La consigna es prestar atención, observar, ver qué pasa. Andar entre la realidad pero sin que la realidad se de cuenta y, lo más difícil, hacerlo con una cámara. Esa parece ser la consigna que orienta a Eva Poncet y Marcelo Burd como directores de cine; de documentales para ser exactos, y esa especificidad es importante para definir por partida doble cuál y cómo es su trabajo. De paso, esa también puede ser una oportuna puerta de entrada a su último trabajo, El tiempo encontrado, documental en el que se meten en el corazón de la comunidad boliviana en la Argentina y en el que consiguen hacer que el tiempo tal como lo conocemos se convierta en otra cosa. Que por un rato deje de ser una unidad de medida para transformarse en la materia sobre la cual se desarrolla la vida.
Organizado sobre el molde de las estaciones del año, El tiempo encontrado hace un retrato de Edwin, Berta y Darío, tres inmigrantes bolivianos que viven en Buenos Aires y se dedican a las tres actividades de las que suelen encargarse la mayoría de sus compatriotas cuando se radican en nuestro país: la construcción, la horticultura y la industria textil.
Aunque a partir de ese detalle queda claro que sus trabajos los ubican en la base de la pirámide social, bajo esa máscara la película sutilmente elige hablar de otra cosa: de cómo la realidad puede ser percibida de un modo muy distinto cuando se modifica el marco cultural de la ventana (o la cámara) a través de la cual se la mira.Así consiguen un retrato cinematográfico cálido y preciso de una cultura que entiende al mundo menos como un mecanismo a dominar que como un organismo vivo con el cual entablar un diálogo. "La cultura boliviana no nos resulta ajena", confirma Burd. "Recorrimos Bolivia en varias ocasiones y ese conocimiento previo y el acercamiento afectivo nos permitieron pensar en una política de la mirada que evitara la representación reducida a una serie de rasgos tipificados." "Ese también fue un vínculo que se fue construyendo de a poco", amplía Poncet. “Implicó un acercamiento, pero también una comprensión de nuestra parte de la cultura boliviana", completa la directora y su compañero agrega que “además era fundamental establecer un vínculo de confianza con los protagonistas” ya que “sin ese componente las imágenes y sonidos registrados hubieran orillado la falsedad”. Poncet termina de dejarlo claro: “Al comenzar teníamos muchas preguntas y pocas respuestas. Con el correr del tiempo fuimos entrando cada vez más en su forma de vivir y relacionarse con la Pachamama”.
-Ya desde el título se percibe que el tiempo es fundamental no sólo para ustedes a la hora de construir la película, sino también como punto de apoyo para el espectador.
MB -El tiempo encontrado tuvo un título anterior, más ligado a la cuestión espacial.
EP -Pero ya en el rodaje nuestra vivencia del ritmo y de los ciclos fue algo que nos impactó principalmente desde lo sensorial antes que desde lo conceptual. Cada vez que llegabamos al lugar era como sentir que la ciudad había quedado lejos, pero no por la distancia, sino por la forma de vivir. Una primer mirada te hace sentir que nada cambia, pero con el correr de los días se empieza a sentir que hay un fluir constante.
MB -Ya en la etapa final del montaje, al ir tomando cuerpo la estructura narrativa de la película, percibimos que la dimensión temporal era un componente central que afectaba a todo el relato.
-¿A qué obedece la decisión de realizar un documental prescindiendo de relatos en primera persona, optando por un registro donde parece que no hubiera una cámara de cine filmando todo?
EP -Principalmente la decisión de trabajar sobre la modalidad de observación tenía que ver con una cuestión funcional a nuestra película. Una cámara no invasora, que deja que las escenas vayan desarrollándose del modo más natural posible, le da margen a los protagonistas para que fueran ellos quienes abrieran las puertas de sus vidas.
MB -Al registrar no buscamos invisibilizarnos sino que, partiendo de ese marco de confianza, encontramos una forma que nos permitía incorporarnos con la cámara en las diferentes situaciones de los protagonistas de manera tal que ellos pudieran desplegar parte de lo vivido a través de sus actos.
EP –Eso por un lado tiene que ver con esa idea de confianza, pero además con la de respeto. Respeto hacia los protagonistas y también hacia el espectador, porque la película se abstiene de emitir juicios o ideas predeterminadas.
-Para organizar el relato eligieron seguir la estructura estacional del tiempo, comenzando en el otoño y culminando cerca del verano, que no sólo les permite hacer un retrato fiel de sus personajes sino que parece ser el patrón ideal para abordar una cultura basada en el vínculo entre hombre y naturaleza.
EP –Esa decisión nos separa de nuestra primera película, Habitación disponible, donde la conexión entre ciudad e inmigrante era muy importante, porque la experiencia del tiempo en la ciudad es otro y la urgencia y lo perimido parecen mandar. En cambio en El tiempo encontrado predomina la idea de lo cíclico, cada estación se termina, y su fin es el comienzo de algo nuevo pero conocido. Todo fluye sin cesar, pero dentro de una constancia que les da certezas. Algo que en nuestras vidas citadinas parece difícil de encontrar.
MB -Efectivamente, al tiempo lineal de la vida cotidiana se suma el tiempo circular de la cosmovisión andina. Nos interesaba poder darle una forma audiovisual a la experiencia de esa otra temporalidad, ligada a la tierra, en la que viven Darío, Edwin y Berta.
-El uso del silencio como herramienta narrativa también es notable. ¿Hay una decisión ideológica o ética en ese acto de relegar a la palabra lo más posible? ¿Creen que el cine como lenguaje debe aprender a potenciar sus propios recursos (imagen, movimiento, acción, sonido, silencio) para despegarse cada vez más de los que le vienen prestados de otros lenguajes como lo oral o lo escrito, es decir la palabra?
MB -Cada película demanda su propia forma. En El tiempo encontrado, los protagonistas (sobre todo, Edwin y Berta) hablaban poco. Esos silencios que predominaban y parecían una carencia, comenzaron a adquirir un fuerte valor expresivo dentro del relato. Es evidente que las imágenes cargadas de silencio (aunque no desprovistas de sonidos) se abren al terreno de la imaginación. De todos modos, no se trata de establecer una oposición entre silencio y palabra. Hay innumerables ejemplos, tanto en el documental como en la ficción, donde el lenguaje escrito u oral posee una verdadera cualidad cinematográfica.
EP -Creo que la decisión en esta película fue ser honestos, ser fieles a la realidad que se nos presentaba delante de nuestros ojos. Nuestros protagonistas hacían del silencio parte de su forma de pararse en el mundo. Mostrarlos de otra manera hubiese sido forzar la situación. Desde este punto de vista hay una decisión ética. Pero también es verdad que esto nos permitió explorar al máximo otros aspectos del lenguaje cinematográfico como bien decís. El silencio de nuestros protagonistas nos obliga a escuchar otras cosas: el agua que fluye, los ladrillos que chocan entre sí, el sonido del calor del horno que era abrasador, el viento de primavera que suena tan distinto al del invierno. Una vez que uno empieza a vivir ese mundo, el punto de registro obligatoriamente se situa en otro lugar, más ligado a lo sensorial y a la experiencia, y no a lo argumentativo. Nuestra idea fue acercar algo de ese mundo y de esas vidas al espectador. Por supuesto que esto exige cierta apertura para poder adentrarse en él.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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