer lugar del propio reflejo, para enseguida hacer lo mismo con el otro, entendida esa otredad siempre de un modo político: el otro como entidad cuya existencia justifica la propia. El otro en tanto interlocutor válido y no como una mirada de la realidad a la que se debe invalidar, negar o exterminar.
El espectáculo de Grigera se mueve dentro de la agenda kirchnerista, un punto de partida que nunca se oculta, porque sólo desde ahí es posible Montonerísima. Grigera, hija de padre desaparecido, no le teme entre otras cosas a hacer girar el humor en torno a esa condición, a reírse de su propia desgracia. Freud diría que el humor de Grigera se parece al de aquel condenado a muerte que al enterarse que será ejecutado un lunes exclama “¡Linda forma de empezar la semana!” Pero el austríaco insigne veía en esa actitud una negación de la realidad que le permitía al sujeto superarla, sacársela de encima a través del humor. No parece ser el caso de Grigera, quién lo utiliza con toda intención para abrazarse no sólo a su historia y a sus convicciones, sino para acortar las distancias políticas con los adversarios. El humor como garrocha con la cual intentar saltar por encima del asfalto ideológico que separa a las veredas enfrentadas, pero sin negar las diferencias.
Curiosamente, Montonerísima no es una novedad de la cartelera teatral, sino un espectáculo nómade que Grigera viene sosteniendo a través de variantes y mutaciones desde ya hace varios años. Y con él se presenta en espacios poco frecuentes para las artes escénicas, como unidades básicas y locales políticos, bares y fondas. Un show que posa y goza de ser nacional y popular.
En primera persona
Vicky Grigera no oculta su fastidio ante la pregunta obvia que pretende obligarla a definir qué es el humor. Un encargo que no sólo evita cumplir sino que, con su mejor cara de “los humoristas no somos simpáticos fuera de escena”, delega a la Real Academia Española. Apenas se limita a aceptar que en lo personal “es una defensa del cuerpo, una herramienta sanadora que ayuda a hacer más soportable la vida”. ¿Pero cuál vida? ¿Para qué necesita esta joven de treinta y tantos la muleta siempre útil del humor? Tal vez sea cierto que lo más interesante de un artista está en su obra y entonces lo mejor es buscar las respuestas ahí, en lugar de insistir con pedírselas a ella.
Grigera, o su alter ego artístico para ser precisos, abre su presentación hablando de sí misma. Cuenta que se llama Victoria “como el noventa por ciento de las hijas de los montoneros”, pero enseguida aclara con alivio que habiendo nacido en 1978 agradece llamarse así y no Contraofensiva. Afirma que lo suyo es humor postraumático.
El desarrollo de Montonerísima se sostiene en una estructura sumamente informal que va siendo ocupada de manera sucesiva por diferentes personajes. Uno de ellos, tal vez el más rico en cuanto a contenido y también el más efectivo desde lo específicamente humorístico, es esta suerte de desdoblamiento escénico que borra los límites entre personaje y actriz que aparece al principio del show y que volverá más adelante. Grigera utiliza esa voz para contarle al público la infrecuente experiencia de crecer siendo la hija de un desaparecido y gracias a ella consigue los momentos más lúcidos del recorrido.
Como sabe que su relato invita al espectador a entrar en un mundo que pocos conocen (la infancia de la hija de un desaparecido), lo primero que hace Grigera es ofrecer una llave para poder atravesar con éxito la puerta del humor que está a punto de abrir. Entonces ensaya una definición según la cual la infancia es un estado equivalente al de estar drogado, con la ventaja de que es por completo legal. A partir de ese estado en el que significados y significantes aún son vírgenes de los sentidos con que la vida adulta va segmentando la realidad, cualquier expresión puede acabar representando para un chico una imagen alucinada y lisérgica. Es así que una frase sencilla como “No supimos llegarle a las masas”, expresión clásica mediante la cual se pretendía explicar el fracaso de una revolución, acaba convertida en un paso de comedia en el que mamá y sus amigos intentan pero nunca consiguen llegar a la mesa dulce en una fiesta. O de cómo a partir de un recurso tan simple es posible disfrazar al humor negro de humor blanco.
Pero Montonerísima sigue adelante, sin prisa pero sin pausa, y Grigera enhebra sus ocurrencias a toda velocidad: “Para el hijo de un montonero todos los compañeros son tíos: menos mal que existe la política, sino no tendría con quien pasar Navidad”. Y enseguida cuenta que fue por eso que cuando en el jardín le hicieron dibujar a la familia, el retrato estaba lleno de tíos. La maestra pregunta por un personaje particular que se destacaba del resto.
-Ese es mi abuelo: Perón, contesta la niña Vicky.
-¿Perón es tu abuelo?, insiste la maestra sorprendida.
-Sí, porque mi mamá le dice El Viejo.
-¿Pero vos lo conocés, Vicky?
-No, porque están peleados.
-¿Ah, sí? ¿Y por qué están peleados?, quiere saber ahora la maestra en una actitud entre gorila y botona.
-Porque el abuelo los echó de la casa.
La confusión de la nena en el remate permite que la gracia llegue a través de una elipsis que de inocente no tiene nada, pero lo parece.
Grigera aprovecha esas diferencias de percepción entre el mundo adulto y la infancia para que sea el salto entre ambas realidades lo que empuje la risa hacia fuera. “Hay dos cosas, hija, que no te puedo explicar muy bien”, le dice la mamá a la pequeña Vicky a la hora de irse a dormir. “Una es la muerte; la otra es el peronismo. Pero cuando seas grande tal vez con formación y con mucha paciencia puedas llegar a entender… a la muerte.” Grigera se ríe como frente a un espejo, en su propia cara. “Guarda con los nietos que aparecen, porque algunos no tienen devolución.” Mientras más negro más brillante resulta el humor de este segmento y Grigera le saca lustre.
Como ocurre con los chistes de judíos, que suenan distintos si los cuenta cualquiera que cuando son dichos por un paisano de la colectividad, algunos de los recursos que la actriz utiliza en sus textos obligan a pensar otra vez en los límites del humor. Sí, otra pregunta obvia.
“No hay reglas, creo que los límites son personales. Yo no haría humor con algo que está sucediendo ahora, con una tragedia. Uno de los elementos que son constitutivos de un humor negro es el paso del tiempo,” reflexiona Grigera, la actriz lejos del personaje. “En este momento no podría hacer humor con la violencia de género”, ejemplifica. “Porque el humor es coyuntural: el humor de Olmedo y otros cómicos que era posible en los ’80, hoy ya no tiene lugar porque la sociedad cambió mucho. En aquel momento nadie acusaba a Olmedo de cosificador de la mujer. Lo queríamos como era. El humor no es un hecho aislado y cada época tiene el suyo. Hoy aquel humor atrasa y ya nadie hace humor con el culo de alguien. Salvo Miguel Del Sel.”
De propios y ajenos
Además de su alter ego, Montonerísima reúne un grupo de personajes siempre femeninos que le permiten a Grigera ampliar el rango vocal de la obra, haciendo que un espectáculo solista parezca en realidad una puesta coral. En ese espectro se amontonan una mujer que se parece bastante a la presidenta (o al menos habla muy parecido a ella), que entre sus obras futuras propone crear un club de veraneo para troskos, porque los troskos son tristes, no como los fachos. “Mirá este hijo de puta”, dice con la inflexión y el tono de Cristina Fernández, “no comparto ni una idea, pero me cago de risa. Porque fachos con onda hay muchos, pero nunca un trosko contento.” No hay saña en la mirada que Grigera tiene de los otros, sino el conocimiento del paño de quien ha estado cerca de agrupaciones políticamente heterogéneas como H.I.J.O.S. Otro bueno: “El radicalismo es como el colesterol: un poquito y controlado no está mal.”
Luego es el turno de una militante que parece coincidir con la definición de militonta que han popularizado los más desbocados opositores al gobierno de Cristina Fernández. Habitante de ese limbo amplio que se ubica entre lo cheto y lo grasa, la chica forma parte del Movimiento Evita Botinera, cuyas integrantes creen que la “V” de la Victoira es en realidad de Versache y cantan consignas como “Luche y vuelve Wanda Nara” o “Maxi López, traidor, a vos te va a pasar como a Vandor”. A través de su militonta Grigera se permite bromear incluso con las contradicciones de la militancia y las dificultades de tener que adaptar las propias convicciones a las decisiones del líder: “A Scioli lo banco… le temo; lo banco… le temo”, duda ella antes de concluir bien segura: “Lo banco… ordenes de arriba.” Y una advertencia final: “Tomate la política muy en serio, sino a partir del 11/12 puedo ser tu jefa.” El personaje se despide haciendo la “V” de Versache.
Para cerrar el espectáculo Grigera recurre a otra chica de activa vida política, en este caso militante de la Agrupación Mujeres al Palo y al Pedo, un movimiento de mujeres perjudicadas porque en la ciudad de Buenos Aires por cada hombre hay 9 mujeres. Eso sin contar a travestis y homosexuales, a quienes considera competencia desleal. Sola y desatendida, su personaje mastica bronca por las conquistas de género: “En este país los únicos felices son los niños y los putos”; para rematar con otro dato duro de dudoso valor estadístico: “Buenos Aires es una ciudad que tienen más psicoanalistas que peronistas y más bicisendas que heterosexuales.”
Montonerísima alterna altos y bajos, pero Grigera tiene buen timming para no permitir que el espíritu del espectáculo decaiga. En el camino hace su juego con honestidad intelectual, sin traicionar nunca los principios informales de la ética humorística, cuyo primera máxima indica que no es lo mismo “reírse con..” que “reírse de…” Humor político eficaz y saludable, en donde la risa une, iguala y deja a todo el mundo revolcado en el mismo lodo y todos manoseados.
Artículo publicado originalmente en la revista Estado Crítico, publicación digital de la Biblioteca Nacional.
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